Evonne caminaba con prisa por las calles del centro de la ciudad, sintiendo como el pánico la invadía a cada paso que daba. No localizaba a su pequeña hermana por ningún lado, y eso la angustiaba en gran manera.
¿Qué estaba haciendo? ¿a dónde estaba yendo? ¿por qué había huido de casa?
Lágrimas de temor e impotencia corrían por sus mejillas, estaba desesperada, y lo peor de todo, era que ni Romeo e Ivana tenían noticias de Loamy. Pronto anochecería, y si no la encontraban para ese entonces, sufriría un ataque.
—¡Evonne! —escuchó una voz, y su cuerpo entero se estremeció.
Giró sobre su eje, encontrándose de golpe con aquellos peculiares ojos que tanto había echado de menos.
—¿C-Caleb?
Él no dudó ni un segundo en acortar el espacio entre ambos y envolverla en un fuerte abrazo. Intentando expresarle a través de él, lo mucho que la había extrañado.
—¡Dios! Qué alegría me da verte. —dijo, aferrándose más a ella.
Por más que la sensación de volver a estar entre sus brazos fuese maravillosa, y anhelara fundirse en él, aspirando su delicioso aroma, sabía que tenía algo más importante en qué pensar.
—Por favor, dime que está contigo. —suplicó, apartándose de él, pero manteniendo las manos en sus brazos.
Caleb frunció el ceño en confusión, viéndola desconcertado.
—¿Quién?
Su labio inferior comenzó a temblar, en tanto sus ojos se cristalizaban. Estaba a punto de comenzar a llorar, ya que se había dado cuenta de que ni siquiera Caleb tenía idea del paradero de su hermana.
Pero entonces, como una señal del cielo, su teléfono sonó. Sin dudarlo ni un segundo se apartó de Caleb para responder la llamada, desesperada por encontrar algo de alivio en aquel mar de tormentos. Y por suerte así fue, era Ivana, comentándole que habían encontrado a Loamy, estaba en el restaurante con Adrián.
—Ya apareció —suspiró, cerrando los ojos y permitiendo que lágrimas cargadas de alivio se desbordaran de ellos.
—¿Evon? —la llamó con voz suave, acercándose a ella. —. No entiendo qué pasa…
—Era Loamy, se había escapado de casa, pero ya apareció —le comentó, retrocediendo un par de pasos, para alejarse de él. —. L-Lo siento, debo irme.
Giró sobre su eje, con la intención de huir de aquel lugar, y ni siquiera fue capaz de describir lo que sintió cuando él la sujetó del antebrazo para detenerla. Su labio inferior comenzó a temblar, le dolía en el fondo del corazón, pero no podía quedarse ahí y verlo a la cara, no después de todo lo que había hecho.
—Evonne, por favor, tenemos que hablar. —suplicó, nuevamente.
—No puedo, Caleb. —sollozó.
Un estruendoso sonido metálico retumbó en el lugar, haciendo que ella se sobresaltara, aterrada, y, como si el clima estuviese conectado a sus emociones, una torrencial lluvia comenzó a empaparlo todo.
—Tengo que irme —insistió, intentando avanzar, al igual que todos aquellos que huían de la lluvia. —. Caleb…
—No puedo dejarte ir —comentó, nostálgico. —. Te quiero, Evonne.
Ella lo observó a los ojos, por primera vez desde aquel reencuentro, y el corazón se le estrujó en el pecho, mientras, con ojos cristalinos, negaba con la cabeza, intentando expresarle el cómo se sentía.
—Por favor, quédate conmigo, Evon… te lo suplico. Además, con esta lluvia, se te será difícil llegar hasta la parada de autobuses. Mi departamento está cerca, solo esperaremos a que el agua escampe.
Todo en su interior le gritaba que aceptara, su corazón latía desbordado de la conmoción, pero su mente le decía que era una mala idea, que debía alejarse de él, y evitar lastimarlo.
—Por favor. —suplicó nuevamente, y esta vez, ya no pudo resistirse al deseo de acompañarlo.
Él tomó su mano, aferrándola con fuerza, y juntos corrieron al igual que el resto de personas a buscar refugio. Al parecer aquella tormenta iba muy en serio, y no mostraba señales de que fuese a terminarse pronto.
Para cuando llegaron al apartamento de Caleb, ambos estaban empapados. Evonne se sentía cohibida, debido a que nunca antes había visitado aquel lugar, a pesar de que él ya conocía cada esquina de su casa. Su mirada viajó en derredor, viendo con curiosidad cada esquina de aquel espacio; para ser joven y soltero, era muy ordenado. Nada parecía estar fuera de lugar.
—Ven, tienes que secarte. —dijo, tomando su mano y guiándola hacia su habitación.
Ella negó con la cabeza, anclando sus pies al suelo, y reusándose a entrar, pese a que sus dientes castañeaban, y su cuerpo temblaba de frío. Podía sentir como sus extremidades se entumecían, más, no era capaz de moverse.
—Es inapropiado —fue todo lo que pudo formular, sintiendo como la vergüenza cubría su rostro al no creerse merecedora de pudor alguno. —. Lo siento, Caleb, pero no puedo.
—Puedes entrar tú sola, y buscarte algo… te prometo que me quedaré aquí a esperar.
Alzó la mirada, entre conmovida y consternada, para verlo a los ojos.
—No es por ti, Caleb. —respondió, soltando su mano y abrazándose a sí misma.
Aquello era más difícil de lo que había creído. ¿Cómo decirle que se sentía intimidada, porque en ocasiones creía aún tener las marcas que Bellamy dejaba en su cuerpo?
—No puedo estar aquí, ni siquiera puedo verte a la cara sin sentir que…
—Hey, no —negó con la cabeza, acercándose a ella y ahuecándole el rostro con las manos, obligándola a verlo a los ojos. —. No te martirices por lo que pasó, Evon, ni pretendas que yo deba enojarme. ¿Por qué habría de juzgarte por algo que pasó antes de que me aceptaras en tu vida? No tengo el derecho, si consideras lo que hiciste con él un error, e incluso si no lo consideras uno, nadie tendría el derecho de juzgarte. No somos seres de luz, Evonne, no somos personas perfectas, solamente somos dos humanos tratando de vivir una vida que no pedimos, y aun así nos obligan a enfrentar con valentía.
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Editado: 05.12.2023