Amaia
Todos había pasado tan rápido que un segundo después del disparó que impacto a Duncan, él coloco sus ojos en mi y dijo dos palabras que esperaba escuchar desde hace mucho tiempo.
—Te amo Amaia. Te amo. -tras estás palabras el playboy cerró los ojos lentamente.
Después de escuchar esas palabras emitidas por el Playboy, las lágrimas empezaron a salir de la cuenca de mis ojos sin que pudiera detenerlas. No podía perderlo. No podía, porque había esperado años para obtener su amor.
Las palabras resonaban en mi mente, llenando cada rincón de mi ser con una sensación de desesperación y dolor. Me aferré al cuerpo inerte de Duncan, como si con mi abrazo pudiera traerlo de vuelta a la vida. Sus ojos ya no reflejaban la alegría que solían tener, y su respiración era apenas perceptible.
—No te puedo perder, Duncan. Me niego a dejarte ir -susurré con voz entrecortada mientras mis lágrimas empapaban su rostro. Mis manos temblaban mientras acariciaba su cabello, deseando que mi amor pudiera trascender y sanar las heridas que amenazaban con llevarlo lejos de mí.
Me levanté con determinación, decidida a buscar ayuda. No podía permitir que Duncan muriera. Me importaba poco si el restaurante colisionaba, si el mundo se desmoronaba a mi alrededor. Estaba dispuesta a luchar, porque Duncan se merecía una oportunidad de vivir, de amar y de ser feliz. Claro que, conmigo a su lado.
Cuando me dispuse a buscar ayuda, escuché una voz justo detrás de mí. Mi corazón dio un vuelco en mi pecho y me giré rápidamente para enfrentar al desconocido que me hablaba.
—¿Dónde vas, reinita? Si vas a buscar ayuda para salvar a tu Playboy, tengo que decirte que no podrás -dijo la voz con un tono desafiante y amenazador.
Fruncí el ceño, negándome a dejarme intimidar. No permitiría que nadie se interpusiera en mi lucha por salvar a Duncan. No tenía tiempo para juegos tontos o amenazas todavía más tontas.
—¿Quién me lo impedirá? ¿Tú? -respondí con determinación, sintiendo cómo la valentía fluía por mis venas. —No me hagas reír.
Visualicé al hombre lo poco que pude, ya que tenía un pasamontañas negro que ocultaba su rostro. Sus ojos parecían brillar con malicia, pero no le daría el placer de ver mi miedo. Estaba dispuesta a enfrentarlo y proteger a Duncan a cualquier costo.
Si él pensaba que me iba a intimidar, estaba muy equivocado. Conocía mi fuerza y mi determinación, y no me dejaría vencer fácilmente. Había pasado por muchas adversidades en mi vida y había salido más fuerte de cada una de ellas.
—Nadie se mete con Amaia Montero. ¡Nadie! Así que apartate de mi camino -proclamé con voz firme, dejando claro que no permitiría que nadie se interpusiera en mi camino. Había aprendido a defenderme y a luchar por lo que amaba, y Duncan era mi mayor tesoro. Un tesoro que me resigné a pardee cuando me marché de casa.
No sabía quién era ese hombre ni cuáles eran sus intenciones, pero estaba lista para enfrentarlo. No importaba cuán oscuro pareciera el camino frente a mí, estaba dispuesta a enfrentar los desafíos con coraje y determinación.
Mis manos se cerraron en puños, preparadas para defenderme si era necesario. Mi mirada desafiante se encontró con la suya, y aunque no podía ver su rostro, sentí que mi determinación lo desafiaba directamente.
El silencio se apoderó del lugar por un momento tenso. Estaba dispuesta a enfrentar cualquier consecuencia, pero el hombre pareció reconsiderar su posición. Lentamente, dio un paso atrás, alejándose de mí.
—Te estás logrando meterte en en algo que no te concierne, reinita. -murmuró con voz amenazante antes de desaparecer en las sombras.
Suspiré aliviada, pero también sabía que no podía bajar la guardia. Había algo más detrás de todo esto, algo que no entendía pero que estaba dispuesto a descubrir. Seguí adelante con mi determinación renovada, con la certeza de que no dejaría que nada ni nadie nos separara a Duncan y a mí.
Continué mi búsqueda de ayuda, manteniendo mis sentidos alerta y mi coraje intacto. Nada me detendría en mi lucha por salvar a Duncan, y estaba dispuesta a enfrentar cualquier obstáculo en mi camino.
Unos pasos más tarde volví a escuchar una voz justamente detrás de mí y no se porque pero mi cuerpo por completo de extremecio.
—Amaia Montero. Qué grata sorpresa -me quedé totalmente estática en el lugar y eso le pareció gustarle al hombre porque soltó una gran carcajada —¿Desaparecio tu valentía?
Cerré los ojos ante el inmenso deseo de decirle una sarta de cosas. Debía mantenerme tranquila, aunque fuera tan solo por un momento.
»—Daria todo mi dinero por ver la cara de Duncan Salvatierra en este momento. Ese maldito está a punto de perder a su perra. -las últimas palabras las dijo con una gran sonrisa en sus labios.
Y esas malditas palabras me llenaron de una inmensas ganas de matarlo.
Pero en el momento en que iba a replicar me calme porque entre él y yo existía una gran desventaja. Él odioso hombre tenía un arma la cuál accionar, mientras que yo solo tenía mis dos puños y lamentablemente eso no me daban abasto.
Necesitaba por lo menos una distracción...
Busque con los ojos un arma con la que poder defenderme, pero solo encontré un vaso con extracto de jugo de limón.
Una idea llegó a mi mente. Este idiota me pagaría muy caro el haberme detenido para hablar idioteces.
Me incline levemente en la mesa y sin perder tiempo tomé el vaso con el extracto en mis manos.
—Tu hora a llegado reinita. Me divertiré mucho escuchado tus gritos.
Hice una mueca, apreté el vaso entre mis manos y sin perder tiempo le lance el extracto a la cara del hombre.
—¡Ahh...! ¡Mis ojos, mis ojos! -el hombre soltó el arma como si está la quemará para extrujarse los ojos. —Te voy a matar, maldita idiota. ¡Te voy a matar!
Yo enarque una ceja y sonríe levemente. Y tomé el arma del suelo.
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Editado: 20.06.2024