Un sueño para Madeleine

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Capítulo seis: la casa del sueño americano.

Madeleine.

El bueno hijo siempre regresa a casa. Bueno madre, yo no estoy segura de ser una buena hija, pero allá voy, de regreso a la tierra que me vió... nacer y convertirme en una mujer que quería escapar de ella, como si estuviera haciéndome daño. Las personas si que somos complicadas, madre, y eso apesta.

Observo por la ventana, entretenida y emocionada por el hecho de que al fin hemos dejado la ciudad atrás. Solo hay verde por doquier y debo admitir que es encantador. Por supuesto que sí, mucho más que los gritos de mi jefe al decirle que me tomaría las vacaciones que no me había dado, y es que ese piensa que uno es esclavo solo por pagarle. Que imbécil, espero que en vez de broncearse se rostize. Mierda, que imágen más satisfactoria... ugh, una lastima que no estaré ahí para verlo.

Me duele la espalda y tengo las nalgas cansada de tanto estar sentada. Al menos es un consuelo que ya estoy cerca de casa, creo que a eso de las diez me encontraré comiendo un delicioso desayuno, claro que con pequeños regaños cariñosos de por medio... en verdad soy una mala hija. No puedo creer, que estuviera tan envuelta en la poca vida que tengo y se me haya olvidado, aunque sea, enviar un mensaje a casa... aún si supiera que no lo iban a leer. Tantas opciones había, como envíar un mensaje a unas de mis primas o a mi tío para saber cómo estaban, pero no, esta chica no hizo nada de eso.

Un escalofríos sube por mis brazos y me sacudo involuntariamente, sé que no lo hize por todo eso que ha estado pasando y que me tiene envuelta en una burbuja de miedo, curiosidad y letargo. Pero soy una mujer fuerte y he decidido volver a casa, dónde lo que más amo esta esperándome. No pienso dejar que esto me aleje cada vez más de mí y lo que quiero.

¿Volver a los brazos de mis padres si me hace fuerte o débil?

Que más da la respuesta, lo único importante aquí es que regreso a un lugar seguro. Es aquí donde están mis primeras memorias...

Sonrío con nostalgia y pego unos momentos mi cabeza en la ventana. Unos de mis primeros recuerdos más fuerte es de cuando tenía once años y mi padre me hizo un columpio, era sencillo y a mí me parecía tan genial que él solo se carcajeaba complacido y risueño. El columpio solo consistía en una llanta gigantesca colgada de la rama del higo que había en el patio, ahí me la pasaba horas, balanceándome y pensando tanto en el porqué no recordaba con la claridad que debería, todas esas cosas que sería normal conservar frescas, como los compinches de juegos. Aunque todos esos cuestionamientos se difuminaban cuando mamá llegaba a regañarme porque podría lastimarme o porque no iba a comer.

Me río nostálgica, son unos bellos recuerdos.

—Ya hemos llegado al pueblo, me dices que casa es, por favor.

Suspiro sonoramente y estiro mis manos que hormiguean.

—Sí, siga adelante —asiento de acuerdo y me hecho un poco hacía adelante y muevo mi mano indicándole—. Es una casa de dos pisos hecha de madera y con una verja de hierro blanca.

Me voltea a ver un poco sorprendido y después asiente regresando la vista al camino de tierra y algunos huecos que lleva a la pequeña finca de mis padres.

—La casa al estilo americano, siempre he tenido curiosidad de ella.

Sabía yo que no iba a quedarse callado.

—Al estilo estadounidense, sí.

—¿No es lo mismo? —preguntó realmente confundido y no despectivo, como pensé que iba a sonar.

—Estados Unidos no es América y como te das cuenta este tipo de casa se ve más allá... la de nosotros es diferente. Aunque pasa lo mismo en la mayoría de las ciudades de cada país. Así que no creo que encasillar todo un continente en un país sea lo correcto —lo volteo a ver con el ceño fruncido—. Ah... si me entendiste, ¿verdad?

—Creo saber hacia donde va lo que dices —responde riéndose bajito—. Bueno, ya hemos llegado.

—Eso veo —digo bajándome del taxi y llevando mi bolso conmigo, saco la cartera y le doy el pago cuando él ha bajado mi maleta del carro—. Muchas gracias.

—Gracias a usted —dice, pero no se va, alzo una ceja esperando que vote lo que tiene atravesado en la garganta—. ¿Eres hija de los gringos?

¿Que yo qué?

—Mis padres no son gringos.

—Pero... la casa...

Ya estoy aburrida de esto, siempre es lo mismo.

—Eso es obra de mi tío —respondo a la incógnita en su cabeza—. Arquitecto. Ah... vivió un tiempo allá en Estados Unidos y quiso... experimentar... creo —me alzo de hombros—, no lo sé con exactitud.

Asiente en respuesta y se marcha al fin. Me quedo parada al frente de la reja unos segundos observando que la casa sigue igual con sus dos colores y las mecedoras en la terraza, tres en total. Los árboles que están más cerca de casa siguen ahí; el tamarindo, el de mango y el de higo son los más grandes, tan llamativos y vestidos de un verde fuerte.

La casa sigue teniendo unas que otras materas llenas de flores y una cantidad de otras matas que no hechan flores, pero que son hermosas, hay muchas más que antes y sé con exactitud que mi padre es el responsable de eso. Él tenía razón, hacen que la casa se vea más cálida y hogareña.



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En el texto hay: romance, dimensiones, fantasia épica

Editado: 20.09.2022

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