— ¿Cómo pierdes a mi hijo? — Le reclamó Richard a su asistente, una vez se reunieron y empezaron a buscar a Dani.
— No sabría decirle. Estaba y de pronto ya no estaba. — Respondió Felipe. — Vamos a buscarlo por separado, cubriremos más terreno en menos tiempo y… Debería llevar con usted a Zoe, señor Donoso, con perder un niño me es más que suficiente.
— Llámame si lo encuentras.
— Sí, señor Donoso.
Felipe se marchó por una calle y Richard miró a Zoe que le tiró de la camiseta.
— ¿Qué pasa Zoe? — Se inclinó para mirarla bien a la cara. — ¿Por qué estás tan pálida?
— Creo que me duele la barriga. — Sollozó Zoe con una de sus manos en la barriga, mientras en la otra sostenía el palo del algodón de azúcar sin algodón.
— ¿Crees o te duele de verdad?
— Duele de verdad. — Reafirmó Zoe, echándose de seguido a llorar.
— Pero no llores, llorando no te dejará de doler la barriga.
Zoe se agachó, haciéndose una bola en el suelo y Richard miró a su alrededor sin saber lo que hacer.
— Perdone. — Una chica se paró junto a ellos con Dani de la mano. — Creo que ha perdido a su hijo.
— ¡Papá! — Dani se abrazó a las piernas de su padre y Richard le puso una mano en la cabeza.
— Gracias. — Le agradeció Richard a la chica e inclinó hacia atrás la cabeza de su hijo para hacer que lo mirara. — ¿Dónde te habías metido?
— Con Elisa.
La chica sonrió y señaló a un grupo de chicas en una mesa de un establecimiento cercano.
— Estaba con mis amigas y de pronto apareció preguntando por su papá. Iba a llevarlo al puesto de vigilancia y ha sido entonces cuando lo ha visto. — Le explicó Elisa y Richard asintió simplemente.
Zoe se quejó en el suelo y Dani miró curioso a su hermana.
— ¿Tienes caca? — Preguntó Dani.
Zoe levantó la cabeza y arrugó la cara.
— Me duele mucho la barriga. — Se quejó la niña.
— ¿Te has comido todo el algodón de azúcar tú solita? — Se interesó Elisa agachándose y Zoe asintió.
— Papá me ha dicho que me lo podía comer.
La niña acusó al adulto y Elisa lo miró a él.
— He dicho que podías comer un poco. — Se defendió Richard. La levantó entonces del suelo y cuando Zoe se agarró a su cuello, la cargó en brazos, sintiéndose intranquilo al escucharla echarse a llorar en su hombro. — ¿Te duele tanto? — Le preguntó mirándola y Zoe asintió con la cara llena de lágrimas.
— Mucho. Quiero a mi mamá.
— Zoe… — Suspiró Richard acariciando su cabeza.
— Sería mejor que la llevara a casa y le diera una manzanilla. — Le aconsejó Elisa y Richard la miró sin entenderla.
— ¿Manzanilla?
Elisa asintió.
— ¿Sabe cómo hacerlo? Solo tiene que…
— No tengo manzanilla en casa y las tiendas no están ya abiertas por aquí. — Contestó Richard.
Elisa observó a la niña llorando y pidió luego al padre.
— Espere un segundo aquí. — Dijo y corrió hacia el local donde estaba con sus amigas.
Richard puso una mano en la nuca de Zoe y miró que no hubiera vuelto a perder a Dani. El niño lo miraba con los ojos bien abiertos.
— Zoe se pondrá bien, no vayas a llorar tú también.
— No estoy llorando. — Respondió Dani todo orgulloso.
Richard le sonrió y observó luego a Zoe.
— En adelante no hagas caso a papá, no sabe nada.
— Estaba bueno… — Musitó Zoe mirándolo desde su hombro y esbozando una pequeña sonrisa. — Papá… ¿Puedes darme un beso en la frente? Mamá lo hacía cuando me ponía malita.
— ¿Un beso? ¿Quieres que yo te de uno?
Zoe le asintió y Richard le dio el beso, abrazándola después con fuerza.
Zoe bebió de un vaso con manzanilla a través de una pajita de plástico y puso mala cara.
— Está malo. — Dijo a Elisa que sostenía el vaso por ella.
— Pero le sentará bien a tu barriga. — Le respondió la chica y Zoe observó a su padre.
— Bébetelo. — Le dijo Richard, la tenía sentada en el regazo y agarró el vaso. — Gracias por la ayuda. — Le agradeció a Elisa.
— No hay de que. — Elisa sonrió. — Lo he visto tan perdido que tenía que echarle una mano.
— No es fácil ser un padre soltero con tres hijos.
Miró a Dani, que sentado a su lado en el banco hacía balancear sus piernas.
— ¿Tiene un hijo más? — Se sorprendió Elisa.
— Un preadolescente, sin duda es el que más problemas da. Y Felipe no es que ayude mucho.
— ¿Quién es Felipe?
— Mi asistente.
— ¿Tiene un asistente?
— Sí. Perdón, no me he presentado. Soy Richard Donoso, dueño del museo Donoso y de la escuela de arte. — Se presentó Richard y le ofreció una mano a estrechar.
Elisa le aceptó la mano y se presentó también.
— Yo soy Elisa Carbajal. Estudiante universitario de arte durante la mayor parte del año, y niñera durante las vacaciones de verano.
— Así que niñera, me vendría bien una.
— Le daré mi número por sí quiere… — Antes de acabar de hablar, Richard ya le había ofrecido su teléfono móvil y Elisa sonrió. — Pero le advierto que no soy una niñera barata. Tengo un largo currículum desde los dieciséis años.
Elisa le devolvió el teléfono después de agendar su número y Richard sonrió.
— No es necesario hablar de números, obviamente pagaré lo que sea por obtener ayuda con ellos.
— Entonces espero su llamada.
Editado: 27.03.2023