Un mundo paralelo

Dos mundos-Jessie

Historia a la que pertenece: El animal que hay en mí

Género: fantasía

Sinopsis: Diana es una chica singular que ha nacido con un extraño don en su interior. Uno que le lleva a huir de su reino y adentrarse en un mundo desconocido, donde descubrirá un sinfín de cosas y un importante destino que le aguarda y que traerá la salvación al mundo. Todo ello mientras vive emocionantes aventuras junto a sus nuevos y peculiares conocidos.

 

 

Relato corto:
Dos mundos

 


Es un día como cualquier otro. Yo, una chica para nada normal, de ojos de miel, con un gran poder latiendo en mi interior al compás de mis latidos, camino junto a él por las calles. Sus ojos verdes esmeralda me miran de vez en cuando chocando con los míos, y en ellos veo la luz más bella del mundo. Su sonrisa puede disipar las tinieblas, la oscuridad.
Hino es mi alma gemela. Mi mejor amigo, mi confidente, mi roca. Es la balsa que me ayudó a no ahogarme en un oscuro océano de desesperación.
Pero somos diferentes. Él es un elfo. Es de Álfur, el reino de la magia. Yo de Tao, tierra de humanos. Sin embargo, nuestro vínculo es tan irrompible, tan real y mágico, que hacen desaparecer todas las diferencias. Bajo el techo que hemos creado, ambos somos solo una cosa. Somos solo dos personas unidas quizá por casualidad, quizá por el destino. Él no me juzga por cómo soy, por aquello tan aterrador que guardo dentro y que mucha gente teme.

Él jamás me ha temido. Ni me ha hecho daño como otros han hecho.
—Diana —dice él—, hoy estás muy distraída.
—Lo siento —me disculpo y me agarro a su brazo entre risas. Hino es increíblemente alto,
común entre los de su raza. Me saca por lo menos una cabeza.
Iba a responder algo más, pero unos gritos de odio resuenan de repente en la lejanía.
—¡Vuelve a tu nauseabundo reino, humano! —le grita un elfo a un hombre.
—¡Sois una panda de estirados, orejas largas! —reprocha él—. ¡Solo quería comprar algo!
—Aquí no aceptamos dinero humano. —El elfo alza la cabeza, orgulloso—. Ahora, lárgate, ¡espantarás a mis clientes con tu mera existencia!
¿Por qué tanto odio de repente? ¿Por qué las cosas son tan injustas? ¿Por qué hay tanta discriminación en el mundo? A veces siento impotencia de ver como el odio regresa una y otra vez, como un enemigo invencible, constante...
—Ya basta —dice Hino, quien de un momento a otro ha desaparecido de mi lado. Saca unas cuantas piedras preciosas de su zurrón, la forma en la que pagan los elfos. Creo que son rubíes—. Toma.

El hombre las coge, receloso. El elfo encargado de la tienda lo mira con desaprobación, pero finalmente cede, a regañadientes.
Sonrío, conmovida. Hino siempre ha sido así. Desde el primer momento en el que nos conocimos él ha sido amable, tan positivo, tan justo con todos.
Cuando regresa a mí me sorprende con un fuerte abrazo. El susurro en mi oreja me hace estremecer, y su voz, melódica y dulce llega hasta lo más profundo de mi mente.
—Ojalá las cosas fueran diferentes —dice.
Lo abrazo con fuerza. Nuestras razas han sido enemigas durante mucho tiempo. Y aún ahora, a pesar de la era de paz y calma, hay odio.

Mucho odio.

Ya hemos visto más cosas así durante toda esta semana. Elfos que le niegan accesos a los sitios a los humanos, humanos insultando a los elfos por las calles o burlándose de ellos en los restaurantes, o incluso negándoles la entrada a los lugares también. Algunos sí se llevan bien, pero otros... No han olvidado los prejuicios que durante décadas nos han separado.
Miro a Hino con una sonrisa triste. Él me acaricia la mejilla y las orejas y yo cierro los ojos ante su tacto.
— Hino, ¿cómo podemos hacer que todos se lleven bien? ¿Cómo acabar con... este odio?
—Me temo que no podemos, Fierecilla. Hay quienes no entienden que, en el fondo, todos somos iguales. —Mira al cielo, y yo sigo su mirada. Las nubes corren ahí arriba, mezclándose con el atardecer—. Lo único que podemos hacer es ayudar a quienes podamos... La gente seguirá odiando hagamos lo que hagamos.
—Me niego aceptar este tipo de situaciones, Hino —digo, alterándome levemente.
—Diana...
¿Cuántas parejas mezcladas han sufrido ya por esta discriminación mutua? ¿Cuántos amigos? ¿Cuántas personas? Se han desatado guerras, violencia, delitos... Por el mero hecho de ser de una raza distinta.
Pero, después de todo, tras todas las diferencias que nos separan, nuestra sangre es roja. Nuestros sentimientos son reales. Nuestros sueños son igual de grandes y nuestros anhelos
poderosos.
Una raza tiene magia y conocimientos sobre la naturaleza. La otra ingenio y conocimientos en la tecnología. ¿Pero qué más da? ¿Por qué deberíamos estar tan distanciados? Nuestra fuerza, nuestras ganas de vivir es la misma...
De repente se me ocurre una idea.
—¿Diana? ¿Estás en casa? —dice mi compañero, al ver que estaba distraída.
—¡Tengo una idea! —Él se sobresalta ante mi reacción repentina. Le cojo el brazo y me lo llevo de ahí enseguida.




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