DEAN ©
Capítulo 3
—¿Hoy tampoco vendrá? —escucho su voz apagada, disgustada.
—Lo siento mucho Amor —jodido doctor, cómo ansío apretar tu cuello hasta robar tu último aliento.
—Él dijo que vendría —solloza, obligándome a incorporarme sobre la cama.
Rápidamente la busco, ubicándola frente a la ventana. Se abraza a si misma, con la mirada perdida en las frías calles y su labio inferior temblando. Algo irreconocible punza mi pecho, ocasionando que me levante y avance hasta ella. Ni siquiera nota mi presencia cuando me coloco a su lado, sus ojos demuestran el jodido dolor que parece estar consumiéndola.
—Niña, ¿qué pasa? —cuestiono ronco, aún con los estragos del pesado sueño sobre mi. Voltea a verme con lentitud, clavando sus enormes orbes vidriosos en los míos. Nunca he consolado a nadie, y la niña no será la primera persona que me haga hacerlo. De hecho, no existe nadie que pueda conseguir provocar algo tan sentimental en mi. Sin embargo, ante su silencio y esos sollozos incontrolables no puedo hacer otra cosa más que elevar la mano hasta detener la rápida lágrima que casi cae en sus labios. Sin querer hacerlo disfruto del tacto de su cálida y suave piel —Niña —repito, impaciente.
—No va a venir —musita quebrada.
—¿Quién?
—Mi padre. Me obliga a estar aquí y luego ni siquiera se molesta en visitarme —suelta desconsolada —. Él me prometió que vendría.
—Veo que aún no has aprendido que los padres jamás cumplen con su palabra —niega confusa —. No debes sufrir por ello niña. Los padres nos crian y una vez hemos crecido ya no les necesitamos.
—Yo sí, es lo único que tengo.
—No sé qué jodida mierda hago consolándote niña, merezco un maldito puñetazo que me haga volver a ser quien soy —aprieto los ojos, sintiéndome malditamente mal por no poder controlarme —. Pero antes de que eso suceda quiero que te quede bien claro que te tienes a ti, no necesitas a nadie más. ¿Entiendes? —asiente, un brillo extraño en sus ojos —. Bien. Ahora ve al baño, date una ducha y cuando salgas no quiero ver más lágrimas —la observo ceñudo, jodidamente extrañado al no poder verla llorar. En cualquiera las lágrimas me resultan placenteras, sin embargo, en ella lastiman.
»—Qué mierda es esta —siseo rabioso cuando desparece de mi vista.
Derrotado me dejo caer de espaldas a la cama, enfocando el techo y tratando por todos los medios de recomponerme. No puedo ser así, jodida mierda que no puedo serlo. Necesito salir cuanto antes de aquí si no quiero volverme completamente loco. ¿Qué hace alguien como yo esforzándose por hacer sentir bien a otra persona? No soy así. Solo sé hacer daño, causar el mayor dolor ahí donde estoy, y lo mejor es lo mucho que disfruto de ello.
Verme debilitado por una niña enferma que nadie quiere es un problema. Deseo golpearme con tanta fuerza hasta volver a recobrar la compostura. Por suerte, ninguno de mis hombres ha apreciado esto, porque si se diera el caso, ¿qué clase de líder verían? ¿Uno débil que siente lástima por un ser inferior? Debo dar ejemplo, no puedo permitirme debilidades. Y jodida mierda esta niña parecía serlo.
O salgo cuanto antes de aquí o acabo jodido.
Unos aplausos me hacen incorporarme de golpe; el doctor.
—Eso ha estado bien Señor Kellerman —sonríe, observándome confuso —. Es agradable ver que no es tan malo como aparenta.
—Soy lo peor con lo que os podéis cruzar —mascullo, aproximándome —. Cambia a la niña de habitación, aléjala de mi.
—¿Por qué Kellerman? ¿Teme la compasión que Amor le produce?
—Cállate —ladro a escasos centímetros. El miedo surca sus ojos, sin embargo, se mantiene firme.
—Amor se quedará donde está, y usted también —sentencia —. Es la primera vez que alguien logra calmar el dolor que le produce el desplante de su padre. Y también es la primera vez que alguien como usted se esfuerza por lograr algo así.
No replico, me quedo callado, masticando sus palabras. La realidad es tan jodida que casi me desequilibra, es la maldita primera vez que me esfuerzo por evitar que alguien sufra. Ese no fui yo, algo así no está en mi naturaleza.
—Lo mío es asesinar doctor, producir el mayor dolor posible a cualquier que se cruce por mi camino —niega lentamente, parece meditar mis palabras.
—Bien, tal vez sea hora de cambiar eso.
• • •
Me acerco a la ventana del pequeño cuarto, deleitándome con el agua que impacta furiosa contra las vacías calles. Aquí todo está sucio y apesta a humedad, por lo que abro la ventana y disfruto de ese reconocido olor a tierra mojada. Es maravillosamente agradable apreciar al cielo tan atormentado, grita en relámpagos y se libera con el desagradable y fuerte viento que parece romperlo todo.
—Los tenemos —Iván aparece a mi lado. Como si leyese mis pensamientos me tiende un cigarro y se aleja nuevamente. Lo enciendo, dándole una profunda calada que me hace cerrar los ojos con placer.
—¿A qué esperáis entonces? —inquiero sin una pizca de lástima por esos crios.
—Abruzzi quiere negociar.
Me carcajeo divertido, volteando a ver a mi hombre —Sorpréndeme.
—Todos sus canales y su vida a cambio de la de ellos.
—Acéptalo —me mira sorprendido, queriendo replicar —. Aduéñate de todo, atrápalo y asesínalos frente a sus ojos. Déjalo vivo, de él me encargo yo —asiente conforme, sus ojos brillan con tan solo imaginar el sufrimiento que causará.
—Sus hombres se pondrán de nuestro lado.
—No me interesa —lanzo la colilla al suelo, apagándola de una leve pisada —. Somos suficientes, no necesito los perros de nadie más.
—¿Y si pelean?
—Les destrozáis —camino hasta detenerme frente a él —. ¿Por cuánto tiempo debo seguir aquí?
—El doctor dice que curas a gran velocidad, quizás sean sólo dos semanas más —sonríe divertido, quizás algo pasando por su jodida cabeza —. Ya que tú compañera es un muermo, podría traerte a unas putas.
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Editado: 21.09.2021