Exhalo al subir a la habitación, cansada al poner a Aleix tras mi espalda, para que se enrede de mi cuello y no me canse los brazos.
Llego a la tercera planta en lo que suelto el aire en el pasillo, con él bajando de ese modo tan salvaje, para tocar la puerta del vecino.
El señor mal humorado le abre, fumando al alejarlo de allí.
—¿Qué te he dicho sobre actuar así?—Demando a lo que busca salirse de mí—. ¡Aleixandrei!—Hablo, firme al tiempo que se detiene, girando en lo que el gruñón cierra la puerta.
Exhalo al estar en su tamaño, mirándolo s los ojos en lo que se remueve.
Lo asiento en el espacio, sin molestarme por su expresión en el rostro, tampoco porque me saca la lengua.
Busca apartarme con sus manos, enarcando la ceja al punto en que se detiene.
—¡Quería decirle que tengo un papá!—grita, saliendo de mí al patear la puerta.
Cruzo los brazos en lo que me enderezo, viendo de lleno al viejo Rousseff.
—¿Qué quieres, niño?—demanda, con voz pastosa y molesta—. Quiero revolcarme en mi miseria.
—Mi mamá me encontró un papito—salta, a lo que el hombre se recuesta del umbral.
—¿Y cuánto le costó eso?—Él frunce el ceño, extraño—. Porque las mamás hacen magia—susurra, inclinado hacia delante.
—Entra en la casa—insto, quedando frente al viejo.
—¡Pero mamá!—Lo observo, apretando la mandíbula.
—Entra en la casa, Aleix—ordeno, a la par que extiende el brazo para mover la perilla, cerrándome atrás.
—¡Esto no es una casa!—Paso las palmas por el rostro, elevando el pecho frente al señor.
—Te agradecería que empieces a pensar como piensa un niño de cinco años cuando te dirijas a él—bufa, a punto de cerrarme en la cara.
—Yo no tengo que ver que hayas sido una calenturienta y tengas que conseguirle un prospecto moderno de padre, cada vez que te cruzas con alguien—meto el pie, empujando el objeto al dar un paso adelante.
—No me agradas—empiezo—. A mi hijo sí le llamas la atención, respeta eso, viejo decrépito—espeto, hastiada—. Disfruta jugar contigo y que no le eches el humo en la cara; de mí, no tengo que sonsacarte nada—atajo—. Aleix te quiere, aunque a ti te moleste eso—quito la pierna de ahí, girando al mover la perilla.
Rousseff se burla cuando descubre que no puedo entrar, porque al hombrecito se le dio por actuar de mala manera.
Libero la respiración en lo que pego la cabeza de la madera, inspirando paciencia.
—¿Necesitas ayuda?—Su voz rasposa me hace cerrar los puños.
Claro que siempre supe que criar no es fácil, sin embargo, esto me está llevando a mi límite.
Es que no pude obviar la mirada de esa muchacha en la tienda, el verme de manera despectiva, como si en el fondo me tuviese lástima.
Ha sido difícil ir de un lado a otro siendo juzgada con la mirada por ser madre soltera, tener un niño con todos los rasgos de su padre y no superar que fui degradada hace años, de la Academia de modelaje de BellaMoon.
Recuerdo que siempre quise ser la cara en las revistas, la modelo más aclamada, esa que todo el mundo pudiese mirar y con ello, morir de envidia.
Todo lo que tenía, murió cuando fui despedida porque nadie buscaba mi atención.
Me esforcé tanto por eso y nunca obtuve nada.
Solo fui... ignorada.
—¿Vas a estar pegada a esa puerta, toda la mañana?—Demanda al venir, quedando a mi lado.
—Aleix—cruza los brazos, a la espera de su respuesta—, por favor, abre la puerta.
—¡No!—Suelto los puños al cerrar los ojos.
Estoy cansada.
Estoy muy cansada de no poder controlarlo todo.
—Niño—empieza, echada a un lado en lo que sostiene el pomo—, déjame contarte la historia de mi tataratataratataratataratataratísimo abuelo que murió de joven por desobedecer a su madre—lo miro mal, refunfuñando.
—Rousseff, no le infundas miedo—farfullo, bajo.
—¿Quieres que te ayude o no?—Ruedo los ojos, juntando los brazos en lo que continúa.
—¿Y cómo naciste si él se murió?—demanda, suficiente.
—Existe la magia, niño—augura—. Mis padres eran brujos y lo revivieron por compasión—escucho que quita el seguro, hundiendo los hombros al verlo desde el marco.
—Lo hiciste mal—hablo, segura en lo que paso adelante—. Mi deber es cuidar de ti, Aleixandrei—indico—. No siempre puedes encerrarte en la habitación, no puedo saber qué pasará en esos minutos y debo cuidarte—zanjo—. Soy tu madre y esa es una de mis responsabilidades.
—Pero no me dejas hacer amigos—patalea, haciendo muecas con su rostro—. Quiero ir a la casa del señor fumador.
—Se llama Rousseff—rebato.
—Pero él fuma—exhalo al dar una negativa en lo que hundo los hombros.
Voy a la nevera, exasperada, mientras le preparo el vaso de leche.
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Editado: 14.11.2024