En aquellos amplios pero calmos pasillos, iluminados por las tenues luces de sol que por las amplias ventanas buscaban su camino para adueñarse de los cálidos interiores, la princesa Emilia, en cercanía de su dama de compañía, lady Dannia, vagaba con total desasosiego trazando su camino hasta el jardín de las rosas, su nuevo lugar predilecto para gozar de total plenitud y perderse en el abismo de soledad que cada día su corazón necesitaba. Pero, aunque llegaba a familiarizarse con tales momentos de apacibilidad, algunas veces, las sorpresas inesperadas aparecían sin contemplar el contexto o las disposiciones propias. Y esta vez, tal milagrosa dicha recaía en una fiel amiga, que desde el salir del sol le esperaba anhelante en la entrada del pasillo, con su brillante sonrisa y sus claros ojos cafés deslumbrantes de entusiasmo y alegría. Y Emilia no pudo más que sucumbir a tales dotes de cariño, dispuesta a concederle todos sus deseos. Después de todo, pensó, momentos tan preciados y bellos como ese, le serían arrebatados por la imposibilidad del destino. Tomadas de los brazos y envueltas en una íntima y animada charla, su única atención yacía en las palabras de la otra.
-¡Se lo juro, alteza!-. Le decía con bastó entusiasmo la joven. -¡Las pastas más bellas y coloridas que he visto, el papel más fino y blanquecino jamás elaborado y las historias…..! ¡Las historias más sublimes que alguna vez se hayan escrito! Princesa, ¡los nuevos libros son un tesoro virgen!-.
-Por tan detallada y dedicada descripción no dudo que así sea, mi querida Dannia-. Un destello de risa se detallo en la frágil sonrisa de Emilia, casi tan imperceptible que podría fundirse fácilmente con el cálido soplar del viento de una forma invidente. Y con el enérgico entusiasmo de Dannia en esos momentos, el pasarle totalmente desapercibido era inevitable.
-Lo son. Prometo llevárselos a sus aposentos por la noche, le encantarán-.
-Te lo agradecería infinitamente-.
-No hay por qué princesa, aunque…..considero de mayor facilidad y aun más enriquecedor para la experiencia de lectura, el que visitará con igual frecuencia que antes la biblioteca real-. Le insinuó con cautela, volteando a mirar las panorámicas ventanas.
Emilia abrió más los ojos, sorprendiéndose por el suave pero serio reproche dirigido especialmente hacia su persona. Aunque orientado más a sus actitudes recientes. Bajó su mirar hacia el suelo, no sólo evadiendo el posible escrutinio de la joven, si no que también buscando un rápido término al tema.
-Preferiría fluctuar el tema a uno más…..agradable, Dannia-.
-Princesa, ¿permiso para hablar con libertad?-. Le preguntó con decisión, buscando su mirada y haciendo que ambas detuvieran su caminar.
Emilia cerró sus ojos y apretó con firmeza sus labios, reinada por la angustia. Sabía el camino que buscaba seguir Dannia, pero le era uno tan difícil y complicado que el sólo hecho de comentarlo superficialmente le asustaba.
-Sabes que siempre te será concebido-. Dijo finalmente en un lábil susurro, aún sin atreverse a levantar su mirada.
-¿Estas nuevas inclinaciones son consecuencia de su próximo compromiso con el príncipe de Moniac?-.
La princesa no pudo evitar sonrojarse, y con alarma miró de nuevo hacia Dannia, totalmente avergonzada.
-¡Dannia!-. Le recriminó en un bajo tono. -No es prudente tocar ese tipo de tema con tal insensibilidad. Por favor, no olvides tu prudencia-.
-Perdóneme princesa, pero le pedí libertad para el tema y me fue concebido-. Se excuso tranquilamente, encogiéndose de hombros y sonriendo con sutil diversión.
-ahh, de acuerdo-. Aceptó Emilia con un resignado suspiro. -Si eres tú, no puedo recelar nada-. Le sonrió cálidamente, un gesta ahora tan inusual en ella, que Dannia no pudo ocultar su asombro. -Con sinceridad, creo que él mayor detonante de mis desgracias es justo ese compromiso. No puedo…..alejar todos aquellos pensamientos que me atormentan. Todos sobre los tesoros irreemplazables que perderé, la familia que abandonaré en la lejanía, los mágicos y bellos lugares de los que disfrutaba tanto que el tiempo y el contexto perdían valor ante mis ojos y, los leales amigos…..-. Soltó sus brazos enlazados y dirigió una de sus manos a la mejilla de Dannia, acariciándola con idolatría. -amigos con un corazón de oro y los más puros y limpios sentimientos-.
-Princesa….-. Trató de decir Dannia, con voz rota por el dolor.
-Todo eso…-. Continuó Emilia. -hace que mis esperanzas se extingan lentamente, me ha dado la conciencia necesaria para saber……que la felicidad que creía me era propia y permanente, en realidad es casi tan temporal como el período de vitalidad de una hermosa flor bajo el más crudo invierno. Me demuestran…-. Apartó su mano de su mejilla y volvió a evitar su mirada, contemplando únicamente los temblorosos y sutiles movimientos de sus manos. -lo cruel e injusto que puede llegar a ser el destino ante aquellos cegados a la realidad y al sufrimiento. Ahora comprendo que soy un alma más en el infinito mar de sacrificios guardado por un bien mayor. Y el saber que ese será mi final….el resignarme a eso…..me destroza el alma-.
Dannia le miró en silencio largamente, reflejando en sus facciones, no lastima como Emilia esperaría, si no una sincera e inmaculada empatía. Con delicadeza tomó el rostro de la princesa, sujetándola desde el mentón y levantando su mirada hacia ella. Y entonces le sonrió, una sonrisa de significado tan puro e impoluto, que Emilia no pudo evitar el dedicarle el mismo afectuoso gesto. Ambas se miraron con fijeza a los ojos, diciendo, no con el candor de sus palabras, si no con la transparencia de sus miradas, cada infundado sentimiento, cada tortuoso pesar y cada grácil muestra de apoyo y comprensión que para ambas constituía un abrigo para el alma y el corazón.