Un mes antes de la transformación en lobo:
Entré a mi patética escuela, lo único que me gustaba de allí era el chico más popular. Sí, lo admito, soy todo un cliché andante. La típica adolescente nerd,pensaran. Estoy de acuerdo aunque no lo soy presisamente por tener un alto coeficiente intelectual, sino por ser la chica sin gusto para vestirse o arreglarse. Mis habilidades para la socialización son prácticamente nulas. Soy una sombra en el instituto, introvertida y temerosa de ser el centro de atención. Más bien de ser el motivo de las burlas por mi increíble don de la torpeza y para colmo, suspirando por los rincones por el chico más guapo y sexy del colegio.
Patético, lo sé, no es necesario que me lo digan. Lo único que me faltaba era llevar unas patéticas gafas de fondo de botellas pero por suerte no las necesito. Mis 5 sentidos están al 100%, yo diría que hasta más. Mi torpeza, por así llamarle, es debido a mi fuerza superior a lo común. Siempre trato de mantenerme al margen para no ser considerada un bicho raro. Ya lo era ante los ojos de todos pero créeme que sería mucho peor si supieran de todo lo que era capaz de hacer, entonces en vez de burlarse de mí me tendrían miedo...
Miré a mi alrededor con precaución y disimulo. Todos estaban en lo suyo: algunos buscando sus cosas en los casilleros, otros caminando o hablando y muchos en grupos como el de los varones del equipo de fútbol de la escuela, donde resaltaba la cabeza del joven que hace latir alocado a mi corazón. Lo observé aprovechando la indiferencia de todos los que me rodeaban. Su lacio cabello largo enmarcando su rostro atractivo y perfecto, me sacó un suspiro involutario. Suspiré como idiota, lo reconozco, pero él es tan varonil y atrayente.
Derek está en último año y yo aún no cumplo los 16, me falta un mes todavía. Jamás se fijaría en mí con tantas juvenes bonitas y populares como Katerine. Ella es una morena despampanante, con cuerpo de modelo. Es de esas chicas que le llama la atención al sexo opuesto y atrae la envidia de todas las féminas. Precisamente se acaba de acercar a él. Suspiré con pesar está vez. No le llego ni a los tobillos, mi piel es muy blanca y paliducha, no soy competencia, ni siquiera clasifico, pensé con pesar.
Aparté la vista de la chica alta y llamativa, de su perfecta cabellera rojiza que le caía perfectamente arreglada hasta sus definidas y despampanantes caderas. Llamaba mucho la atención con sus grandes ojazos marrones claros. Abrí mi casillero y sin querer mis ojos verdes se posaron sobre la superficie del espejo. Mi rostro no era feo pero nunca me arreglaba y mi cabello rubio platinado estaba enrrollado en una burda y tosca cebolla. Nunca me esmeraba en mí, no quería destacar.
—Hola chica rara—dijo un estudiante al pasar a mi lado.—No te mires tanto al espejo que lo vas a romper.
El muy idiota siguió su camino riéndose de mí. Maldita suerte la mía. Otro día largo de escuela. Vamos Rayilunsel, tú puedes me animé y me dirigí a mi aula.
Siempre fui muy rara, diferente a los demás, no encajaba en este lugar; quizás por ese motivo me dolía más el comentario despectivo del chico. Aunque con el paso de los años me había adaptado a los ambientes ruidosos aún me incomodaban. No tenía ningún amigo. Siempre estaba sola. Tome mis cosas del casillero y lo cerré con cuidado. Me dirigí a mi salón de clases. Era mejor esperar allá a quedarme en medio de este alboroto. Caminé lo más rápido que pude esquivando a todos. Llegué sin ningún contratiempo y me senté al final, aún no había entrado nadie. Recosté mi cabeza sobre la mesa y cerré mis ojos. Traté de dejar mi mente en blanco pero aún así pensé en mi vida. Mis padres eran maravillosos y me amaban pero también eran muy distraídos y pasaban mucho tiempo fuera. Su profesión los mantenía alejados y yo deseaba poder ir con ellos a todos sus viajes pero por los estudios no podía hacerlo. Me dejaban con la Nana. Pasaba mucho más tiempo con ella.
Hoy se irían de nuevo y eso me deprimía, me gustaba mucho pasar tiempo con ellos. Los amaba demasiado. Ellos eran el único motivo por el cual me sentía una persona y cuando no estaban sentía un gran vacío. El rudo alrededor me sacó de mis pensamientos. Los estudiantes se estaba acomodando en sus puestos. El profesor estaba al frente, preparándose para comenzar la clase.
El día transcurrió lento, las horas se me hicieron eternas. A la hora de salida me encontré con mi crush en el parqueo de bicicletas. Lo vi tomar la suya e irse junto a otros sin reparar en mi presencia, cómo de costumbre. Cuando desapareció de mi vista tomé la mía y me fuí. Hoy era el último día que pasaría con mis padres y quería aprovecharlo.
Llegué a la casa, guardé mi bicicleta y entré a mi casa.
—Hola cariño
—Hola mamá.
Saludé.
—¿Y papá?
—Se está duchando.—respondió
—¿Qué haces?
—Preparando todo. Mañana salimos a primera hora.
No era necesario que lo dijera, ya lo sabía.
—¿Dónde está la Nana?
Me pareció extraño no verla ayudándole.
—María no te va a poder acompañar está vez. Salió de viaje. Fue a visitar a su hija. Me dijo que ya dió a luz.—explicó.
—¡Qué bueno! La Nana estará muy feliz. Es su primer nieto.
A mí también me alegraba la noticia.
—Así es, me dijo que me despidiera de ti de su parte y que no te pudieras celosa, que seguías siendo su preferida.
Contó mi madre sonriendo.
—Ya no soy una niña. Todos ustedes me tratan como tal, inclusive mi Nana.—me quejé mimosa.
—Para nosotros siempre lo serás.—habló mi padre entrando en la habitación donde nos encontramos charlando. Venía secándose el cabello con una toalla blanca.
—¡Papito!—exclamé y corrí a abrazarlo.
—Me voy a poner celosa. A mí no me abrasarte así.—comentó mi mamá bromeando. Sabía que lo Estaba, la conocía muy bien.
Mi papá me abrazo con su mano libre.
— Te quiero preciosa.
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Editado: 18.04.2021