𝐍𝐚𝐫𝐫𝐚 𝐌𝐞𝐥𝐢𝐬𝐬𝐚:
Ingreso a la habitación donde tenemos nuestros bloques, me quito la peluca, abro mi casillero y me miro en el pequeño espejo que tengo en la puerta. Siempre que intento llevarle una sonrisa a un niño salgo de aquí con el corazón hecho trizas. Cuando decidí estudiar medicina y luego escoger pediatría supe que sería duro, ver tantos pequeños sufrir enfermedades terminales hacen que una tristeza invada mi alma. Es por eso que decidí que además de ser su pediatra sería la portadora de sonrisas.
Mis padres no lo aceptaban, ellos querían que tuviera una vida lejos de los hospitales, pero está profesión y deseos de salvar vidas corre por mis venas. Ayer cuando ingresó ese pequeño de ojos verdes y cabello marrón, algo en mi corazón se estremeció y sentí una electricidad cuando su manito sujetó la mía, aún con sus ojitos cerrados, apretó con fuerza mi mano y mi corazón dolió cuando de sus temblorosos labios salió un «—No te vayas mami.—» pero más me dolió conocer su historia, mi padre me la contó ese día cuando llegué llorando a su oficina, él conocía ese caso de primera mano, había estado con Brian aquella noche donde la mamá del pequeño había perdido la vida.
Solo lamentaba el padre que le había tocado, no me quería cerca del pequeño y no sabía porque, solo quería hacerlo sentir bien, que la tristeza que se veía en sus ojitos se esfumara. Así que lo lamentaba por ese viejo amargado, pero yo seguiría con mis visitas.
Termino de quitarme la pintura de mis ojos y observo mis pecas, «Lluvias de estrellas.» sonrió al recordar las palabras del pequeño, siempre odie tener estás manchas en mi rostro, pero nada podía hacer, tenia que vivir con ellas, ahora las quiero siempre en mi rostro para ver el brillo de sus ojos al tocarlas.
—Meli, ¿Ya vas de salida?.— miro sobre mi hombro al chico más guapo del hospital. Emanuel, era un recién llegado a este hospital, un cardiólogo extraordinario, todas están detrás de él soltando suspiros, yo también lo estuve, pero ahora algo cambió y ya no se cómo quitármelo de encima.
—Si, ya me voy a casa. Mi turno finalizó hace unas horas, pero estuve con el grupo de payasos.— lo veo caminar hasta mi, con sus manos en los bolsillos, se ve muy apuesto, su cabello oscuro, sus ojos marrones y sus facciones masculinas, junto con su cuerpo bien formado, provocan que se me haga agua en la boca, pero no como meses atrás, que deseaba saltar encima de él.
—Te invito a cenar.— sonríe mientras toma un mechón rojo de mi cabello y lo enreda en su dedo.
—Vale, solo espérame un momento. ¿Nos encontramos en la salida?.— le propongo, mientras ideo un plan en mi mente para cenar e irme sola a casa.
—Entonces, nos vemos en un momento.— se gira y se marcha. Me cambio de ropa, tomo mi bolso y salgo en busca de mi amiga Abi, ella sabrá cómo ayudarme.
—¡Abi!.— la llamo, mientras corro por el pasillo hasta donde ella está. Su cabello oscuro está amarrado en un moño alto, sus ojos reflejan alegría, no se como le hace.
—¿Qué sucede chica?.— me pregunta una vez nos saludamos.
—Necesito un enorme favorcito.— pongo mis manos en forma de súplica, con ojitos de cordero degollado.
—Anda, habla. ¿De quién debo salvarte?.— me dice con cara de pícara.
𝐍𝐚𝐫𝐫𝐚 𝐑𝐨𝐝𝐫𝐢𝐠𝐨:
Salgo de la habitación un momento, aprovechando que Tahiel duerme, necesito ir por algo de alimento al bufet, comer algo mientras me hago a la idea que mi hijo está enfermo, necesita una cirugía y debo confesar que tengo miedo. Perder una vez más a alguien que amo no se si lo soportaría, se que es fuerte, todo lo que dijo la doctora a pesar de todo es bueno. Una cirugía, un tiempo de recuperación, muchos cuidados con él. En este hospital existe un solo especialista que hace aquellas intervenciones y no se muy bien quien es. Mañana lo vendrá a ver y ahí me dirá que sigue, así tenga que dar mi propio corazón para que él siga con vida, lo haría. Verle sonreír era lo que más me fascinaba de mi pequeño, él irradiaba tanta luz, que me hacía sentir fuerte. Cuando vi a esa residente con Tahiel, me provocó un escalofríos en mi ser, imaginé a Annie, que seria ella quien estaría en el lugar de aquella joven mal educada. Sentí rabia por como ella se tomó atrevimientos con mi hijo, hacer que él se encante con ella no me gustó. Desde que ella salió por la puerta de su habitación Tahiel no me habla más que para pedirme alimentos, decir que algo le duele o pedirme agua, se enojó conmigo por como corrí a su chica de estrellas.
Giro en dirección a la cafetería y ahí está, su cabello rojo cae sobre sus hombros , lleva un pantalón de jeans azul oscuro, una blusa en color fucsia, su rostro es tan blanco que sus pecas marrones resaltan con intensidad. Mis ojos recorren su cuerpo, es tan pequeña, pero con sus curvas en sus lugares exactos. La veo hablar sin parar con una morena, camino unos pasos más para lograr escuchar que dicen.
—Ema, él no es malo y confieso que si me gustó en un tiempo. Pero ahora ya no.— hace muecas con sus labios.
—¿Dónde van a estar?, Puedo llamarte porque la doctora Adriana pide por ti.—
—Si, di eso por favor. No quiero pasar más tiempo con él, siento que en cualquier momento el soltará la sopa y yo no quiero.— niego con mi cabeza por su forma de hablar. Salgo de mi escondite y sigo mi camino.
—Buenas noches.— saludo al pasar por su lado, la veo elevar una ceja y luego me saca la lengua como si de una niña se tratara. Aquello me provoca risa y a la vez me hace sentir nervioso. También un deseo que me confunde, hacía años que alguien no me hacía sentir así. Tiene ciertas actitudes tan similares a Annie, que eso es otro punto en su contra, hacerme recordar a mi difunda esposa me hace sentir confundido y con un sinfín de emociones.
#1820 en Novela romántica
#477 en Novela contemporánea
amor drama humor, niños dulzura y ternura, nuevo amor doctores y nuevos comienzos
Editado: 28.06.2024