Amaia
Odio con todas mis fuerzas al idiota de Duncan Salvatierra. No sabe que pasa por la cabeza a Dustin al aceptar ayudar a su hermano a raptarme, pero lo que si sabe es que desde que Duncan me quitara las malditas esposas que llevaba en la manos me lanzaré a él hasta matarlo.
Deseo verlo retorciéndose de dolor, y yo ser la causante de él.
Y esperó tener algo de suerte, porque deseo matarlo y luego bailar sobre su tumba.
—Deja de mirarme como si quisiera matarme Amaia -dijo él sin levantar la mirada de su ordenador.
—Te voy a matar, querer ya no está en mis planes. -él bucéfalo levantó la mirada y sonrió levemente. —Muero por borrarte esa sonrisa de satisfacción que tienes en la cara. Pagarás muy caro el haberme secuestrado Salvatierra.
Él hizo una mueca con sus labios y yo lo fulminé con los ojos.
En ese preciso instante el deseo de hacer del baño entró en mi cuerpo. Mal momento para que esto aconteciera.
Me removí en el asiento y esta acción logró que Duncan colocara sus ojos en mi.
—¡¿Estas bien?! ¿Le pasa algo a mi hijo? -negué con la cabeza. -¿Entonces que tienes?
-¡¡Te atreves a preguntar que tengo, cuando me tienes esposada como su fuera una maldita criminal!! -lo vi levantarse de su asiento y se acerco a mi. —¡Quítame esta maldita esposas Duncan!
El negó con la cabeza.
»—¡Me la quitas en este instante! ¿O es que prefieres que me haga en los pantalones? Liberame o tendrás que cargar todo el vuelo con el mal olor que dejaré en tu maldito avión. ¡Hazlo ahora idiota!
Duncan se llevó las manos al bolsillo de su traje y de allí saco las llaves de las esposas.
-Se lo que quieres querida, y lastimosamente no podré complacerte -tras estás palabras Duncan Salvatierra volvió a guardar las llaves en el bolsillo de su saco.
Lo filme con los ojos y él se encogió de hombros.
-Levántate. Te llevaré al baño -negué con la cabeza y me aferre al asiento.
Yo ni loca haría con él al baño. Primero me hago en los pantalones.
—Vete al demonio, Salvatierra. Yo de aquí no me muevo, así que prepárate para tener que viajar con un mal olor en tu carísimo avión.
—¡Iras al baño futura esposa mía! Yo mismo me encargaré de que vallas -mire mal a Duncan después de estas palabras porque el muy idiota me agarró ejerciendole bastante fuerza a unos de mis brazos.
Hice una mueca de dolor al sentir el brusco agarre con el que él me habia agarrado el brazo.
Esta me la pagas picaflor. Lo pagarás con creces..
Me coloque sobre mis pies y en ese mismo instante el Playboy me cargo entre sus brazos. —Creo que gané, esta vez Amaia.
—Vete al mismísimo infierno inepto trotamundos. -verbalice y Duncan al escuchar estas palabras me dio una sonrisa divertida.
Solté un bufido al ver cómo él se burla de la situación.
Cuanto desearía borrarle esa sonrisa de estúpido que tenía en el rostro en este momento. Me encantaría darle un buen guantazo para que aprendiera a respertarme.
Pero... ¡No! Lastimosamente tengo que aguantarme las ganas porque para mí desgracia todavía llevo las malditas esposas del mismísimo infierno.
Lo odio, lo hago con todas mis fuerzas.
Aunque eso ya ha de estar bastante claro.
Cuando estuvimos frente a la puerta del baño, mi torturador personal llamado Duncan abrió la puerta e ingreso conmigo al baño.
El palurdo me colocó sobre mis pies y al mismo tiempo me miro fijamente mis ojos.
—Esta situación logra excitarme, Amaia. Si no fuera por tu negatividad los dos pudiéramos disfrutar de la pasión que desborda nuestros cuerpos cuando estamos juntos -trague en secó ante estas palabras. No se que me habia pasado, pero de lo que si estaba consciente era del gran deseo que sentía en ese momento. No sabía si se trataban de la hormonas de mi embarazo, pero justamente en este momento quería arrancarle la ropa a Duncan y que él se fundiera en lo más profundo de mi.
¿Donde quedo el odió que profesó? Por Dios, estoy loca, lo sé.
»—Te ofrezco ser tu acompañante de placer Amaia. Ofrezco darte los menores orgasmos, hermosa. Juro saciar todos y cada uno de tus deseos.
Tras escuchar estás palabras a mi mente llegó el recuerdo de la noche que pase con Duncan Salvatierra.
Flashback.
El Playboy saco de su pantalón una tarjeta electrónica y la paso por el sensor de la habitación. Y fue solo cuestión de segundos para que la puerta estuviera abierta. Y una vez dentro de esa habitación, todo se borró de mi mente.
Se perdió entre la oscuridad de la habitación, mi ropa y la de Duncan. Solo quedando nuestros cuerpos desnudos, los cuales de unieron en uno solo y disfrutaron de lo que podían hacer juntos.
El recordar parte de ella noche que el condenado y yo pasamos juntos, me hizo sentir más excitada de lo que ya estaba.
Pero dicha excitación se disminuyo considerablemente al recordar las palabras que él me había dicho hace varios años.
—No lo haré señor Montero. No quiero tener nada con ella, no me gusta. Y nunca lo hará -mi corazón se rompe en muchos fragmentos porque se que es de mi que él está hablando —No me interesa ser el presidente de su empresa, ¿es que no lo entiende?
—Como le explico que no me gusta. No quiero tener nada con ella y no me importa su maldito.
—Ni por todos los euros posibles tendría algo contigo, pequeña ilusa. -estas palabras golpean con fuerza mi frágil y destruido corazón. Pero él no se detiene hay —No sabes todas las veces que tuve que rechazar toda clase de barbaridades que se le ocurrían a tu padre.
Trato de alejarme de él pero este me agarra con fuerza de una de mis manos.
—Alonso Montero puso prácticamente el mundo a mis pies para que me casara contigo, pero yo ni por todo el dinero del mundo aceptaría tener algo contigo. Porque no eres mi tipo. -él al decir estás palabras sonreí y yo derramó infinidades de lágrimas.
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Editado: 20.06.2024