DEAN ©
Capítulo 9
Demasiado rápido empujo la pesada puerta, el conocido olor dulzón pronto llega a mis fosas nasales y entonces, suspiro tranquilo. Barro la habitación en busca de la niña, encontrándola distraída sobre su cama. Observa atenta la tablet entre sus manos, su mirada concentrada y varios movimientos de nariz que me hacen reír.
Cansado me arrastro hasta alcanzarla, brinca cuando me dejo caer de golpe a su lado y su pequeña sonrisa no tarda en borrarse al ver mi aspecto. Ahora me observa alarmada, preocupada como parece hacerse costumbre. Ignoro mi horrible estado físico y atrapo su cadera. Hundo mis dedos en su carne y la pego a mi pecho, con necesidad escondo mi cabeza en el hueco entre su hombro y su mandíbula, e inspiro. Sonrío tranquilo, está conmigo, está a salvo.
—¿Dean? —gruño en respuesta, no queriendo hablar —. ¿Qué te ha pasado? —susurra, asustada. Su dulce voz parece una jodida melodía para mis oídos. Cierro los ojos, agradecido a tenerla entre los brazos —. ¿Estás bien?
—Ahora sí.
—Entonces, déjame decirte que apestas Dean —suelta, haciéndome reír —. En serio, ¿dónde has estado? ¿En un vertedero?
—¿Huelo peor que tú vómito de anoche? —un par de maldiciones escapan de sus labios. Pelea por separarse, pero sólo le permito lo suficiente como para quedar cara a cara.
—Estás lastimado —con desespero baña mi rostro. Sus manos viajan a mis mejillas, y aunque se esté manchando de sangre –ajena–, no se aparta.
—No es mía —revelo tranquilo, centrado en esos jodidos labios. Es un peligro tenerlos tan cerca, esos escasos centímetros que nos separan piden a gritos ser borrados. Tuerce el gesto, incómoda.
—¿Le has hecho daño a alguien? —pregunta inocente, puedo ver la duda en su mirada, el miedo a la respuesta.
Enfoco sus ojos, su verde me taladra buscando la respuesta, una que en realidad no quiere escuchar. Sin embargo, soltar mentiras no es lo mío, y aunque sé que no le va a gustar, no me detengo a la hora de decir la verdad.
—Sí niña, he lastimado a varias personas —resuelvo ronco, no queriendo decirlo en realidad. Porque ver la desconfianza en su mirada jode, jode muchísimo.
—¿Las has matado?
—¿Por qué buscas respuestas que no quieres escuchar?
—Porque espero que, todo eso que dicen sobre ti, no sea cierto.
—Todo lo es niña, no te engañes con lo contrario —reacio la hago a un lado —. No necesito que busques verme como alguien bueno, porque maldita sea, vivo para hacer el jodido mal.
—Para mi eres bueno —musita compungida.
—¡No lo soy! Joder niña, ¿es que acaso eres ciega?
—¿Por qué te enfadas conmigo? —dolida se acomoda sobre la cama. Me mira fijamente, lucha por contener las lágrimas, sin embargo, sus ojos se encuentran aguados.
Quiero golpearme por eso joder, ¿qué coño tengo en la puta cabeza?
—Niña yo... —meneo la cabeza, jodida mierda —. No quiero que te ilusiones con un jodido príncipe azul, no soy bueno niña. Soy lo jodido peor que puede existir, adoro hacer daño, lastimar es mi don, crear el caos allí donde voy. Sin embargo, contigo todo eso desparece.
—¿Soy así como...?
—Eres ese lado bueno que nunca existió en mi —sonríe, la felicidad se refleja en sus orbes. Niego arrepentido, dejo caer mi cabeza sobre la cama y cierro los ojos —. Merezco un puñetazo.
—¿Qué pasa? ¿Tú lado machito se siente debilitado? —la diversión en su voz me hace gruñir.
—Cállate —pellizco su muslo, volviendo a pegarla a mi. Un grito escapa de sus labios, siendo silenciado por mi pecho cuando presiona su rostro contra él.
—No hagas eso —reprocha pasados unos minutos, elevando la cabeza y conectándonos.
—No tengas la lengua tan larga —mascullo.
—¿Y si la tengo, qué?
—Que podías tenerla para otra cosa —el calor sube a sus mejillas rápidamente —. ¿Qué pasa? ¿Tú lado inexperto se siente avergonzado?
—Agg, te odio Dean apestoso.
—No intentes burlarte de mi, niña. Nunca acabarás bien parada —advierto con gracia.
—Ya me voy dando cuenta —suspira. Para mi sorpresa alza sus manos, apartando los mechones que caen por mi frente y se pegan a ella a causa del esfuerzo hecho horas atrás —. Acabarás teniéndolo tan largo como yo.
—Córtamelo.
—¿Qué? No soy peluquera.
—No estoy pidiendo nada especial, simplemente córtalo.
—¿Y si te dejo feo? —hunde su ceño, ¿en serio eso le preocupa?
—¿Olvidas que eso es imposible? —tuerce los ojos, sonriendo rendida.
—Lo que olvido es ese súper ego que posees —farfulle, apoyándose en mi pecho e impulsándose para incorporarse. Esta vez la dejo ir, acompañándola y caminando con ella hasta el servicio.
Me acomodo en el retrete y me concentro en observarla; como todos los días viste un pijama, esta vez de pequeñas porciones de pizza. Se mueve en silencio de un lado a otro, rebusca en los pequeños cajones del mueble, en lo que parece su neceser hasta dar con unas tijeras. Las toma con cuidado y entonces se acerca, la duda dominando todo su rostro.
—Me dejarás bien —animo, pellizcando la tela de su pijama y acercándola hasta hacerla quedar entre mis piernas —. Si no ya sabes lo que pasará.
—¿Qué pasará? —cuestiona, ladea su cabeza y espera confusa.
—Te cortaré las manos —muerdo mi labio, evitando reír ante su asombro.
—No tiene gracia —masculle con incomodidad.
—No pretendo que la tenga —finalizo. Vuelvo a tirar de la tela, esta vez hasta poder tomar su cadera y de un rápido movimiento la siento sobre mis muslos. Sus delgadas y cortas piernas quedan a cada lado de mi cuerpo, ni siquiera alcanza a rozar el suelo y eso me agrada; la tengo completamente controlada.
Un suspiro entrecortado escapa de sus labios, puedo sentir el nerviosismo emanar de su cuerpo. Con lentitud eleva las manos, toma un pequeño mechón y sin dudar demasiado cierra las tijeras sobre él. Los pelos caen entre ambos, algunos alcanzan el suelo, otros se pegan a nuestra ropa.
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Editado: 21.09.2021