Un Caso Perdido

UNO

Dos años atrás.

El sol iluminaba todo el lugar, pero el viento hacia que no me dieran ganas de quitarme el suéter blanco que me regalaron hace años. 
 


Como es costumbre en este lugar, los vecinos llenan sus vidas vacías con todo el ruido que pueden, algunos martillando, otros con canciones del verano pasado a todo volumen y mi familia hablando más fuerte de lo necesario.

Estoy sentada en el último escalón del pórtico, viendo como una hormiga lleva un trozo de comida demasiado grande para ella sola. Pequeña amiga, solo deberías rendirte. ¿Para que trabajas tan duro? Nadie te felicitará por tu esfuerzo.

El viento mueve algunos mechones frente a mi rostro y los dejo ahí. De nuevo siento un vacío grande en mi pecho pero sé que así son las cosas. Que no vale la pena hacer nada.

Ahora alguien empieza a hacer ruido con una herramienta que no me sé su nombre. Suena como si fuera una aspiradora, quizás lo es.

Cierro los ojos.

Ladridos de un perro y unos niños gritando.

Sé que no soy la única persona en el mundo que se siente así pero, siento que en mi mundo, soy la única. Mi hermano Esteban nunca ha mostrado señales de depresión. Sé que mis padres no son necesariamente felices con sus vidas pero cada vez que hacia mis chistes suicidas, me decían que no jugara con eso.

No eran chistes, eran verdades disfrazadas con humor básico.

Ahora ya no me siento así pero hay días donde parece que las cosas carecen de sentido. En esos días no hago mucho. Sé que la vida es lo que hay ahora y sé muchas cosas que las aprendí leyendo libros de autoayuda pero... a veces no tengo ganas de auto ayudarme.

Recuerdo cuando Matt y yo jugábamos aquí. En esos días parecía que la vida tenía más colores y como si hubiera una canción alegre todo el tiempo sonando en el fondo. En esos días mi familia ya era imperfecta pero al menos, pasábamos ratos juntos.

Esos días ya se fueron.

Frente a mi pasa el señor Miguel, que todos le dicen "Don Miguel" de cariño, con su carreta llena de cartones sucios que la gente los tira sin pensarlo dos veces pero para él son como una mina de oro. Creo que los vende o algo así, no le pagaran mucho por lo que veo pero al menos le sirve para tener comida.

Eso es lo que he pensado últimamente.

La vida realmente carece de objetivo. Tenemos que trabajar para comer pero comemos para trabajar. Dormimos para poder despertar y luego, volvemos a dormir. Bueno, eso si no eres adinerado. Si eres de esos suertudos hijos de papis ricos, seguramente haces lo que se te da la gana.

Los envidio tanto.

— ¡Mi farfalla! —me saluda Don Miguel.

Río, me pongo de pie y camino hacia él, quien no se detiene pero caminamos lento, al paso de un hombre de 70 años.

Don Miguel se encontró una vez un diccionario en italiano, desde ese día se aprende una palabra al día. Uno de esos días, se aprendió la palabra Farfalla, que según él significa mariposa. Nunca lo he comprobado.

— ¿Cómo va su día? —pregunto, caminando a su lado, agradecida que me saque de mi aburrida rutina.

Él suspira. —Dios bendice unos días más que otros, pero siempre bendecido.

Sonrío pensando en cómo este hombre siempre habla de Dios. A decir verdad, él habla de muchas cosas, la realidad es, Don Miguel no tiene nada de ignorante. En su juventud era maestro en una escuela pública, se graduó de contador y por varios años trabajó en un banco que ya no existe. Don Miguel tenía hijos y una esposa, pero luego de un accidente los perdió a todos.

Veo sus zapatos que están demasiado rotos como para ser usados, pero él los necesita y por eso no los tira.

Si tan solo tuviera dinero, le compraría todos los zapatos que me pidiera.

Mis ojos se llenan de lágrimas. A veces, odio la vida más que otros días. No puedo creer que alguien tan bueno y educado como Don Miguel tenga que pasar sus últimos años de esta manera, lidiando con la vida siempre con la esperanza que quizás mañana todo mejore, pero ese mañana no va a mejorar. Probamente va a empeorar.

— ¿Cómo estas tú? —pregunta.

Trago saliva. —Pues no sé, supongo que bien pero... ya me conoce.

Él sonríe. —Niña, sé que tienes mucha luz en tu corazón, no dejes que nadie te apague.

Suspiro. Don Miguel es de las pocas personas que se preocupan por mí, lamentablemente no puedo pasar mucho tiempo con él.

—Cuando gane la lotería, le compraré una casa al lado de la mía. —le digo sabiendo que es muy poco probable que eso pase, pero si pasa, quiero mantener mi promesa. Quiero que Don Miguel viva la vida que merece.

Sonríe. —Y si yo me la gano, nos vamos a la playa.

A pesar de su edad, él me ha dicho que nunca ha conocido la playa. Siempre me dice eso, que iremos a la playa.

Su hija estaba embarazada cuando fue el accidente y murió. Siempre me dice que yo me parezco a su hija y un día me enseño la foto. No somos iguales pero los ojos y la boca son bastante similares.

Mi teléfono suena y sé que es mi madre llamándome para que vuelva. Don miguel asiente con la cabeza, como diciendo "entiendo, ve"

—Nos vemos —me despido y doy la vuelta.

De vuelta a la soledad. 

 

Un año después, Don Miguel murió sin ganarse la lotería o visitar la playa.




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