DEAN ©
Capítulo 7
Tallo mis ojos con cansancio, mi mano libre acariciando su sudada espalda. Su cuerpo convulsiona a causa de las arcadas y varios gemidos de dolor escapan de sus labios ante las largas horas que llevamos así. Con dificultad y la respiración agitada consigue incorporarse, no me mira, me da la espalda mientras trata de humedecer su rostro y enjuagar su boca.
He perdido la cuenta de la de horas que llevamos así, cada vez que se calma el vómito la ataca y debemos correr al baño. He llamado a las enfermeras, le han suministrado algún antibiótico pero dicen que no pueden hacer nada más hasta que el doctor no llegue. Y ese maldito gilipollas por el cual llevamos esperando desde el principio no da señales de vida. Pienso romperle las piernas, y luego las de su mujer para que aprenda a cumplir con su jodido trabajo.
—Niña —susurro. Atrapo su mano, entrelazando nuestros dedos y espero unos largos segundos hasta que voltea a verme. Sus pupilas dilatas, las lágrimas sobre sus mejillas y el dolor espirando por cada poro de su piel estrujan la bola en mi pecho de una manera irreconocible —. El doctor no tardará en llegar.
Asiente quedada, acortando la distancia y hundiéndose en mi pecho. La rodeo con fuerza, acariciando su pequeño cuerpo y sufriendo tanto como ella. Sus sollozos se golpean contra la tela de mi camiseta, y sus finos dedos la aprietan desconsolada.
—Duele mucho —musita quebrada, apretando los ojos con fuerza.
—Lo sé, sé que duele, pero tienes que aguantar —sin preguntar me agacho hasta tomar sus piernas y alzarla. Su cabeza descansa en mi hombro cuando abandonamos el baño y sus puños me aprietan cuando pretendo dejarla sobre su cama.
—No me sueltes —suspiro, acomodándome sobre el colchón con ella encima. Acaricio su melena, barro su espalda hasta alcanzar su diminuta cadera. Los sollozos parecen menguar con el paso de los minutos, sin embargo, pequeños temblores aparecen en su cuerpo.
—¿Estás mejor? —asiente. Sorbe su nariz; infantil. Sonrío —. El medicamento por fin te ha hecho efecto.
—Gracias —torpemente deposita un beso sobre mi pecho —. Esto ha sido asqueroso.
—Lo ha sido —concuerdo —. Pero no lo más asqueroso que he visto —ríe suave, llenando mi pecho de algo cálido y reconfortante —. Descansa niña —ordeno, enfocando el reloj y percatándome de que son las dos de la madrugada.
—No tengo sueño, además, en cualquier momento volveré a vomitar. No quiero hacerlo encima de ti —niego lentamente, divertido por su preocupación por mi cuando es ella la enferma.
—Cuéntame algo sobre ti, entonces —atajo.
—¿Qué quieres que te cuente? —me encojo de hombros, meditando la pregunta.
—¿Cuánto tiempo llevas ingresada?
—Seis meses —el asombro me golpea y el malestar no tarda en envolverme, ¿tanto tiempo aquí? ¿Sola? Jodida mierda.
—¿Qué hacías antes de estar aquí? —juego con su pelo, enredando esos mechones caoba entre mis dedos.
—Aburrirme —responde con algo más de fuerza —. Odio ir a clase, ¿sabes? Y para rematar e incrementarlo debía levantarme todos los días a las cinco de la mañana porque comenzaban a las seis. En muchas ocasiones deseé enfermar para no tener que acudir... no imaginé que se fuese a cumplir.
—¿Tú misma pediste ponerte mala? —cuestiono divertido a la par que incrédulo.
—¡Odio madrugar! —excusa alterada.
—Eres especial niña, especialmente tonta —masculle algo que no logro comprender pero que me hace reír.
—No me digas así —reprocha, y puedo imaginarme el bonito puchero sobre sus labios.
—¿Tenías novio? —cuestiono serio, la diversión parece abandonar mi cuerpo demasiado rápido con tan solo imaginarlo.
—No, pero me gustaba un chico —suspira. Jodida mierda, ¿en serio tenía que decirlo?
—¿Quién? Y no suspires —sin cuidado pellizco el inicio de su nalga, brinca en respuesta.
—Auch, Dean —se revuelve pero la mantengo pegada a mi. Mis dedos se hunden en sus caderas y no pienso dejar que se mueva.
—Responde —exijo molesto.
—Era el capital del equipo de fútbol.
—Pensé que no serías tan sencilla —mascullo, apretando la tela de su pijama sin cuidado.
—Era un chico adorable, discúlpeme por verlo como tal.
—A todas las chicas os tiene que gustar el maldito capitán del equipo de fútbol —ruedo los ojos con asco —, ¿qué hay del friki de los libros?
—Timmy se comía los mocos, era algo realmente repugnante —ruedo los ojos, asqueado ante la imagen. Sin embargo, ella ríe.
—¿Qué te hace tanta gracia?
—Estás celoso —canturrea. Arrugo el ceño, ¿le parece divertido?
—Sí niña, estoy jodidamente celoso —vuelve a reír, en serio tiene el maldito valor para hacerlo —. No quiero ningún capitán más es tu jodida cabeza.
—Y si lo tengo qué, ¿qué piensas hacer al respecto, Dean? —valiente.
—No pretendas buscarme niña, no te gustará nada lo que puedes encontrar —advierto sin gracia.
—¿Y si me gusta, qué? —se incorpora, sus manos a cada lado de mi cara, la distancia demasiado escasa. Sonríe, observándome como si fuésemos fuego.
Y joder si lo éramos, en cualquier momento arderíamos.
Con lentitud dejo que mis manos viajen por su fina espalda, alcanzando su nuca y apretando mi puño ahí. Su boca se abre ligeramente a causa de la impresión, y un ligero suspiro abandona sus labios. El deseo de probarlos me consume, electrocuta cada terminación de mi cuerpo y grita que me lance sin control. Me aproximo lo suficiente, nuestros alientos se mezclan, casi saboreo su sabor, y entonces, me detengo.
—No lo hará niña, acabarás llorando y temiéndome. ¿Quieres eso?
—Mientes —ejerzo más presión sobre su nuca, gime suave.
—A mi nadie me reta niña, no pretendas hacerlo y salir ilesa.
—¿Y si quiero salir destruida?
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Editado: 21.09.2021