DEAN ©
Capítulo 15
La pego a mi pecho con fuerza, rodeándola con los brazos y tratando de evitar que los cristales caigan sobre ella y la lastimen. La bola de mi pecho bombea furiosa, pero aún más asustada. Han sido tantas las veces que han intentado matarte que ya he perdido la cuenta, sin embargo, esta vez se siente completamente diferente. No solo podían haberme dañado a mi, sino que a ella también. ¿Quién en su sano juicio intenta matarte, y para añadir incentivo, lo intenta cuando estoy con mi reina?
No sé cuánto tiempo pasamos en el suelo, pero si el suficiente como para que la niña deje de sollozar. Su cuerpo tiembla cuando nos hago quedar sentados, ella sobre mi, con su cabeza sobre mi hombro. Ninguno hablamos, su miedo más mi furia están latente en todo lugar y parece ser suficiente.
De un momento a otro la puerta se abre, López ingresa, la preocupación marca todo su rostro, pero se disipa en cuanto me ve.
—¿Quién coño ha sido? —sisea enfadado, aprieta sus puños y sus ojos se hunden. No hablo, me mantengo en un silencio molesto tratando de cerciorarme que la niña está entre mis brazos.
—El doctor —musita, alza la cabeza y me observa. En cuanto sus vidriosos ojos se conectan con los míos, todo alrededor parece desparecer. Acuna mis mejillas con cariño y nos acerca —. Estoy bien —asiente buscando mi aprobación, así que acompaño a su gesto. Sin embargo, no se siente para nada real.
No está bien, aquí, sola, no estará bien.
—Te vienes conmigo —de un rápido movimiento nos levanto, varias cortadas se encuentran repartidas por mis brazos, pero las ignoro. Me dedico, únicamente, a examinar de pies a cabeza a la niña.
—No tengo nada Dean, estoy bien —repite con insistencia.
—¡No lo estás! —bramo, da un pequeño salto y me observa en silencio —. Podías haber muerto, ¿es que no lo entiendes?
—Pero no lo he hecho —se acerca y toma mi nuca, obligándome a mirarla —. Digamos que solo ha sido un susto —sonríe, pero esta vez no me tranquiliza, mucho menos disipa las ansias de sangre.
—Voy a encontrar a ese hijo de perra —comienzo, tomando su cadera y pegándola a mi pecho —, y a matarlo de la manera más dolorosa posible.
—No.
—Sí, nadie daña a mi reina.
—¡Pero es que nadie me ha dañado! —ignoro sus reproches y uno nuestras bocas. La beso con necesidad, tratando de alejar ese miedo que me dominó cuando creí que podían hacerle daño. Me sigue con deseo, luchando por ser capaz de alcanzar mi ritmo, dejándose hacer, entregándose.
—Y nadie, nunca, lo hará —finalizo ronco.
Rendida acaba asintiendo, evito sonreír y nos saco de ese jodido caos. El pasillo, extrañamente, se encuentra sumido en un silencio perturbador. La mayor parte de mis hombres se encuentran aquí, serios, rabiosos, deseando recibir la orden de caza. La niña se pega a mi pecho, probablemente, intimidada; la rodeo con los brazos y tranquilo, nos saco de toda esta mierda. Todos asienten cuando paso por su lado, y no es hasta que llego al final del pasillo que hablo:
—La caza acaba de comenzar.
—¿La caza? —cuestiona cuando las puertas del ascensor se cierran. Bajo la mirada y la enfoco; tan pequeña, inocente y pura. Tanto para alguien como yo.
—Van a encontrar al doctor y me lo van a entregar.
—¿Y qué vas a hacer con él? —vuelve a preguntar, cauta.
—Bailar un tango —siseo, algo molesto ante tantas preguntas evidentes —. Niña, sabes lo que soy, no busques y pretendas encontrar lo contrario.
—Pero no quiero que le hagas daño —musita afligida —. Tiene hijos, ¿lo sabes? Es muy doloroso perder a un padre o una madre. Yo perdí a la mía y no hay día que no me duela —mierda, una y mil veces niña.
—Y yo podía haberte perdido a ti, ¿lo entiendes?
—Ese es un riesgo con el que tendremos que vivir —sentencia elevando la barbilla.
—No digas eso —gruño.
—Dean, sabes en qué clase de mundo te mueves, y sabes lo que eso conlleva —escondo mi cabeza en su cuello, negado a esa jodida realidad. Con su ternura que tanto me gusta acaricia mi nuca —. ¿Por qué querría el doctor ma... matarte?
—No lo sé, pero no tardaré en averiguarlo.
• • •
Que la niña se quedase en mi casa no era una opción; vivirá conmigo y me encargaré de mantenerla a salvo. Mis hombres ya están al tanto, y Tyler se ha encargado de buscar a buenos médicos a los que no les importa recibir dinero negro. Nadie ha puesto queja alguna, aunque también dudo siquiera que se atrevan a hacerlo.
Esto será temporal, ya que tener a la niña junto a todos estos enfermos no es algo que me agrade. Sé que nadie le pondrá un dedo encima, aprecian sus miserables vidas. Pero aún así no es lugar para alguien como ella, y en cuanto cace a ese hijo de perra, me encargaré de llevarla a su sitio.
—¿Te gusta? —inquiero, centrado en cómo analiza todo. Estamos en mi habitación, si bien es el lugar más cómodo y seguro, no se ve demasiado agradada con estar aquí.
—No —revela —. Esa gente no me gusta, tampoco como me han mirado esas mujeres.
—Mis hombres son inofensivos para ti, y las putas solo están ardiendo de los celos.
—Me gustaba el hospital... me sentía cómoda —se abraza a sí misma, y me encara. Una mueca incómoda se mantiene adherida a ella.
—Allí no estás a salvo —repito, aproximándome hasta tomar sus mejillas —. Aquí nadie se atreverá a tocarte, además, seguirás recibiendo tus medicinas.
—No saldré de aquí.
—Bien, avisaré para que te traigan la comida.
—Y tú no me dejarás sola —advierte preocupada.
—No te dejaré sola niña, ni loco.
—Y debes avisar a mi padre, dile dónde estoy, aunque no le dejes que venga a verme... este no es lugar para él —aparta la mirada, incómoda.
—Sé que tampoco lo es para ti, pero hasta que no termine unos asuntos, no podremos irnos de aquí. Tengo una casa a las afueras, a pie de playa... te gustará.
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Editado: 21.09.2021