DEAN ©
Capítulo 18
Como todos los días, la fuerte y molesta alarma, resonó contra las sucias y gastadas paredes del orfanato. Todos los chicos de mi habitación lanzaron reproches al aire, pero ninguno tardó más de un minuto en abandonar el duro colchón y salir de la habitación. Yo, por el contrario, me mantuve estático, mirando al techo. No pensaba nada en especial, solo sentía odio en mi interior, mi cabeza dolía de tanto rencor acumulado y mis músculos parecían entumecerse ante la necesidad de golpear a alguien.
Era la primera vez que sentía algo así con tanta intensidad, las otras pareces podía disiparlo con facilidad, pero en este momento, casi parecía que el odio estaba por dominarme. Aun podía sentir la voz de Timmy, esa alegre y aguda voz que nos hacía reír en medio de toda esta mierda. Todas las mañanas se tiraba sobre mi cama, besaba mi mejilla y me aseguraba de que no nos quedaba demasiado tiempo aquí. Que, él mismo se encargaría de que eso fuese posible.
Hoy ya no escucho su voz, en el aire ya no baila su extraña alegría, en mi interior ya no hay ningún tipo de esperanza. Todo se esfumó tan rápido que todavía me cuesta creer que él ya no está, parece fruto de una mala pesadilla, con la única diferencia de que esta es real. Timmy no está porque entregó su vida por salvarnos, y el resultado de esa estupidez fue que ni nos logró salvar, ni él consiguió salir ileso.
El juro ayudarnos, y ha tenido que morir para intentarlo. Yo te juro Timmy, que vengaré tu muerte.
—¡Dean, mueve el culo! —el grito de López no me asusta, ni siquiera logra que me mueva —. ¡Vamos, hermano, ya vienen!
Cierro los ojos con fuerza, lanzando un profundo suspiro al aire y entonces, sin querer hacerlo, me levanto. El frío aire no tarda en golpear mi cuerpo, mi piel se eriza ante la temperatura, y no tardo demasiado en convulsionar como un idiota. Es absurdo, ya tendría que estar acostumbrado a esto, llevaba más de ocho años aquí encerrado, pero el frío calaba tan profundo que el cuerpo era incapaz de acostumbrarse a él. Si le sumamos que estamos en invierno y que el pijama que visto está repleto de agujeros, dificulta todavía más el hecho de soportar las bajas temperaturas.
—¡Venga, date prisa! —apura desde la puerta, mirando con pánico a su derecha.
Con algo de prisa, por su casi ataque de nervios, abandono la habitación y corro detrás de él. Nos movemos por los extensos pasillos repletos de moho hasta alcanzar la larga fila que da al baño. Como cada mañana, debemos ducharnos, todos juntos, para dar paso al comienzo de las clases. Se podría decir que, con el horrible tiempo, una ducha no viene mal. El problema es lo fría que está el agua, lo que nos obligan hacer ahí dentro y todo lo que sus sucias bocas son capaces de decir.
—Estás loco, si te llegan a encontrar en la habitación te habrían... —deja la palabra en el aire, el miedo en sus pequeños ojos, los nervios en todo su cuerpo.
—No me han encontrado, no tienes de qué preocuparte —aclaro sin interés.
Iván llegó aquí cuando teníamos ochos años, ahora que tenemos trece se había convertido en mi única compañía después de Timmy. Era un buen amigo, no podía negarlo. Se preocupaba por mí, trataba de estar siempre al pendiente de que no me encontrasen haciendo algo que no debía y, bajo ningún concepto, me dejaba solo. Podía agradecerlo o ser amable con él, pero simplemente no era capaz de mostrar otro tipo de emoción que no fuese odio. Aun así, él jamás me había reprochado nada y yo le agradezco el hecho de que respete mi forma de ser y no haga demasiadas preguntas.
—Moveros —la asquerosa voz del viejo nos hace avanzar hacia el interior del baño. Las amplias duchas pronto quedan a mi vista, los compañeros que ya están bajo el agua tiemblan sin control y las miradas de varios trabajadores están sobre ellos. El deseo brilla en sus miradas, la enfermedad destila con intensidad. Un nudo se forma en mi garganta, aprieto los puños a mis costados.
—¡Muévete! —sin cuidado, uno de ellos me empuja, haciéndome avanzar hacia el interior —. Quítate la ropa —exige, una sonrisa asquerosa sobre sus agrietados labios —. ¿Necesitas que te ayude? —no me muevo, no pestañeo, ni siquiera respiro. Solo puedo concentrarme en esa necesidad de arrancarle la sucia sonrisa de sus labios.
Sin esperar respuesta y con demasiada brusquedad, toma el inicio de mi camiseta, trata de sacarla por mi cabeza, pero antes de que pueda lanzo un golpe seco a su garganta. Con la sorpresa tiñendo su mirada, se inclina hacia adelante, toma con fuerza la zona golpeada y no tarda en caer de rodillas. Sus vacíos y enfermos ojos se aguan, y no es hasta que sus compañeros se aproximan que me doy cuenta de lo que acabo de hacer.
Sonrío cuando lo veo acostadoen el suelo, luchando como un pequeño cachorro por encontrar oxígeno,desesperado por no conseguirlo y asustado por lo que se aproxima.
Alguien toma mi brazo con fuerza, me arrastra fuera del baño y grita algo que no soy capaz de entender. Solo puedo enfocar al monstruo que se retuerce mientras pierde la vida, una sensación demasiado placentera recorre mi columna, lanzando un fuerte escalofrío a mi cuerpo.
—No volverás a abusar de nadie —musito, viéndolo cada vez más alejado de mí.
Sé lo que viene ahora, pero poco me importa. Él ha sido el primero, todos los demás caerán poco a poco.
• • •
Con demasiada dificultad logro llegar hasta las gastadas escaleras que utilizo como banco siempre que tenemos nuestro tiempo de descanso. Iván me espera ahí, sus manos se retuercen con nerviosismo y no es hasta que me ve que su rostro se desfigura.
—Estoy bien —es lo único que digo cuando llego hasta él. Trato de acomodarme lo más cuidadosamente posible, pero es inevitable que todo mi cuerpo se retuerza en dolor cuando me dejo caer sobre el cemento.
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Editado: 21.09.2021