Corrió hasta la habitación donde estaba su pequeño, su respiración estaba descontrolada y sus nervios circulaban con ferocidad sobre su cuerpo, llegó al piso donde estaba pediatría y vio a su madre y a Silvia.
—¿Qué sucede?.— su voz salía con dificultad a causa de su respiración agitada.
—Estábamos viendo sus dibujos animados y de pronto comenzó a temblar, sus labios y manos se tornaron moradas…
Silvia no pudo seguir, se ahogó en el llanto. Rodrigo abrazó a las dos mujeres, comprendiendo que era lo que había sucedido. Se quedaron ahí los tres juntos, las dos mujeres sentadas y él caminaba de un lado a otro, pasaba sus manos por su rostro, deseando ingresar a la habitación para poder tener a su pequeño entre sus brazos. Afirmó su espalda a la fría pared y cerró sus ojos, rogándole a Dios que no le arrebatará a su pequeño. «Dios, si en verdad existes no me arrebates lo más puro que tengo en mi vida» había implorado con su última gota de fé. Tragó con dificultad el nudo que tenía en su garganta y se obligó a no llorar.
—Señor Whition.— la voz de la doctora Diana lo sacó de sus pensamientos.
—¿Cómo se encuentra?.— preguntó apresurado, mientras veía como su madre y suegra se acercaban a ellos.
—Ahora está estable, pero recomiendo que la cirugía sea lo antes posible. Tenemos a un excelente especialista que puede hacer la operación, no será necesario trasladar al pequeño.—
—Entonces háganlo, ¿Dónde está ese doctor?, hagan lo que tengan que hacer pero salven a mi hijo.— rogó, sintiendo su alma doler.
—Perfecto, el doctor Gallardo vendrá en cuanto termine su ronda.— la mujer tecleó algo en su tableta y luego lo miró con una sonrisa. —Puede pasar a verlo, se encuentra con la doctora Olmos.— él solo asintió y caminó hasta la habitación de su pequeño hijo. Cuando abrió la puerta, se quedó inmóvil y sin habla, era ella, como no se lo imaginó, si su hijo con la única persona extraña que se quedaría sería con ella, con la pelirroja que lo hacía enloquecer.
Caminó hasta el borde de la cama y se quedó en silencio observando como Tahiel sostenía la mano de la joven.
Melissa elevó sus ojos y lo vio, era el hombre más hermoso que ella hubiese visto, con algo de nerviosismo y con sus barreras de defensas en alto, se puso de pie, sin dejar de sostener la mano del pequeño.
—Buenas tardes, el niño quería que me quede con él.— se justificó, sin ninguna intención de soltar al pequeño.
—No he dicho nada, puedes quedarte. Qué yo no soporte su presencia, no significa que deba privarle a mi hijo verte.— Ella se quedó boca abierta, observando como el alto hombre caminó por la habitación y se sentó frente a ella , sujetando la otra mano del pequeño que dormía profundamente.
Los ojos marrones de Melissa no dejaban de mirar a detalle cada gesto y rasgos del hombre. No comprendía que era todo aquello que sentía por aquel amargado y eso la despertaba, porque en su interior siempre existía esa pizca de enojo al saber que él la despreciaba sin razón y por otro lado era lo que su presencia le provocaba a su cuerpo y corazón. Se quedó perdida en su mirada, que se percibía sin brillo. «¿Qué escondes detrás de esa tristeza?.» se preguntó la pelirroja, si bien sabía un poco de su historia, pero no a profundidad, no conocía el tormento que aquel hombre vivía desde que Annie había muerto. Sintió deseos de tomar su enorme mano, pero se sujetó a ella misma, aquello no era correcto, más cuando él hombre le había dicho que no la soportaba. « Él no me soporta y yo que quisiera tener su atención.» sacudió su cabeza, intentando desaparecer aquellos pensamientos fuera de lugar y se centró en el niño, estaría ahí, hasta que el cardiólogo fuera a revisar a Tahiel.
𝐍𝐚𝐫𝐫𝐚 𝐑𝐨𝐝𝐫𝐢𝐠𝐨:
Miro por décima vez mi reloj de pulsera, ya debería estar aquí el médico que tendrá el caso de mi hijo. El cual despertó muy alegre, porque cuando abrió sus ojos su chica de estrellas estaba junto a él.
—¿Papi, porque te jalas el cabello?.— me preguntó Tahiel con inocencia, Melissa sonrió mientras le ayudaba a beber un poco de agua.
—Nada mi beby precioso. Papá está un poco nervioso, porque no le gusta las personas impuntuales.— al decir esto, observo a la pelirroja que justo está poniendo sus ojos en blanco, sus mejillas pecosas se tornan de un color rojizo al verse descubierta.
—¿Algo que decir señorita?.— le pregunto con una pizca de maldad.
—¡Oh no, claro que no!, usted tiene razón. Qué poco profesional de parte de mi compañero.— veo como aprieta sus labios en una fina línea y la risita de mi hijo nos hace desviar la mirada.
—Mi mami dice, que tú eres pelfecta.— el sinvergüenza le hace una guiñada y luego me observa a mi con un brillo en sus ojitos claros.
—Come, deja de inventar tantas cosas hijo.— tendré que hablar con alguien sobre esto que él esta haciendo últimamente. Lo veo como lleva un poco de sopa y la saborea.
—Buenas tardes.— saluda un alto hombre, de cabello negro y ojos avellanas.
—Buenas tardes, soy Rodrigo Whition, padre del niño.— extiendo mi mano en forma de saludo y él hace lo mismo.
—Un placer conocerlo. Disculpe la demora, tuve un inconveniente con un paciente.— puedo notar la sinceridad en sus palabras, por lo que me guardo mis palabras desagradables.
—Es lo que yo le comentaba al señor, que seguramente tuvo alguna urgencia, ya que usted no suele ser impuntual.— la voz chillona de la pelirroja me hace mirarla patilludo.
—Meli, que placer estar junto a ti en este caso.— el cardiólogo la mira de una forma extraña y eso no me gusta.
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Editado: 28.06.2024