ESCRIBE VÍCTOR
Si la iluminación que puede llegar a irradiar un corazón sumido en un sentimiento intenso tuviese forma física, el súbito e inesperado apagón de la luz en la taberna no solo no hubiese tenido consecuencia alguna, sino que algo cercano a un sol cegaría a los presentes esa noche.
Las miradas de Olivia y Joel parecían estar fijadas la una en la otra con algún tipo de magnetismo que no cesaba en su empeño de alcanzar nuevas cotas a cada tímido intento por pronunciar algo por parte de ambos.
Lo que fuese con tal de evadir la sensación de riesgo y vértigo que se había instaurado.
Joel, sin embargo, barajaba en una pugna interior la posibilidad de mantener ese pulso con un tiempo que parecía haberse detenido.
Lo que hiciese falta con tal de sentir que se hallaba conduciendo a toda velocidad hacia el mismísimo paraíso.
Los latidos de su corazón así lo atestiguaban.
Fuertes y decididos. Acelerados y ansiosos.
De pronto a Joel le relampagueó algo en la mente, proveniente de una memoria tan neblinosa como la noche en la que se encontraban.
No pudo reconocer la imagen, que esquiva, surcó de forma vertiginosa su visión sin dejar más rastro que algo semejante a un rostro muy familiar.
Olivia pareció darse cuenta de ello, dando con las palabras que se le habían estado resistiendo.
– ¿Ocurre algo? – La dulzura con la que lo dijo hizo que Joel formase una mueca de media sonrisa en la comisura de sus labios, entrecerrando unos ojos que desplazaron su mirada a las manos unidas de ambos, cuyos pulgares jugueteaban persiguiéndose y encontrándose.
Joel recuperó la compostura.
– Eso deberíamos preguntarle al camarero, ¿No crees? – En ese mismo instante el sonido de cristal rechinando provocó que tanto la pareja como el resto de clientes se girasen hacia la barra, donde el camarero, luciendo la mejor de sus sonrisas, sostenía en una mano y en alto una copa, que golpeaba con una cuchara a intervalos regulares.
– Es para mí un placer anunciaros que la fiesta de Halloween... – Una pausa premeditada dio paso a algo que iluminó de nuevo la taberna. Provenía de unas calabazas cuya mirada y sonrisa macabra emanaban una anaranjada y viva luz, rojiza por momentos, que habían sido repartidas por el local sin que nadie hubiese reparado en ello. El camarero entonces puso fin a su pausa. – ... ¡Va a comenzar!
Un griterío se apoderó del ambiente, mientras la mayoría de los presentes se abalanzó a la barra para pedir otra ronda de bebida.
– Joel... Te noto algo afligido. – Olivia parecía haberse alejado de esas dudas tormentosas que supuestamente la perseguían desde que Joel la vio entrar por la puerta. Se había inclinado sobre sí misma para buscar su mirada con una sonrisa bondadosa, quizá incluso pícara, tatuada en su rostro. Mientras pronunciaba esas palabras mecía como invitando a reaccionar las manos de su acompañante.
– Ahora me tomaría una cerveza. – Joel hizo una mueca como lamentándose, aunque resultó también cierto que Olivia había logrado animarle, venciendo el pequeño bache que había atravesado cuando el camarero anunció el comienzo de la celebración. Fue su turno para devolver cargar de picardía tanto su mirada como su voz: – O tres, o diez...
– Si hombre, y cuarenta. – Olivia bufó y mientras Joel soltaba una carcajada ésta liberó sus manos para empujarle cariñosamente a modo de regañina.
Transcurrió el tiempo y todo el mundo lo estaba pasando en grande con las actividades y juegos que el camarero había planificado para la ocasión.
Olivia y Joel, sin embargo, parecían estar en su propia taberna dentro de la taberna.
Saltaba a la vista, de modo que aunque en un principio el resto de presentes hablaron con ellos y les invitaron a participar en sus actividades, poco a poco, fueron dándose cuenta de como algo que parecía puramente mágico se estaba gestando con férrea delicadeza esa noche. Algo que había que respetar.
De pronto la luz de las calabazas se tornó tenue.
– A ver qué pasa ahora. – Comentó Joel divertido.
Y fue en cuanto se escuchó la primera nota de una canción que inundó de música la taberna que Olivia dejó escapar un grito de emoción, llevándose una mano a la boca y, dando unos brincos, sacudiendo un brazo de Joel con la otra.