Un Caso Perdido

VEINTIOCHO

Me desperté temprano y mientras que Conrad seguía dormido en la habitación de mi hermano, yo me decidí en cocinar algo para el desayuno.

Tomo cuatro huevos y los parto para verterlos sobre un sartén que ya está caliente, frío unas salchichas y pongo dos rodajas de pan en el tostador. Pongo varias fresas dentro de la licuadora, agrego un poco de leche y dejo que se licúe todo junto. Me aseguro que el resto de mi comida no se queme mientras corto unos trozos de sandía que quedaba por la mitad en la nevera.

Poco después, todo está listo. Tomo los platos favoritos de mi mamá, unos de cristal transparente que compró hace años pero que casi nunca usó. Coloco la comida de la mejor manera, buscando imitar a los chefs que a veces veo en la televisión. Vierto el licuado de fresa en unos vasos de vidrio y los llevo a la mesa. No sé a qué hora despertará Conrad pero seguro tendrá hambre.

Termino de colocar todo lo necesario en la mesa y antes de regresar por los cubiertos, me detengo.

“Mírate, Amalia” pienso.

Aquí estoy, preparándole el desayuno al popular deportista de la escuela. Suelto una risa debido a ese pensamiento. Pues, ¿Qué puedo hacer? No lo voy a dejar con hambre, es básicamente un invitado. Además, yo también quiero comer todo lo que preparé y puedo pedirle que me ayude a lavar los platos después.

Quizás solo estoy buscando ocupar mi mente y evitar pensar en lo que pasó ayer. Lo que él dijo de mí, sus sentimientos hacia mí. La forma en que lo abracé. Todo. Fue mágico pero impredecible. ¿Sería una situación generada por la tensión del momento? Quizás no se siente así por mí, quizás no me quiere de esa forma.

Conrad finalmente baja. Lleva una camisa de mi hermano y le queda algo ajustada. Le dije que podía tomar cualquier prenda de mi hermano, que todas estaban limpias y que mi hermano ya no las usa, él solo usa su ropa de tiendas de segunda mano para evitar la contaminación y explotación.

—Buenos días. —Sonríe al ver toda la comida.

Trato de parecer desinteresada al decirle: —Puedes comer, si quieres.

Él se acerca hacia mí y se detiene a pocos centímetros.

Aun no sé exactamente qué pasó ayer por la noche. No he llegado a la respuesta del porque me lancé a sus brazos y le dije lo que le dije. Ahora no puedo detener el enrojecimiento de mis mejillas cada vez que pienso en Conrad.

¿Qué me está pasando?

— ¿Preparaste todo esto para mí? —me pregunta y yo no puedo verle a los ojos.

Me encojo de hombros. —También para mí.

Conrad lleva su mano hasta mi coronilla y me da una palmaditas suaves. —Gracias.

Asiento, aun con la mirada retirada de la suya. —Vamos, tengo hambre.

Conrad se sienta y yo lo hago igual frente a él. Prueba la comida y me dice que le parece muy deliciosa. Tampoco es tan especial pero él lo hace ver como si estuviera degustando un platillo exclusivo y creado por los mejores chefs del mundo.

—Me quiero hacer otro tatuaje. —Suelta de repente.

Le doy una mordida a mi pan. — ¿Otro?

Él asiente. —Si —mastica—, pero después que salga de la escuela.

Le doy un sorbo al licuado que salió bastante bien, no necesitó de azúcar porque las fresas ya están naturalmente dulces. — ¿Ahora de qué?

Me señala. —De ti.

Casi me ahogo con mi licuado. ¿Qué? Está loco.

—Estás loco.

Él suelta una carcajada. —Bromeo, pero no te diré aun. Ya lo veras.

Niego. — ¿y donde lo quieres?

Mientras mastica una salchicha frita, piensa observando el techo. —Creo que en el ante brazo o en la espalda. O en la muñeca.

Me gustan los tatuajes pero Conrad ya me contó su experiencia y todo el dolor que sintió cuando se los hizo, especialmente el del monigote. Afirmó que el dolor no lo valió.

—Bueno, pues espero que logres tener otro para tu colección.

Sonríe de lado. —Tú necesitas comenzar una colección.

Niego varias veces con la cabeza. —Mira, si puedo evitar cualquier tipo de dolor lo haré. Me gustan los tatuajes y todo pero necesito tener mucho valor.

Asiente. — ¿Y si nos hacemos uno juntos?

Lo dice como si hacernos unos tatuajes juntos elimina el factor del dolor. Por supuesto que no lo hace.

Resoplo. — ¿Y si terminamos odiándonos y esos tatuajes solo nos recordaran a nuestro peor enemigo?

Conrad clava el tenedor en el resto de la salchicha que queda en su plato. —Es imposible que nos odiemos, ya pasamos esa etapa.

Ruedo los ojos. —Podríamos volver a esa etapa.

Niega. —No, ya quiero regresar a la escuela para ver la cara de todos cuando se enteren que somos… amigos.

Mi corazón pega un brinco recordando lo poco pero significante que sucedió ayer. Estoy segura que los amigos comunes y corrientes no tienen esos momentos.

Antes de darle otro bocado a mi comida, pregunto: — ¿Seremos amigos en la escuela?

Conrad deja su cubierto a un lado y frunce el ceño. — ¿Crees que dejaría de hablarte solo por guardar mi reputación?

Me encojo de hombros sin decirle nada pero me alegra un poco que Conrad no me haya contestado dudando. Me hace un poquito feliz que quiera seguir en buenos términos conmigo cuando regresemos a la escuela.

Conrad suspira. —No, Amalia. Estas de mala suerte, ahora seré tu amigo por el resto de nuestra vida escolar. Me tendrás ahí todo el tiempo, alejaré a los chicos que te inviten a citas y cosas así, seré toxico.

Sonrío y pongo los ojos en blanco. —No te daré copia de mi tarea.

Él hace un puchero. —Qué mala amiga eres.

Llevo el licuado hasta mi boca y trago. Pienso en la palabra “amiga” entonces ahora sí somos amigos, ¿no? ¿Completamente amigos? ¿Mejores amigos?  

Quiero creerle a Conrad que esto que tenemos no se acabará luego que las vacaciones finalicen pero, ¿y si todo cambia? ¿Y si de pronto prefiere seguir fingiendo para mantener su fachada de persona sin puntos débiles?




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