Una Amistad Llena de Atracción

Capítulo 3

Troté a un buen ritmo, pasando las puertas de las aulas ya cerradas, tratando de convencerme que eso no significaba nada, que el que ya los pasillos estuvieran casi vacíos no quería decir que ya todo el mundo se había marchado.

Llegué agitada a la oficina de control de estudio e hice una mueca cuando empujé la puerta sin ningún cálculo de fuerza y ésta se abrió a lo brusco.

La cabeza de la coordinadora se alzó con brusquedad y sus ojos se entrecerraron, mirándome con detenimiento.

Se acomodó la correa de su portafolio sobre el hombro y esperó.

Oh. Hasta ella ya se estaba yendo.

—Lo siento —farfullé, todavía con la respiración algo alterada. Tragué saliva. Mi garganta estaba seca.

—¿Deseas algo? No eres de mi plantel —comentó lo obvio como si fuese algo necesario de aclarar antes que todo.  Sus ojos volvieron a darme una repasada, cómo si estuviera asegurándose a sí misma de que ya me había visto antes pero no tan a menudo como para recordarme con certeza.

Inspiré.

—Sí. Quería saber dónde se encuentra en este momento un estudiante de derecho.

—Estoy segura —Su tono perezoso y arrastrado mientras alzaba su muñeca y miraba su reloj— que en este momento rumbo a su casa.

Sus ojos serios me miraron y yo suspiré.

—Gracias. De acuerdo —Iba a marcharme, pero me volví de nuevo—. ¿Podría decírmelo igual? Seguro que su profesor, al igual que el mío, retardó la clase —Mis ojos la miraron suplicante.

Ella soltó un exasperado gruñido y se sentó sobre su silla. Revisó la computadora, preguntó el nombre del chico y un minuto después me soltó entre dientes la información.

—¿Podría decirme también dónde estará mañana a primera hora? —Ella ahora verdaderamente me miró mal.

—¿Eres una acosadora o algo así? —Se levantó lentamente de su asiento con sus manos duramente apoyadas sobre el escritorio, su mirada ahora amenazante.

Abrí la boca y pestañeé.

—¡No! —Me apresuré a negar—. No. Dios, no —Ahora yo la miré como si ella hubiese dicho algo impensable—. Es mi compañero para un trabajo. De contabilidad. Pero no lo conozco. Soy del edificio de economía, y él, del de derecho —Señalé a mi alrededor—. Al parecer tomó la materia... —Lo pensé y me di cuenta de que no lo sabía. Me encogí de hombros—. Bueno, no lo sé. El caso es que es mi compañero para un trabajo y necesito localizarlo antes de que sea la próxima semana y tengamos clase de nuevo.

La mujer respiró tranquila y se sentó mientras asentía.

—De acuerdo. Gracias a Dios no lo eres. Tendría que haberte reportado y, ¡Dios!, todo el papeleo de después, el interrogatorio... —Ella siguió hablando un poco más y cuando me atreví a detenerla para tranquilizarla, ella por fin me dió la información que de verdad quería.

Anoté todas los números de aulas en los que se encontraría al día siguiente, ya que la coordinadora, al saber que lo necesitaba para algo bien, me dió la demás información sin que yo se la pidiera alegando que si no llegaba a encontrarlo a la primera clase, podía ser en la segunda o tal vez en la última.

Me dirigí al aula en la que había tenido su última clase el día de hoy, y no me sorprendió también al encontrarla cerrada y el silencio del vacío siendo entonado por los pasillos.

Me dirigí a la salida desanimada y pensando en que mi primera hora libre del día siguiente ya no sería para dormir un poco más sino para encontrar a mi compañero.

Al día siguiente me levanté a la misma hora que si tuviera clase, pero me arrepentí de haberlo hecho tan temprano cuando me hallé apoyada en la pared frente a la puerta del aula en la que se encontraba mi compañero, esperando a que él viera su clase.

Me removí incómoda y bostecé; la pared todavía no se ablandaba y mi aburrimiento por no estar haciendo nada tampoco se iba.

Medité en si ir a la biblioteca a estudiar algo o al cafetín en busca de algo que calmara al monstruo que en este momento se hospedaba en mi estómago, pero rechacé las dos opciones de inmediato cuando pensé en que, si seguro me movía un minuto de aquí, el chico saldría y estaría en otra parte.

No podía seguir dejando que fuera tan escurridizo.

Lo iba a encontrar hoy. Iba a hablar con él hoy. Y nos pondríamos de acuerdo para el trabajo hoy.

Me estaba ya resbalando por la pared cuando la puerta se abrió y salió el primero grupo: afanados y desesperados.

Me apresuré en enderezarme y tomé del brazo a una chica que venía en el segundo grupo; intelectuales, comentadores de la clase.

Ella se giró hacia mí, su ceño fruncido, preguntándose porqué yo —una desconocida— había osado tomarla de su brazo.

Me apresuré a soltarla y le sonreí, disculpándome.

—Lo siento. Solo quería saber si conoces a...

—¡Adrién, apúrate joder! —Giré mi cabeza hacia la voz que provenía del aula y me esforcé en mirar dentro, reaccionando al nombre de mi compañero; de manera que la chica me miró como si fuese una cosa exasperante antes de darse la vuelta y marcharse.

Adrién. Ese era mi compañero. ¡Por fin!

Un latido de anticipación me golpeó el pecho, y supe que hasta ahora me daba cuenta de que ya tenía una necesidad apremiante de conocer al chico.

Cielos. Si hasta ahora todavía mi compañero era un desconocido para mí, y yo llevaba dos días buscando a alguien del que solo sabía su nombre.

El tercer grupo salió; sobrados, despreocupados, ligeros.

—Eric, ¿quieres salir conmigo esta noche? —Una impresionante morena le hizo ojitos al tal Eric y su uña perfectamente pintada de rosa chicle se arrastró por el largo del cuello masculino.

El sonrió brillante, y no culpé a la chica por su pestañeo hipnotizado cuando presencié la mirada que le lanzó el chico con sus impresionantes ojos verdes. Le prometían cosas.

GuaoAparté la mirada, sintiéndome una intrusa.

—Ya lo veremos, dulzura —Dejó que su boca cayera sobre la mejilla de la chica en un beso suave y seductor —. Ahora ve con Krista que parece de mal humor.




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