Clavo las uñas en mi bolso al tiempo que mi pulso se acelera. No necesito mirar hacia atrás para saber que Nicolás me está siguiendo, la sensación de terror absoluto que siento en la nuca es suficiente para saber que él está aquí. Intento apresurar el paso, aunque sé que eso no servirá de nada, Nicolás puede seguirme insistentemente durante horas, sin importar el ritmo que lleve, sin importar lo que haga; cuando Nicolás decide seguirme no hay manera de hacerlo parar, cada vez que miro hacia atrás él esta ahí. Además, él ya conoce el camino de mi trabajo a mi apartamento de memoria a pesar de que he intentado tomar diferentes rutas para confundirlo, sabe a dónde a voy y si quiere llegar a mí no tengo forma de evadirlo.
Hace unos meses ni siquiera sabía de la existencia de Nicolás Ricci y ahora él ha puesto mi vida de cabeza. Antes de Nicolás, no sabía lo que era el miedo, ni sentirse vulnerable... cuando era pequeña solía tenerle miedo a los fantasmas, pero ese era un miedo absurdo porque los fantasmas son imaginarios, Nicolás Ricci es real y también lo es el terror que me sobrecoge cada vez que se acerca a mí. Cómo me gustaría poder meterme debajo de las cobijas de la cama a esperar a que los fantasmas se vayan como lo hacía cuando era pequeña, pero eso no funcionaría con Nicolás, nada parece funcionar para que se aleje.
Doy un giro repentino y entro a una tienda de conveniencia, el cajero es un hombre gordo con el pelo rizado que apenas me nota cuando entro, está demasiado entretenido mirando la pantalla de su smartphone. Instintivamente me apresuro a la parte trasera de la tienda, aunque lo más inteligente sería permanecer cerca del cajero para que de esa forma haya un testigo en caso de que Nicolás intente hacerme algo.
Me detengo frente a la puerta de cristal de los refrigeradores, miro las numerosas marcas de cerveza frente a mí mientras trato de calmar mi respiración agitada. Suena el timbre de la puerta de entrada, Nicolás está aquí. No me doy la vuelta, aunque puedo escuchar sus pasos acercándose cada vez más.
—¿Buscas algo de beber, muñeca? —pregunta Nicolás a mis espaldas.
Escuchar su voz tan cerca de mí envía un escalofrío por mi espalda. Cómo me gustaría que desapareciera de mi vida.
No me doy la vuelta para mirarlo, el miedo me tiene paralizada. Nicolás da un paso hacia adelante, presionando su sólido cuerpo contra mi espalda, puedo sentir su aliento en mi nuca, lo que significa que está ligeramente inclinado hacia mí, Nicolás es un hombre alto, si estuviera erguido su barbilla apenas rozaría mi cabello castaño. Luego él pasa su brazo alrededor de mi cintura para aprisionarme y presiona mi espalda con fuerza contra su pecho. Lentamente, coloca su mano sobre mi vientre, hay un tatuaje de una frase escrita en italiano que no entiendo y luego unos símbolos en cada dedo, como calaveras ensangrentadas o algo parecido, me cuesta ver con claridad porque mis ojos se están llenando de lágrimas. Vuelvo la mirada hacia el cajero, pero el hombre no nos mira, todavía está concentrado en su teléfono y además, incluso si levantara los ojos, no podría ver cómo Nicolás me sostiene porque los estantes de la tienda nos cubren del cuello hacia abajo. Él solo vería a dos clientes frente a los refrigeradores pensando qué comprar.
Nicolás se inclina hacia mi oído.
—¿Tú y el inútil de tu hermano ya tienen mi dinero? —susurra con voz profunda.
Niego con la cabeza. Lo estoy intentando, pero no es fácil conseguir cincuenta mil dólares de la nada cuando eres una huérfana de 21 años que trabaja como recepcionista.
—¿Qué vamos a hacer al respecto, Emma? —pregunta Nicolás mientras presiona su cuerpo aún más contra el mío, estamos tan juntos que no hay espacio ni para un alfiler entre nosotros. Siento la cadencia de su respiración conforme su pecho sube y baja y sé que él puede sentirme temblar bajo su agarre.
—Por favor, Nicolás, te daremos tu dinero... solo necesito tiempo —digo con voz suplicante.
—He esperado lo suficiente, muñequita, me estoy impacientando. No me gusta que me quiten mi tiempo —gruñe contra mi oído.
—Por favor, accediste a darnos seis meses —le recuerdo aterrorizada.
Mi hermano menor, Bobby, tiene un problema de juego, lo desarrolló poco después de que perdimos a nuestros padres. Supongo que jugar al póquer fue su forma de afrontar la pérdida que sufrimos o algo así. Sabía que eso no era bueno para él, pero lo dejé pasar porque pensé que necesitaba tiempo para vivir su duelo a su manera y sanar. No fue hasta que esos matones aparecieron en nuestro apartamento que me di cuenta del terrible error que cometí al dejarlo apostar cuanto quisiera. Bobby ahora debe sesenta mil dólares a un lugar de juego clandestino dirigido por el hijo de un conocido mafioso llamado Víctor Ricci. No tenía la menor idea de quiénes eran Víctor Ricci ni su hijo Nicolás, hasta hace unos meses, cuando Nicolás vino con otros dos hombres a mi apartamento a altas horas de la noche para exigirle a Bobby que le pagara lo que le debía. Nunca había tenido tanto miedo en mi vida como en ese momento. Mi hermano parecía tan frágil rogándole a Nicolás que le diera más tiempo... me rompió el corazón. Los hombres nos amenazaron con armas, intentaron intimidarnos para que les diéramos el dinero, pero claro, no lo teníamos. Todavía nos quedaba algo del dinero del seguro de vida de nuestros padres, diez mil dólares, que le di a Nicolás en ese momento y luego le pedí que nos diera seis meses para reunir el resto del dinero. Nicolás estuvo de acuerdo, pero desde ese día me sigue de vez en cuando para asegurarse de que no me olvide de la deuda que tengo, y supongo que también porque le divierte molestarme.