Una app para estar juntos

Capitulo III

Como si no hubiesen existido los aparatos electrónicos de comunicación, Evan y yo estábamos en el sitio acordado, a la hora acordada. Sin necesidad de un «te llamo para confirmar» o «baja que estoy afuera».

Ese día comprendí que ese tipo de avisos eran por mera comodidad, nada como la adrenalina de sentir si te habían dejado plantada como en los viejos tiempos.

Patética.

También por esa razón me di cuenta de que no tenía el número de teléfono de Evan ni él el mío, pero quizá era mejor así. Él se iría en una semana y yo en tres días. Esto no sería más que una aventura de verano que no había ni empezado y ni sabríamos como terminaría.

Lo que sí estaba clara era que, recordando esa semana, nunca pensé que una persona me marcaría de esa manera como lo hizo Evan Scott.

 

De vuelta al presente, tomé otro largo trago de agua y miré mi reloj, todavía faltaban par de horas para que mi mamá pasara por mí, así que podía seguir recordando los buenos momentos que me traía esa playa y haberme encontrado con Tim.

Las nubes iban y venían, pero la temperatura empezó a bajar. Saqué mi manta y me arropé con ella, no quería irme tan pronto, estaba cómoda ahí sentada recordando.

Cerré los ojos y otra vez Evan llegó a mi cabeza. Justo esa mañana. Podía ver como si hubiese sido el día anterior. Cómo vestía, la manera en que lo soleado o nublado del cielo afectaban el color de sus ojos. Mi corazón palpitando apenas lo vi en un coche diferente al de Tim, aparcando para recogerme.

Corrí hacia él como en las películas cuando la protagonista está locamente enamorada del galán y cada vez que lo ve, corre hacia él, bueno, así de tonta me sentía y parecía, pero no me importaba en lo más mínimo

—¿Qué zapatos traes puestos hoy?

Evan me miró confundido y levantó un pie.

—¿Deportivos? ¿Tenía que traer algún zapato especial hoy?

—En realidad sí, pero esos están bien, vamos a North Berwick Law, me pediste ir a una montaña y te voy a llevar a nuestra mini montaña. Aunque el trecho es de casi dos horas, vale la pena cada minuto.

—Voy con Eli «la terrible», por supuesto que es trecho valdrá la pena. Nunca dudaría que la voy a pasar bien en tu compañía, Eli.

Evan tenía el súperpoder de ruborizarme con cualquier comentario. Era como si no tuviera filtro en sus cumplidos hacía mí, y si esa era su estrategia de conquista con las mujeres, pues yo la aprobaba.

—Tenemos que detenernos en una tienda a comprar cualquier cosa que quieras, yo traje para los dos unos sándwiches, agua y frutas.

—Por mí eso está perfecto, pero sólo te pediría me recomiendes un sitio decente para desayunar, tengo tres días comiendo el cereal que come Tim y te juro que puedo vomitar si vuelvo a desayunar cereal.

Solté una carcajada.

Tim no había dejado la costumbre de desayunar cereales, desde el colegio. Él decía que era rápido y eficiente, lo necesario para funcionar.

—Te voy a llevar al café de Tina, una señora italiana que llegó aquí hace mil años y prepara los mejores desayunos continentales del mundo.

—Me parece perfecto.

*****

Evan pidió uno de los desayunos de Tina y yo un café. Hablamos de mi trabajo en el Ayuntamiento y de mis planes a futuro con el máster que algún día soñaba hacer.

Él me contó de sus planes de crear una empresa de diseño y programación de aplicaciones para móviles para no tener que depender más de un sueldo sino de su trabajo y de lo que le gustaba hacer. Solo le faltaban unos toques para arrancar su aventura.

Deseé con todo mi corazón que lo lograra. No conocía a ese extraño que había irrumpido en mi vida veinticuatro horas atrás, pero sentía que él sería importante para mí y quería que fuera feliz.

—¿Tienes planes para esta noche? —le pregunté camino a la montaña.

—Lo que tú quieras hacer Eli, te dije que hoy quería pasar el día contigo.

Solté una risita tonta en mi cabeza que por suerte no se hizo sonora.

—Muy bien, quizá podamos dejar el tour para otro día, hoy es noche de lasaña en casa y si quieres puedes comer con Day-day y conmigo.

Le expliqué el acuerdo que teníamos mi amiga y yo que ese era mi pago por vivir en casa con ella.

—Comida casera, hecha por ti. Este día cada minuto se pone mejor.

*****

Aparcamos al pie de la montaña y empezamos a subir. Había varias rutas de diferentes niveles de dificultad, elegimos la más suave porque no estábamos en una competencia, queríamos hablar y disfrutar del paisaje.

—¿Qué te hizo regresarte de Edimburgo? No te vez del tipo nostálgica por tu pueblo.

—Aunque no lo creas me gusta mi pueblo, pero no, no fue por eso. Quiero hacer el máster en restauración de pinturas y esculturas y uno de los mejores está en la Universidad de Dublín, y si me quedaba en Edimburgo hubiese sido imposible ahorrar para hacerlo. Aunque el sueldo es mejor ahí, aquí reduzco los gastos a más de la mitad y si mis cálculos no me fallan en poco menos de cuatro años tendré el dinero de la manutención con una especie de «automesada» al mes.




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