Los tres niños se alinearon frente a su padre y Richard se agachó en cuclillas, levantando un dedo hacia ellos.
— No quiero trastadas. Nada de tocar todo lo que veáis, romper cosas o correr como animales salvajes. ¿Queda claro?
— No correr y no tocar cosas. — Dijo Dani y Richard le regaló una caricia en la cabeza.
— Eso es, Dani. — Lo felicitó y lanzó después una mirada ferviente a los dos más grandes. — Vosotros…
— Claro como el agua. — Respondió Izan con una sonrisa.
— Pero mírate. También puedes sonreír de felicidad. — Richard se levantó y le dio una caricia en la cabeza.
— ¡Basta! — Se quejó Izan queriendo escapar, pero su padre siguió despeinando su cabello. — Déjalo ya, eso es infantil.
— ¿Y? ¿Qué tiene de malo? A tu hermano le gusta.
Richard acarició a Dani y el niño sonrió sin entender nada.
— Porque solo tiene tres años.
— Te recuerdo que tienes diez años. — Le respondió Richard e Izan puso cara seria. — Dame una oportunidad, al menos hasta que Estefanía regrese y te vayas con ella.
— ¿Puedo elegir lo que quiera de la tienda?
— Ya veremos. Pero si quieres, haremos surf juntos.
Izan entonó una media sonrisa y asintió.
— Si tanta ilusión te hace, vale. — Caminó hacia la tienda de surf y Richard cargó en brazos con Dani.
— Vamos. — Le dijo a Zoe agarrándola de la mano y la niña sonrió.
Felipe junto al coche se sintió orgulloso de su jefe y descolgó su teléfono móvil al recibir una llamada.
— ¿Sí? — Preguntó.
— ¡Felipe! Llevo veinte minutos esperando en la puerta, ¿puede saberse dónde estás? — Su novia le gritó al teléfono y él reaccionó subiendo al coche corriendo.
— Ya voy de camino, Ofelia. No te enfades, tesorito.
Felipe llegó corriendo hasta su novia Ofelia, una chica de larga melena negra y con gafas.
— Lo siento, había tráfico. — Se disculpó Felipe, aunque por la carretera no pasaba ningún vehículo. — ¿Entramos?
— Sí. — Sonrió Ofelia agarrándose a su brazo. — ¿Cómo le va al señor Donoso con sus hijos?
Felipe se detuvo mirándola.
— Tesorito.
— Lo sé, siempre decimos que nada de trabajo cuando salimos, pero la señora Sánchez…
— La señora Estefanía te ha preguntado. ¿No estaba de vacaciones? ¿Está preocupada por Izan?
Continuaron andando y Felipe le abrió la puerta de la cafetería a su novia.
— Está curiosa por el regreso del señor Donoso.
— En ese caso tendría que llamarlo y hablar con él.
Los dos ocuparon una mesa vacía y Ofelia sonrió.
— Como se nota que no la conoces bien, la señora Estefanía es orgullosa y nunca le mostrará al padre de su hijo que todavía le tiene… digamos, estima.
Felipe correspondió a la sonrisa de su novia.
— Sería gratificante que se dieran una segunda oportunidad ahora que el señor Donoso está en la ciudad, la señora Claudia murió con la esperanza de verlos juntos y sin duda sería bueno para Izan.
Ofelia se roció las manos con un spray de gel de manos y las frotó entre sí.
— Olvídalo. Como he dicho la señora Sánchez preferiría arrojarse frente a un camión antes que volver con su ex. — Descartó Ofelia la posibilidad y Felipe sostuvo las manos de su novia.
Los dos se sonrieron mutuamente y a los dos les sonaron los teléfonos. Cada uno acudió al suyo y le mostró al otro quién llamaba, los padres de Izan reclamaban la atención de sus asistentes.
— Son iguales. — Dijo Felipe colgando la llamada al igual que hizo Ofelia.
— Me ha colgado. — Se extrañó Richard mirando la pantalla de su teléfono. — Tendría que cambiar de asistente.
Guardó el teléfono y se acercó hasta el mostrador de la tienda de surf.
— ¿Pagará con efectivo o con tarjeta? — Le preguntó la dependienta al otro lado del mostrador.
— Tarjeta. ¿Hacéis entrega a domicilio?
Sacó su cartera y de ella una de sus tarjetas.
— ¿No viene Felipe a recoger las tablas? — Preguntó Izan a su lado y Richard miró a su hijo que no había dejado de sonreír.
— No contesta y no tengo coche aquí porque me vine en tren. — Le respondió. — Tendrás que esperar a que las entreguen en la casa para ir a surfear.
— ¿Cuándo la llevaréis? — Preguntó Izan a la chica que esperaba para hacer el cobro.
— Emm… — La dependienta dudó y se dirigió al adulto responsable del preadolescente. — Dependerá de cuando venga mi compañero. Ahora mismo está dando unas clases en la playa.
— Entonces no podré surfear hoy… — Entendió Izan y su cara cambió drásticamente de la dicha a la decepción.
— Con tarjeta por favor. — Solicitó Richard pagar y miró a Izan. — Podemos ver una película hoy con tus hermanos y mañana cuando salga del trabajo, si ya han llegado las tablas, surfeamos. — Izan asintió sin más remedio y Richard le sonrió. — Ve y vigila a tus hermanos, están muy callados.
Izan se alejó y Richard prestó atención a la chica que le pidió la dirección de entrega y otros datos.
— Es el hijo de Estefanía, ¿usted es el padre? — Habló la chica mientras rellenaba el formulario de envío.
— ¿Eres amiga suya o Estefanía viene mucho por aquí?
— Lo segundo, solo hemos hablado un poco cada vez que viene con su hijo.
— Si viene a menudo le habrá comprado una tabla, ¿verdad?
— Le compró una el año pasado. — Sonrió la empleada.
— Papá. — Dani lo llamó tirando de su brazo y Richard lo encontró con un flotador rosa alrededor de la cintura.
Editado: 27.03.2023