Un Perfecto Desconocido

Capítulo 9: EL BESO

Capítulo 9

EL BESO

 

“Me encantas…justo así como eres.”

-El Diario de Bridget Jones-

 

Es increíble todo lo que puedo deducir con solo mirarlos.  Ella se proyecta con una ternura noble hacia él, creo que de verdad le tiene aprecio. Pero no veo otra cosa que amistad pura y sencilla. En los ojos de Margaret falta la chispa del amor, esa que involuntariamente reluce en la mirada de una mujer enamorada. A su alrededor no revolotean estrellitas y duendes como me pasa a mí cuando lo veo.

También me fijo en el lenguaje corporal de Aitor, en todo lo que emana de su ser con solo verla.  Esa sonrisa - que a mí siempre me derrite - ahora la veo bajo una nueva luz. Es por ella. No se parece en nada a la expresión que puso al verme a mí cuando ni siquiera pudo recordar que soy la chica que le vende un café de vez en cuando. Así de poco memorable soy para él.

Ya basta.

¿Hasta cuándo esta película? Pensé que sería una de romance y se está convirtiendo en una película de horror.

Decido irme de una vez. Lo hago a hurtadillas y en completo silencio. Me escabullo nuevamente al pasillo y vuelvo a repetirme que no pienso regresar. Ahora menos que nunca. Que se quede con su rubia.

Me dirijo al trabajo. Me da un poco de pena irme sin despedirme de la familia que han sido tan amables pero realmente ya no aguanto esta farsa. Prefiero regresar a mi realidad - por solitaria y patética que sea - al menos es mi realidad. Ya está bueno de jugar a enamorarse de un extraño.

Me dirijo a la calle sumida en mis pensamientos. Todavía estoy en los predios del hospital, cuando escucho a alguien llamarme por mi nombre.

— ¡Nazireh! … ¡Nazireh!...—oigo en una voz que creo reconocer.

Me detengo de golpe. La garganta se me ha secado en un instante y el corazón comienza a retumbarme en el pecho.

Creo que es él…

— ¡Nazireh! … ¡Nazireh!...—vuelvo a escuchar.

Volteo a verlo.  No me equivoqué…es Edward.

Su silueta se va a acercando hasta llegar a mí. Está jadeante por la carrera que ha tenido que echar para alcanzarme. Se acomoda el cabello mientras me mira con aquellos ojos de un color que todavía no alcanzo a descifrar.  Yo también lo miro.  Se ve más guapo que la última vez. Y eso que la última vez que lo vi estaba guapísimo.

—Hola, Edward —lo saludo lo más natural posible. Intento que no se dé cuenta que su presencia comienza a hacerme sentir cosas raras.

—Hola, Nazi… ¿Puedo llamarte así? ¿No te molesta? —pregunta con una sonrisa traviesa que hace que se le forme ese hoyuelo en la mejilla que me mata.

—Claro, por supuesto…peores cosas me han dicho —respondo.

Edward vuelve a reír. Y yo vuelvo a sentir que me mata su sonrisa.

—Vengo siguiéndote desde el pasillo del hospital. Te llamaba pero caminabas con mucha prisa.

—Disculpa…es que voy al trabajo.

— ¿Puedo llevarte? Tengo mi auto aquí cerca —ofreció gentil.

—Oh, no…por favor…no te molestes…

—No es ninguna molestia…

Me detengo a meditar en su propuesta y de inmediato una duda me atenaza el pensamiento: ¿Qué hace Edward en el hospital si no está visitando a su mejor amigo?

—Pero… ¿No ibas a ver a Aitor? Deberías ir…ya se despertó. Seguro se alegrará de verte…

—Sí, lo sé. Y me alegra sobremanera pero prefiero esperar a que Margaret se vaya…—soltó pero enseguida hizo un gesto de arrepentimiento.

De inmediato me percato que fue un desliz de palabras. Quizás no quiso decir eso pero el caso fue que lo dijo y yo lo escuché.

— ¿Qué tiene de malo que Margaret esté ahí? —inquirí intrigada por su inesperada confesión.

—Oh, no…por favor…no tiene nada de malo…no quise decir eso…más bien…es que…eh…eh…—trastabillaba con las palabras.

Me quedé esperando que terminara la oración. Sospechaba que lo que dijo fue exactamente lo quiso decir y ahora solo trataba de suavizar las palabras.

—Quiero decir…eh…eh…es que hay mucha gente en su habitación. Ya sabes…la familia…Margaret…los médicos…es demasiada gente. Eso no es bueno para él…podría agobiarlo y necesita descansar….mejor paso más tarde…—terminó de explicar aunque con tanta vacilación que no terminó de convencerme.

—Humm…comprendo…—respondí para zanjar el tema.

— ¿Entonces qué? ¿Me vas a permitir llevarte al trabajo? —insistió.

Titubeé por un instante. Todas las alarmas del mundo sonaban en mis oídos. <<Esto podría traerte problemas>>—me dicen. Pero no hago caso.

—Me rindo. Acepto… —respondo al tiempo que coloco mis manos en alto.

Caminamos hasta el auto. Me abrió la portezuela como todo un caballero de antaño y me acomodé en el asiento del pasajero.

—Ajústese el cinturón, señorita. Yo la llevaré sana y salva a su trabajo.

Me gustó aquel momento tan sencillo y especial. Es halagador cuando un hombre tiene cortesías, se preocupa por ti y te trata como una dama hasta en los pequeños detalles.

Quedé impresionada con su auto Tesla. Nunca había estado dentro de uno de esos. Una computadora hace casi todo dejando las manos libres. Apenas dio un comando en la computadora y el auto ya estaba en marcha ¡Es fantástico!

Dentro del auto se desprendía un suave olor a frutas y el radio estaba encendido en música instrumental. Simplemente maravilloso.

—Y bien… ¿Has vuelto a ir a alimentar a Betto? —me preguntó.

—No… ¿lo has hecho tú? —pregunté espantada.

— ¡Yo tampoco!- respondió con igual espanto, frenando el auto de golpe.

Creo que ambos palidecimos al pensar en la posibilidad más nefasta que pudiera pasar. Sentí que el corazón se me paralizó por unos segundos.




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