Un verano inesperado

∞Capítulo 35: "Caída"∞

Las camionetas ya estaban en la entrada de las cabañas y yo llegaba tarde, ya que estaba colgando mi ropa en el tendedero. Justo cuando Paul se fue, yo aproveché a ir por mi ropa y colgarla, no iba a dejarla ahí un buen rato.

Agarré mi mochila con todas mis cosas dentro y salí de mi cabaña corriendo, todos ya estaban en las camionetas y solo faltaba yo. Entré rápido a la camioneta y ésta avanzó, ya que la otra ya había avanzado y teníamos que alcanzarla. Mis papás estaban en el asiento del copiloto y yo me sorprendí al no ver a Paul ahí, hasta que me di cuenta de que yo no estaba sola en la parte de atrás, él también estaba ahí. Me puse mis audífonos y puse un poco de música, quería distraerme y olvidar que Paul estaba a mi lado. 

—Oye, Leila —dijo Paul. 

La educación era lo que jamás se me olvidaría, así que lo miré. 

—Ya casi llegamos —dijo rápidamente. 

Fruncí mi ceño y luego asentí, eso fue muy raro, por un momento pensé que había enloquecido.

Llegamos al campamento, los demás ya estaban ahí y solo nos esperaban para entrar. 

—Sean bienvenidos a este campamento —dijo el señor Mario cuando ya estábamos con todos—, es un grupo de trabajo integrado por seis familias de origen tzeltal del barrio de Macedonia en la comunidad de Nueva Palestina —explicó—, su actividad principal es la agricultura y entre sus cultivos está el maíz, el frijol y el chile.

Eran unas cabañas muy sencillas, solamente era para guardar nuestras cosas y dormir, ya que afuera estaban las actividades pesadas.

—Comenzaron poco a poco a valorar sus riquezas naturales y al darse cuenta de la necesidad urgente de protegerlas y conservarlas, es así como surge el «Centro», como una de las alternativas para lograrlo y generar ingresos para sus familias —explicó el señor Mario—. Dos etnias descendientes de los mayas habitan aquí, los tzeltales y los tzotziles

Caminamos un poco más y nos detuvimos. 

—Pueden dejar sus cosas en las cabañas, luego nos vemos justo acá para comenzar con las actividades —dijo el señor Mario—. ¡De preferencia lleven su traje de baño puesto! 

Mis papás y yo entramos a la cabaña que nos asignó el señor Mario y dejamos nuestras cosas. 

—¿Les está gustando el viaje? —preguntó mi papá. 

—La verdad está siendo un gran viaje en familia, que bueno que se nos ocurrió —dijo mi mamá. 

—No mentiré, es el mejor viaje que hemos hecho en familia —sonreí. 

—Nos hacía falta pasar tiempo en familia, que bueno que hayas venido —dijo mi papá. 

—Y eso que no fue por voluntad propia —reí. 

—Pero valió la pena —dijo mi mamá. 

Nos pusimos nuestro traje de baño y luego salimos de la cabaña con una sola mochila, ahí traíamos las cosas importantes de los tres. 

Todos estaban en donde el señor Mario nos había dicho, solo faltaban las nuevas indicaciones.

—Hoy haremos dos actividades, que son caminatas, pasaremos por la poza de color esmeralda y nadaremos un rato en el río; luego haremos otra caminata para llegar a las cascadas «Las Golondrinas» —explicó. 

Nos adentramos a la selva y comenzamos con la caminata a la poza. 

—El río forma rápidos y se conecta con la poza, que tiene aguas de color verde —explicó el señor Mario. 

El camino no estaba tan largo, solo caminamos un tramo mientras el señor Mario nos explicaba más cosas. Después de tanto árbol, logramos ver la poza, estaba un poco escondida. 

—Pueden ir a nadar si quieren, no se acerquen tanto al río, solo pueden nadar por la poza —indicó el señor Mario.  

Me quité mi ropa y me quedé en traje de bajo, después entré a la poza. 

—Pensé que el agua estaría fría, pero está bastante bien —dijo Ángel. 

—Ya lo sé, ya no me quiero salir —dije y reí. 

Me sumergí y luego salí, cuando froté mis ojos para quitar el agua y luego abrirlos, ahí lo vi, casi en frente de mí y me estremecí. 

—¡Leila! —exclamó Ángel. 

Tenía que decidir qué hacer, si seguir mirando a Paul o ir con Ángel, aunque no fue una decisión difícil. Miré a Paul por última vez y luego me fui con Ángel.

—¿Te sientes bien? —preguntó. 

—Claro, la verdad me la estoy pasando muy bien —sonreí falsamente.

Los minutos pasaron y el señor Mario nos dio la indicación de ya salirnos, teníamos que ir al siguiente lugar y ahí estaríamos un largo rato. Me puse mi ropa encima y luego mis sandalias (las tenía en la mochila), no quería ponerme mis tenis porque no quería que se humedecieran con el agua que recorría por mis piernas.




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