Jared
Observé al presidente subir al podium y dar su discurso. Me percaté del nerviosismo de sus manos, de sus silencios, cuando se olvidaba de una palabra y de su mirada perdida al enfrentarse con el público.
Según los rumores, el hombre más poderoso de la nación, sufría de demencia severa y su partido lo mantenía bajo el uso de sustancias médicas, durante la mayor parte del tiempo.
— Lo estás haciendo pedazos en las encuestas. El presidente, ni nadie de su partido, tiene chances frente a ti — escuché decir al presidente del partido Republicano, Ian Mcgregor. Traté de sonreír ante a su comentario, pero lo cierto es que la imagen del presidente perdido por la demencia e intoxicado por sustancias, me hacía pensar... ¿Qué tanto puede el poder político absorber la vida de una persona?
— Tenlo por seguro presidente Mcgregor, que nuestro Jared, duplicará los récords en las encuestas muchísimo antes de llegar al debate presidencial — decía con orgullo mi padre, Allen McCarthy, sin dejar de observarme.
Asentí, con una ligera sonrisa.
— Espero que antes de las primarias del partido, nuestro amado senador nos sorprenda con la noticia de que se ha comprometido con una hermosa rubia conservadora, proveniente de alguna familia poderosa, que pueda agregarle un plus a su campana presidencial — mencionó Williams Foster, secretario general del partido, se notaba un tinte de exigencia en su tono de voz.
— Claro que sí. Muchas jóvenes hermosas, hijas de nuestros socios y políticos del partido, babean por mi hijo — mencionó orgullosa mi madre. Rita McCarthy, era el modelo perfecto de una esposa conservadora Republicana. Tranquila, paciente, de buena cuna y excelente educación, pero sobre todo era la mejor madre y amiga que la vida me hubiera podido dar.
Tomé mi copa entre los dedos y di un sorbo al contenido, tratando de ignorar aquella charla. No era una rubia precisamente la que se incrustaba en los pensamientos de mi mente.
— Solo asegúrate que sea rubia y de buena cuna, Jared — insistió con mucho énfasis —. A nuestros votantes les gustan las tradiciones — el presidente Mcgregor colocó una mano sobre mi hombro —. A los buenos conservadores, le gusta que la pareja presidencial reflejen el sueño americano. Barbie y Kent.
Eso era lo que un día representamos Nicole y yo, pensé con tristeza.
Todos en la mesa sonrieron, mis padres también lo hacían, pero ellos no tenían malicia. Mis padres habían sido criados bajo las antiguas costumbres del sur de Estados Unidos, bajo aquel pensamiento de que la familia presidencial y los políticos eran ejemplo de todo para la nación.
Yo veía en mis padres, a un John F Kennedy y a una Jacqueline Kennedy. Mis padres tenían las mejores intenciones para la nación y para la política, pero no pensaba lo mismo de los demás miembros de aquella mesa.
El presidente terminó su discurso y luego fue mi turno de pronunciar el mío. Mientras caminaba hacia podium, rememoré todas las veces que había ido aquella cena con mi difunta esposa, Nicole. Nuestras charlas, sus sonrisas, su inquietud de volver siempre, al hotel para abrazar a nuestro pequeño J.B.
Nicole fue mi mejor sueño, la mujer perfecta en todos los sentidos.
Como político y como hombre lo tuve todo una vez, pensé con nostalgia mientras subía los escalones.
Era la primera vez en cinco años que asistía aquel salón.
— Buenas noches ...— empecé mi discurso, brindando una sonrisa, cuando lo que deseaba era salir de allí y que un milagro de la vida me devolviera a mi familia.
En mis discursos la palabra Dios estaba ausente, la fe era solo, la vana manera de aferrarse que tenían los desdichados de mejorar sus vidas y la esperanza, una excusa barata que no servía.
Mi discurso tuvo una duración de diez minutos. Por increíble que parezca era un hombre de pocas palabras, siempre iba directo al grano, sin dar tantas vueltas y aquella forma de ser me distinguía de los demás políticos. Ese era el secreto de mi éxito, decían muchos. Bajé del podium y enseguida me vi arropado por una abalanza de periodistas, deseosos de obtener una palabra mía.
Nunca hablaba de mi vida personal. No lo hice en mis comienzos, mucho menos lo haré en mi cúspide.
Ajusté mi corbata y les brindé una sonrisa sincera, ellos solo estaban haciendo su trabajo.
— Senador McCarthy hay rumores de que está saliendo con Lena Christopherson, la hija del senador por Alabama, ¿Qué tiene que decir a eso?
— Solo son rumores — aclaré.
— Senador McCarthy, dicen sus opositores, que un hombre soltero no puede llegar a la presidencia y por ende su partido lo está presionando para contraer matrimonio.
— Estar soltero no debería ser un impedimento, pero estoy consciente de que un hombre casado representa estabilidad, unión y sabiduría entre los votantes — expresé honestamente.
— ¿Senador McCarthy, es cierto que usted desea una mujer para ser su vicepresidenta?
— Claro que sí, tengo toda la intención que mi compañera de boleta sea una mujer, que represente un ejemplo correcto de empoderamiento, para nuestras mujeres y niñas. Las mujeres deben ser siempre una prioridad en todos los aspectos.
— Senador McCarthy, ¿nos puede confirmar si es cierto el rumor que el FBI aún sigue investigando la muerte de su esposa e hijo?
— Eso es algo que prefiero reservarme —esquivé —. Fue un placer hablar con usted, ahora iré con mi familia...
Traté de alejarme de los flashes y de los periodistas, pero estos seguían a mis espaldas, ahogándome con preguntas.
— Hablando de familia, senador McCarthy, después de tanto tiempo viudo. ¿Hay alguna posibilidad de que usted forme una familia en un futuro cercano?. ¿Abrirá por fin su corazón a un nuevo amor?
Sentí todo el salón en silencio y los ojos de las personas más poderosas del país, puestos en mí. Era la pregunta de las que todos esperaban una respuesta. Miré fijamente a la periodista que me hizo aquella pregunta y mi mente se llenó de imágenes de Lara Hernández, sentada a mi lado, tomando mi mano y sonriéndome, mientras una pequeña rubia de ojos verdes corría hacia mí pidiendo ser cargada en brazos.
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Editado: 16.10.2023