Un Novio Para Mi Hermana

Epílogo

—Maestra… Maestra Simmons…

Evonne parpadeó un par de veces antes de alzar la mirada de los versos que la habían atrapado, encontrándose con el dulce rostro de una niña que se había apoyado en su escritorio. Esbozó una sonrisa amable y cerró el libro que tenía en sus manos para prestarle total atención a la menor.

—Dime, Lili. —respondió con voz suave.

—¿Usted tiene novio?

La sonrisa se desvaneció por segundos, mientras abría los ojos con una expresión de asombro, pero una vez que la sorpresa que le provocó la repentina pregunta pasó, volvió a sonreírle enternecida, mientras veía hacia la ventana de manera distraída.

—No tengo un novio, cariño… tengo esposo —le susurró de manera juguetona a lo que la niña esbozó una sonrisa cómplice. —. ¿Por qué la pregunta, cielo?

—Es que yo sí tengo novio —dijo, antes de señalar a un pequeño que se encontraba en la esquina del salón, degustando su merienda. —. Billie es mi novio.

—¿Ah, sí? —se contuvo para no reír al notar que el niño se dio cuenta de que su compañera lo señalaba, y seguramente ya sabía de lo que hablaba ya que alzó el rostro al cielo y resopló, negando con la cabeza con un gesto dramático. —. Creo que Billie no está de acuerdo contigo.

—Si lo está… me ama, solo que no le gusta cuando lo abrazo, porque dice que las niñas tienen piojos.

En esa ocasión, Evonne ya no fue capaz de contener la risa.  Niños, siempre salían con algo nuevo.

—Maestra Simmons, le hice un dibujo —dijo con timidez un niño que también decidió acercarse para ofrecerle un obsequio que reflejara el cariño que le tenía.

—Me encanta, cielo… lo colgaré en mi refrigeradora, te lo prometo.

—Maestra, yo le traje una manzana. —exclamó otra pequeña con emoción, y antes de que se diera cuenta, ya se encontraba rodeada de todos sus pequeños alumnos, quienes le ofrecían a probar de su merienda.

No pudo evitar sentirse conmovida, la manera en que aquellos pequeños le mostraban afecto solo podía significar que se encontraba haciendo un buen trabajo. Y eso hacía que todo su esfuerzo valiese la pena.

Su padre le dijo una vez que quizás el magisterio no sería para ella, y de verdad le encantaba demostrarle que se había equivocado al subestimarla; su carisma con los niños iba más allá de su hermana, sabía de lo que hablaba, después de todo, aquel era su tercer grupo de niños, ya que llevaba tres años siendo maestra de primaria en el Barrio Frances.

—¡¡Hasta mañana, maestra!!

Con una extensa sonrisa en sus labios se despidió de su ultimo alumno en tanto cruzaba el umbral hacia la salida del edificio. Se detuvo en seco, cuando la música Jazz inundó sus oídos, e instintivamente giró la cabeza hacia la acera, reconociendo al instante el auto que se encontraba estacionado.

Presionó los labios, intentando reprimir una sonrisa en tanto avanzaba, observando fijamente el auto, a la espera de que alguien saliera del asiento del piloto, y debido a esa distracción, no pudo evitar soltar un grito de sorpresa cuando una exuberante figura masculina se posó frente a ella de forma súbita, sujetándola de la cintura para alzarla del suelo y comenzar a girar. Evonne cerró los ojos con fuerza, en tanto se aferraba de los hombros de aquella persona para sostenerse luego de dejar caer su bolso, agradeciendo al cielo que sus alumnos ya se hubiesen marchado.

—¡Caleb! —exclamó entre risas, una vez que éste la devolvió al suelo para luego atraerla hacia su cuerpo y comenzar a moverse al ritmo de la música. —. ¿Qué haces?

—Bailo con mi hermosa esposa —respondió, antes de tomar su mano y hacerla girar.

—¿A mitad de la calle?

—Nunca está de más el jazz, amor —posó la mano en su cintura, mientras la veía directamente a los ojos con ternura, en tanto continuaban bailando en la acera. —. Aunque… —se detuvo en seco antes de tomar su celular para bajarle a la música, lo que ayudó a que se escuchara una vocecita provenir del interior del auto. —. Como sospeché, alguien ya despertó y reclama nuestra atención.

Evonne abrió los ojos ampliamente con un brillo de emoción en ellos, antes de alejarse para ir a la puerta trasera y abrirla, sintiendo que su corazón se le derretía en el pecho al encontrarse con aquel pequeño de dos años, que comenzó a saltar en el portabebés cuando la vio.

—¡Mama!

—Hola, mi amor —chilló, entusiasmada, adentrándose en el auto para tomarlo y cargarlo. —. ¿Cómo está mi pequeño Carey Dumont? ¿eh? ¿Extrañaste a mami durante toda la mañana? Sí, claro que lo hiciste. —comenzó a repartir besos en sus mejillas, haciéndolo reír a carcajadas.

Caleb sonrió enternecido por la maravillosa escena que presenciaba, y no dudó en acercarse para fundir a su familia en un caluroso abrazo, para luego besar los rizos rebeldes de su hijo, y darle un casto beso en los labios a su esposa.

—Decidí pasar por él a casa de mi madre, por poco y me suplica que lo dejara un poco más. Esa mujer está obsesionada.

—Es que nuestro pequeño es una ternura, ¿verdad, mi amor? —dijo, mientras ambos comenzaban a juguetear con el niño.

¿Quién lo imaginaría?

Diez largos años trascurrieron desde aquella primera vez que Evonne y Caleb se vieron, luego de que su hermana cometiera la más loca de las travesuras para traer a su vida a tan maravilloso hombre… cielos, aún le estaba en deuda a esa pequeña, que ya no era tan pequeña. Después de cuatro años en la facultad, y dos de especialización, ella y Caleb finalmente dieron el gran paso y contrajeron matrimonio.

Disfrutaron mucho la vida de recién casados, viajes, bailes, muchas cosas nuevas, pero extrañaron mucho a sus respectivas familias y decidieron volver a establecerse en New Orleans. Caleb aceptó trabajar con su padre, tal y como lo había prometido cuando volvió a la universidad, y Evonne, ella consiguió empleo en una escuela primaria. La sorpresa de saber que serían padres llegó año y medio después del matrimonio, y aunque en un principio sintió miedo, no tardó en darse cuenta de que ya no se trataba de una joven inmadura de diecinueve años, tenía casi veintisiete, estaba casada con el amor de su vida, y tenía un empleo estable.




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