Un millonario en el rancho

4. Parlanchina

Elián

 Un nuevo día ha comenzado, abro mis ojos y la vista que me recibe es espectacular. Entonces recuerdo donde es que me quede dormido, no tengo ganas de levantarme de la silla en la que estoy sentado, quiero seguir disfrutando.

Mis reflexiones se terminan cuando escucho el toque de la puerta, no me levanto enseguida, por ahora dejo que sigan tocando esperando que se aburra y se vaya, ojalá piensen que sigo durmiendo obviamente, quien está detrás no tiene ganas de retirarse porque sigue tocando como desesperado. Sospecho de quien se trata y puedo asegurar que no es solo uno.

Me levanto cuando yo quiero, estiro mi cuerpo y hago que mis huesos truenen para que se relajen un poco, después de la posición tan incómoda en la que dormí.

—Ya Danfer, dejen de tocar la puerta o los que terminaran golpeados son ustedes —grito para que me escuchen llamándolos de la forma en que odian, es una manera de quitarles independencia a ambos al nombrarlos con un mismo nombre.

—Abre Elián, queremos que nos lleves a montar. —Sin verlos, no puedo saber cuál de los dos es el que habla. Todavía no abro la puerta, me gusta jugar con ellos.

—Papá dijo que, si tú no nos llevabas, entonces no podíamos ir. —Estos siempre me buscan cuando no les queda más opción.

Con calma, me pongo ropa para montar y después de unos minutos al fin dejo entrar a los gemelos quienes, como un torbellino, entran brincando y rodeándome insistiendo en que me dé prisa.

—A mí no me apuren, que si lo hacen menos lo voy a hacer —los amenazo.

—Vamos Elián, es tarde —insiste Fernando quien me toma de la mano, Daniel lo imita tomándome de la otra mano, así, ambos me llevan casi a rastras hasta el desayunador.

Nadie más se encuentra aquí, así que pido que me pongan algo de alimentos para tomar los alimentos en algún sitio con mis hermanos.

—Con gusto joven —me responde la hermana de Pablo, algo pequeña para estar haciendo todos estos trabajos.

Los trabajadores tienen listo dos caballos mansos en los que pueda llevar a mis hermanos, además, Pablo y su hermana van con nosotros. Como los caballos de mis hermanos son demasiado mansos, ella es la que los guía, mientras que Pablo y yo recorremos el rancho. Vamos a la par mientras me va mostrando algunas cosas interesantes, además de que me explica todo lo que este sitio produce. Me sorprende descubrir lo prospero que es este lugar y que el nombre de mi cuñada es de los más importantes en la región.

—Hasta aquí llegamos, después de esta cerca los dueños son los Robles —me explica mientras le ayudamos a su hermana a tender la manta en donde nos sentaremos a desayunar. Los gemelos están emocionados y corretean cualquier cosa que ven.

—Joven, todo está listo —me habla la chiquilla del que aún no conozco su nombre y la forma en que se dirige a mí me causa un poco de incomodidad.

—Por favor, solo dime Elián. —le pido.

—De acuerdo, yo me llamo Sofía. —Me tiende la mano y al tocarla puedo sentir la suavidad de su piel, parece que he provocado algo en ella porque noto sus mejillas sonrosarse. Sacudo la cabeza para dejar de pensar tonterías.

Desayuno con mis hermanos y después de insistir, también Pablo y Sofía lo hacen.

Observo a mis hermanos y lo feliz que son, trato por todos los medios de sonreír y poco a poco lo voy logrando. Camino lejos de ellos, sin el caballo. Recorro el límite que me mostro Pablo, el cerco está rodeado de árboles de mango por este lado, la frondosidad de estos da la sombra suficiente como para que este fresco, además del pequeño canal de agua que pasa a su lado.

—Hola, otra vez —Escucho una voz a lo lejos y a primera vista no logro distinguir donde está la persona que me habla.

—Hola —respondo por inercia.

—Estoy aquí, mira hacia arriba.

Hago lo que me dice y la veo colgada de uno de estos árboles, de un brinco llega hasta a mí y me tiende la mano.

—El encuentro de ayer fue extraño, así que me vuelvo a presentar, me llamo Elizabeth y todos por aquí me dicen Eliza. —Así que no fue un sueño, es real y lo estoy viendo.

—Mucho gusto. —Sacudo la mano—, ya sabes que me llamo Lían.

—Ven, vamos a caminar —dice sin soltarme de la mano y me obliga a avanzar a su lado. Se siente bien esto.

—No puedo alejarme demasiado, mis hermanos me esperan —digo para su conocimiento.

—Así que vienes en familia.

—Así es.

—¿De vacaciones o por trabajo?

—Por ninguna de las dos.

Parece que no tengo mucho que decir, esta mujer provoca en mi nerviosismo, haciendo que vuelva a ser el yo de la ciudad, el callado y que solo dice las respuestas simples a lo que le preguntan. Este soy yo.

—No hablas mucho. ¿Verdad? —pregunta.

—Sinceramente…

—Pensé que todo este tiempo estabas siendo sincero. —Interrumpe lo que quiero decirle.

—No es eso, lo que sucede es que tú me pones nervioso. —Suelto las palabras, se lo digo y no me arrepiento.




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