Megan
Permanezco sentada en mi auto sin saber a donde ir, no puedo poner un pie en la empresa, no soy bienvenida ahí, creo que mi trabajo como diseñadora ha terminado, mi padre se ha encargado de eso, tiene muchos amigos y nadie me dará trabajo en el país por causa de él, tampoco puedo montar mi propia empresa, aunque tengo dinero no es suficiente, casi todo está en los bancos y no puedo sacarlo, obra también de mi padre, al menos me queda mi hotel, hice bien en comprar este a mi nombre y con mi dinero, pero soy una persona que necesita trabajar y ahora no puedo, por Dios, tres meses de vida, quiero vivir al máximo, pero no tengo ni idea de que hacer, miro la lista en mi teléfono en donde ya he tachado emborracharme, tener sexo e ir a un club, los otros puntos esperan paciente.
—Leo —mi chofer me mira a través del espejo —¿conoce algún lugar en el que pueda hacer paracaidismo? —el hombre de más de 60 años se gira totalmente para mirar mis ojos, la sorpresa es clara.
—¿Para algún amigo?
—Para mí —sonrío un poco —necesito hacerlo —murmuro pensando en mi lista —también me hace falta aprender a conducir, montar un caballo, subir a un barco y —miro la lista —huir de la Policía, dormir una noche tras las rejas, en fin —lo miro —cosas que cualquier persona común haría —él sigue estupefacto
—¿Se siente bien señorita?
—Mejor que nunca —susurro, mi chofer se queda varios segundos mirándome para luego dejar de hacerlo y arrancar el auto, este se mueve con lentitud por la calle como siempre me ha gustado ir, yo vuelvo la mirada a mi lista, la cual también dice sobre tomar un taxi, algo que nunca he hecho y consumir droga aunque pensando en mi noche de alcohol creo que ya con eso basta por lo que tacho lo de las drogas.
El ruido del helicóptero ya me tiene mareada y eso que no me atrevo a mirar hacia fuera, la cabeza me duele y quiero ya bajar de aquí, la idea de no hacerlo cruza por mi cabeza, es una locura, pero ya tengo todo el equipo puesto y el hombre que se lanzará conmigo está detrás de mí esperando el momento, siento que me voy a desmayar.
—Ya estamos a la altura correcta —grita otro que está a mi lado, entonces abro los ojos mirando hacia afuera, ¡Diablos! El aire no deja de impactar en mi rostro y a pesar de todo lo que llevo en este molesta de todas formas.
—Creo que no lo haré —mascullo con miedo cerrando mis ojos otra vez.
—No puedes ya negarte —esa voz me hace abrir los ojos, giro mi rostro, pero no logro ver el suyo.
—Tu, tu eres —las palabras no salen porque él me empuja y ambos caemos, chillo como desquiciada moviendo mis pies, no abro los ojos hasta que siento que el paracaídas se abre y ya no caemos a toda velocidad, puedo escuchar mi corazón latir con fuerza y las ganas de vomitar vuelven —hijo de puta
—Cuida esa boca
—¿Alec? —no responde, escuché su voz ebria y aunque había bebido demasiado eso es algo que no he podido olvidar —¿Alec McAllister?
—Me reconoces, eso es admirable —dice en mi oído y cierro mis ojos
—¿Qué demonios haces? Desde cuando tú
—Cálmate Megan, te pierdes lo lindo del momento por estar discutiendo, mira el paisaje —yo abro mis ojos y sí, es bello, pero tengo miedo y detrás de mí está el peor enemigo de mi padre, no sé por qué se odian, pero crecí escuchando que era malo, peligroso y que su nombre en casa estaba prohibido. Nunca había hablado con él antes de esa noche, pero que ahora esté aquí conmigo solo significa una cosa, sabe lo que hicimos. —Debes flexionar las rodillas, ¿vale? Vamos a aterrizar —lo escucho, pero no digo nada —¿Megan me escucha?
—¿Qué haces aquí?
—A veces trabajo como instructor, eso es todo —ruedo los ojos con su mentira, eso es imposible, no tengo tanta mala suerte, además, no me había hablado, no lo había visto sin el equipo por lo que es claro que no quería que le viera, cuando veo tierra comienzo a gritar de nuevo escuchando las instrucciones que me da, pero que todas olvido con cada segundo que pasa y entonces mis pies tocan el bonito suelo, juro que no vuelvo a hacerlo.
—Mierda —farfullo con dolor, muevo mis manos intentando quitar de mi rostro el paracaídas.
—Tranquila —Alec se separa de mí y comienza a ayudar —joder eres la más difícil y chillona con la que me ha tocado
—Vete al infierno —me quejo tapando mis ojos con mi brazo
—Ponte de pie o te piensas quedar ahí
—No puedo moverme, mi pie duele, creo que me lo he fracturado
—Te dije que flexionaras tus
—¿Me estás siguiendo? —lo interrumpo y entonces le miro, trago en seco al verlo, la ropa que trae se le pega al cuerpo como un guante, su cabello castaño está despeinado lo que le da un aire más juvenil y sus ojos verdes están fijos en los míos, ¿existe el hombre perfecto? Pues sí, tiene mirada severa, me lleva 20 años y desde pequeña me han enseñado a odiarle.
—¿Seguirte? ¿Por qué lo crees? —él se agacha y toma mi pie, mis ojos se cierran por el dolor y aprieto mis dientes para no chillar
—No lo toques, no —grito cuando lo mueve un poco y entonces deja de hacerlo.
—Debes ir al hospital para una radiografía, pero parece un esguince, se te hinchará el tobillo, no podrás moverlo mucho y el dolor será terrible.
—¿Además de gilipollas eres médico? —su risa llena el ambiente mientras miro el cielo intentando respirar tranquila para ver si el dolor disminuye
—No fui yo quien cayó mal por no escuchar bien —lo miro, alza una ceja.
—¿Qué quieres? ¿Por qué me sigues? No creo en las casualidades Alec y sé de sobra que mi padre y tú se odian, bueno, tu familia y la mía se odian desde hace generaciones, así que no creo que no me estés siguiendo ni me creo tampoco eso de que trabajas como instructor.
—¿Y sabes por qué nos odiamos Megan? —bufo, pero no respondo, no, no lo sé, negocios supongo, él también tiene una empresa de moda así como revistas.