Un cambio de Corazón

CAPITULO 10

En el abrigo de la noche, en la torre más alta del palacio de Kass, donde guardaban lugar los aposentos del rey, un grupo reducido de sirvientes sostenían con entusiasmo una especulante charla, en donde los chismes fantasiosos eran el detonante principal.

-Te puedo jurar que desde hace 18 años no he visto repetirse suceso tal como el que parece estar ocurriendo dentro de esa habitación-. Dijo con seguridad y pretensión la mujer, señalando con su mano la ornamentada puerta de la habitación del rey.

-Lo se……esto no había vuelto a suceder desde que la reina murió-. Le dice con cautela la otra mujer junto a ella.

-¿De qué crees que estén discutiendo?-.

-No lo se-. Le responde con angustia negando con la cabeza. -Pero cual sea el motivo debe de ser algo lo suficientemente grave como para ocasionar una pelea tan fuerte-.

-Ni lo digas….tuve que salir rápidamente cuando entre para entregarle su té como siempre lo hago al reinar la noche-. Dijo la mujer ataviada, sosteniendo con más firmeza la bandeja entre sus manos.

-¿Segura que no oíste nada de la conversación?-. Insinuó una tercera mujer junto a ellas.

-Nada. Ambos sellaron sus labios en cuanto entre-. Les dijo a ambas con recelo, para después indicarles con un ademán de manos que se acercaran más para susurrarles lo siguiente. -Pero logre escuchar vagamente al príncipe mencionar algo sobre la princesa……al parecer, recriminándole al rey sobre algo que le hizo-.

-¡No puede ser!-. Dijo con moderada alarma la segunda mujer, para después continuar en un susurro. -¿Qué le habrá hecho a nuestra princesa?-.

-Te aseguro que algo muy grave, al parecer-. Afirmó la mujer.

-No creo Claryn-. Intervino la segunda mujer. -Tal vez solo es algún nuevo pretendiente que el rey quiere imponer a la princesa y con lo que por supuesto el príncipe no está de acuerdo-.

-No. Me parece un motivo muy vano como para provocar esa lucha bestial-. Afirmó la primera sirvienta con basta arrogancia.

-Cómo sea señoras, cuál sea la razón que lo haya ocasionado de una cosa estamos seguras……es algo grave…..muy grave si provocó que nuestro siempre amable príncipe le grite con tal desbordante rabia al rey-. Afirmó con intranquilidad la tercera mujer, uniéndose nuevamente a la platica.

-Eso es cierto-.

De repente, por el pasillo entró acelerado un hombre de estatura baja y complexión delgada vestido con el habitual traje de mayordomía del palacio, viéndolas a todas con enojo.

-Ustedes-. Las señaló con reproche. -¿Qué creen que están haciendo?, si ya acabaron con sus actividades aquí, las necesitan en el comedor. No pueden permanecer paradas sin hacer nada. ¡Rápido! ¡Vayan!-. Les ordenó.

-¡Si señor!-. Le respondieron con rapidez, dirigiéndose de igual manera hacia el lugar mencionado, seguidas por el irritado hombre.

Dentro de la habitación, sin embargo, el rey Sebastián y el príncipe Ben sostenían una volátil disputa sobre lo anunciado a Emilia esa mañana.

-¡Cómo pudiste!-. Le grita con efusivo enojo el joven, quien se encontraba parado frente al rey, solo separados levemente por la fina mesa de la habitación en donde se encontraba recargado el monarca. -Fui a ver a Emilia como todas las noches antes de retirarme a dormir y….¿Sabes con que me encontré? ¡Con mi hermana llorando con todas sus fuerzas abrazándose a sí misma contra el ventanal de su habitación!-. Le reprochó con rabia, golpeando el borde de la mesa. -¿Y sabes que me dijo cuando le pregunté el motivo? ¿Lo sabes, “padre”?-.

-Ben…..-. Trato de acallarlo el rey, pero el príncipe no le permitió hablar.

 -¡QUÉ DEBÍA CASARSE CON EL PRÍNCIPE DE MONIAC PARÁ SALVARNOS DE LA GUERRA!-.

-Ben escu…-.

-Pero eso no es todo……le seguí interrogando y descubrí que esa fue una decisión tuya, ¡Una que maniobraste junto al rey Teodor durante los últimos meses! ¡Sin considerar a Emilia! ¡Sin considerarme a mi!-.

-Hijo…..-.

-¡NO ME LLAMES ASÍ!¡UN HOMBRE CAPAZ DE COMETER TALES ACTOS NO PUEDE SER MI PADRE!-.  

-¡BENJAMÍN!-. Le grita severamente el rey, parándose con celeridad de su asiento y golpeando estruendosamente la mesa. -¡No te permito que me hables así!-.

-¿Entonces como debería de hablarte? ¿Con alegría quizás? ¿O con condescendencia? ¡Cuando perfectamente sabes que no estoy de acuerdo con lo que haz hecho!-.




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