Cuatro años antes.
Maya Rutherford
—No deberías casarte con él — repitió por sexta vez mi nana—. Ese hombre...no sé hija, tú tan bonita, tan virginal y ese tipejo — la vi chasquear la lengua.
Mi nana detestaba a mi prometido.
— Nana, recuerda que no soy virgen — le recordé.
— No es eso, mi princesa, es que no confío en él — admitió tomándome de las manos.
—Lo sé, pero Christian me quiere y mucho. Me lo ha demostrado todos estos años, incluso no le importó que hubo otro hombre en mi vida antes de él — bajé la mirada, suprimiendo todas las dudas de mi corazón por aquel viejo amor.
Mi futuro era Christian y siempre lo sería, trate de convencerme.
— No me gusta — siguió insistiendo.
Le di un beso en la mejilla y me fui hacia la habitación de mi mamá, necesitaba pedirle el collar de diamantes de la familia.
Era tradición en la familia Rutherford, que la novia llevara el collar de zafiro el día de su boda.
El aire del exterior me golpeó el rostro y seguí respirando lentamente, intentando relajarme, con los ojos cerrados.
Los abrí segundos después, un poco más tranquila.
Fue entonces cuando abrí lentamente la puerta de la habitación y repare en Christian que estaba dentro junto a mi madre.
Lo primero que pensé al verles fue que estaban muy guapos. Christian llevaba un esmoquin azul añil, a juego con sus ojos.
Mientras mi madre llevaba un vestido color esmeralda, ceñido a su esbelto cuerpo.
Su conversación me llegó nítida a mis oídos, a pesar de que hablaban bastante bajito.
—Pero esto es para siempre, Marena.
—Ya lo sé, pero es demasiado tarde para echarte para atrás, estás hablando de mi hija, mi única hija.
Un momento… ¿echarse atrás?
¿Qué estaba pasando aquí?
—Y ¿qué pasa con nosotros? — cuestionó mi novio.
Parpadeé, sintiendo la confusión en cada poro de mi piel.
Sentía la garganta seca de repente.
¿Qué había querido decir Christian con ese «nosotros»?
—Podemos seguir como hasta ahora, Maya jamás se dará cuenta...es dulce e inocente. No quiero que la lastimen más de lo que hizo McCarthy con ella — la escuché explicarle, mencionando ese pasado doloroso.
—No quiero ser tu amante, Marena. Yo te amo, siempre lo he hecho.
Algo golpeó con fuerza mi estómago dejándome sin aire. Sentí ganas de vomitar.
—Eres un niño para mí — musitó ella alejándose de él.
Lo ví seguirla hasta la ventana y tomarla de la cintura con posesión.
Si la rotura de un alma tenía sonido, podría parecerse a un vidrio cayendo contra el suelo.
Así sentí mi alma romperse en ese momento.
—Para mí tampoco es fácil, Christian, tú me haces sentir amada, querida.
—Pues no me cansaré con ella. Romperé el compromiso, aún estoy a tiempo.
Ella lo empujó.
— ¿Ya quieres qué Xandro te asesine? — le pegó en el pecho con rabia.
— No le tengo miedo — insistió Christian.
—Sabes que no puedes hacer eso. Lo hemos hablado muchas veces. Los Rutherford son muy tradicionales, nunca aceptarían que yo esté con un ex de mi propia hija.
Seguí la conversación perpleja. Las palabras llegaban a mis oídos, pero era incapaz de procesarlas, toqué mi pecho a ver si mi pobre corazón aún latía, porque me sentía morir.
—Pero ellos me adoran…
—Te adoran como el futuro esposo de Maya. Si supieran la verdad…
—¿Qué hay de mi amor?— cuestionó él.
—¿Qué hay de Maya? ¿Eh? — replicó ella molesta.
Oír a mi madre mencionar mi nombre me despertó del letargo
— No es justo tampoco para ella. Debería saber la verdad, que me caso con ella para usarla como tapadera.
— Esta es su boda soñada, es mi hija — la vi quebrarse—. Es mi hija y la estoy traicionando.
—Pero yo te quiero, Marena. Y tú me amas.
Todas mis terminaciones nerviosas se convirtieron en hielo. Una presión dolorosa recubrió mi corazón, mis pulmones y congeló mis venas.
¿Quizás era una broma?
¿Quizás estaba malinterpretando todo?
No, no podía ser cierto.
Mi madre no podía traicionarme así.
Sin embargo, cualquier esperanza de que fuera así se desvaneció en un instante, cuando Christian tomó el rostro de mi madre entre sus manos, se acercó a ella y la besó de forma tan apasionada, como jamás lo había hecho conmigo.
Mi corazón se detuvo, haciéndose añicos.
— ¿Mamá? — no sé cómo pude agarrar fuerzas para hablar.
Ellos voltearon hacia mí, ví a mi mamá taparse la boca para ahogar un grito.
Sentí mi cuerpo liviano y un fuerte mareo me envolvió, pocos segundos después todo se volvió negro.
(...)
Elliot McCarthy
Trabajo. Trabajo. Soy adicto al trabajo.
Hacer dinero y pasarme horas en mi oficina encerrado, para mí es una filosofía de vida.
Parte de la fórmula del éxito es la disciplina y el esfuerzo.
Jamás me tomo un día libre, pero aquella ocasión lo ameritaba.
No todos los días eres el padrino de la boda de la mujer que desvirgaste bajo tus sábanas de seda.
Hasta pronunciar su nombre me provoca de todo, Maya era ese pecado que seguiría cometiendo mientras vida tuviera, pero ella se había hecho la digna y ahora estaba camino a casarse con un imbécil.
Un imbécil, el cual es mi socio y me hizo su padrino de su boda.
Un socio que no tiene idea que fui yo, aquel hombre que le quitó la inocencia a la princesita Rutherford.
No me enorgullece mi pasado, ni lo que hice para acostarme con Maya en aquel tiempo. Yo le había dejado las cosas claras, solo quería su cuerpo.
Que la princesita se haya enamorado, no era mi problema. Mi problema ahora es esto, esa boda y saber que ella me está olvidando.
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Editado: 11.06.2024