Un Chico Llamado Amor

UNO

 

Era diciembre cuando lo conocí.

Durante este mes tan hermoso, me preparé para salir de compras con mamá antes que los centros comerciales se llenaran de personas que compran los regalos a última hora.

Reviso el último mensaje de Jenny, me está avisando sobre una fiesta en su casa el próximo sábado. Me gustaría ir pero estaré ocupada en casa ayudándole a mi hermano con el árbol de navidad y todas esas cosas. Jenny lo sabe pero aun así me invita, es algo que siempre suele hacer, aun si no voy a todos los lugares con ella siempre se asegura de preguntarme si quiero ir.

El clima está frio, lo suficiente para que use mi suéter rosa de lana y mi bufanda tejida por mi abuela de hace tres años. Mi ropa recién lavada tiene un olor dulce, mamá usa un detergente para lavadora con aroma a sandia, es mi favorito. Veo mi cama y varias prendas han quedado sobre ella, me decido que luego la arreglaré.

Me pongo mis botas marrones, ajusto mi ropa y me reaplico el brillo labial que está a punto de terminarse. Abro la puerta y Macaroon entra corriendo y girando en círculos a mí alrededor. Macaroon es nuestro perro, es un dálmata de casi un año.

—Macaroon, si vuelves a morder mis zapatos dejaré de defenderte de mamá —le advierto, él me mira y se para en dos patas sobre mi pantalón. Espero que no lo esté ensuciando.

—Mac —llama Oliver cuando se asoma a mi habitación—. Deja a Lily, te va a regañar.

Oliver mi hermano de diez años se asoma para llevarse a Macaroon o a “Mac” como él lo llama. El perro se mueve lejos de mí y se va del lugar con mi hermano. Yo suspiro antes de salir y cerrar la puerta, bajo las escaleras para encontrarme con mi madre que ya está lista para irse.

Yo me despido de papá gritando un “Adiós” y salgo por la puerta de la entrada, voy hasta el auto y me siento en el lugar del pasajero. Mamá entra, ajusta sus espejos luego de colocarse el cinturón de seguridad y me pide que haga lo mismo.

—Vamos de compras —sonríe ella, emocionada de seguir con esta tradición de madre-hija.

—Vamos de compras —repito sonriéndole, aunque no soy una amante de comprar ropa me la paso bien con mamá, solemos comer algo delicioso en algún restaurante y ver las novedades en las tiendas aunque no compremos nada.

 

Las tiendas tienen grandes carteles con letras llamativas promocionando sus ofertas, descuentos y deseando felices fiestas. Mamá entra a cada tienda aunque no ha comprado casi nada, yo he visto algunas prendas que me gustan pero ella me pide que compre algo más que camisetas sueltas y blusas en tonos rosados. Entonces no me quedan muchas ganas de comprar diferente.

Entramos a otra tienda, es más pequeña pero parece que hay algunas prendas interesantes. Me muevo donde están las camisetas y comienzo a mover las perchas metálicas una a una, intentando encontrar algo que me guste y que sea de mi talla.

— ¿Necesitas ayuda? —pregunta un chico como de mi edad, seguro de lo que trabajan a medio tiempo.

Nunca me ha gustado que me ayuden con la ropa, sé que literalmente les pagan para ofrecerte su ayuda pero yo prefiero que me dejen viendo las prendas a solas. No sé, me pone un poco incomoda que me sigan todo el tiempo. —Ah, estoy solo viendo, gracias.

El chico asiente. —Si necesitas ayuda, dime —señala hasta el otro lado—. Por allá están las nuevas prendas de esta temporada, ¿Buscas algo en específico?

Niego sin verlo mucho, intento mantener mi mirada en la ropa para que entienda que quiero que se vaya. Mamá se acerca con tres blusas sobre su brazo. —Oh, disculpe, ¿Los probadores?

El chico le responde: —Claro, déjeme mostrarle —se ofrece para cargar las blusas—. ¿Ya vio las nuevas prendas? Hoy tenemos un descuento de quince por ciento.

Ellos se alejan y yo suelto el aire. Me alegra que al fin se apartó, ahora sí veré la ropa a solas y en paz. Mientras reviso las camisetas tomo dos, una morada simple y otra con un corazón bordado negro de algodón blanco.

— ¿Te las vas a probar? —pregunta el chico acercándose de nuevo, ni siquiera me di cuenta cuando regresó.

Levanto la mirada. Es unos quince centímetros más alto que yo, su cabello es de un rubio oscuro y sus ojos son verdes. Está sonriendo ampliamente presumiendo indirectamente sus dientes blancos y rectos. —Um, no gracias.

Él frunce un poco el ceño, aunque rápidamente relaja su expresión. — ¿No?

Niego, soy buena comprando ropa sin probármela. —No, estoy bien —me muevo hacia otra parte, donde una señora como de la edad de mi madre está buscando ropa también.

Paso las perchas y la señora me dice: —Tanta ropa y no sé qué llevar —suelta una risa amigable.

Yo le sonrío. —Sí, lo sé.

Ella señala la camiseta morada, la que sostengo entre mi brazo. —Qué lindo ese color, es el favorito de mi hija, ¿Dónde la conseguiste?

Señalo hacia atrás. —Por allá.

Ella me sonríe cordialmente y se mueve a donde le señalé. Yo sigo con lo mío mientras pienso en lo fácil que es para mí hablar con extraños que son veinte, treinta o cincuenta años mayores que yo pero no me gusta entablar conversaciones con personas de mi edad.

—Tu mamá se está probando más ropa —me indica el chico quien ahora está a mi lado.

Yo dejo mi rostro de amabilidad y muestro como me siento realmente: irritada.

¿Esto está bien? Bueno, no es como si el chico estuviera siendo grosero pero no me gusta que me siga ni que me hable, tal vez solo debería decírselo. Lo único que hago es cruzarme al otro lado, para ver algunos vestidos largos.

—Disculpa —dice él cuando aparece por cuarta vez a mi lado—. Me llamo Steve, no quiero molestarte pero soy nuevo en la ciudad y no conozco a nadie.

Lo miro con la expresión más seria posible. —Ah, ya veo.

Él suelta una risa nerviosa. —Pues, ¿Puedo saber tu nombre? No es para nada raro, digo, ¿Cuántos años tienes? Tal vez vamos a vernos en la escuela.




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