Me giro y encuentro a Fleur con el ceño fruncido pero con una mirada incrédula. La mujer luce impaciente pero feliz, por una buena vez, su marido decidió dar una vuelta para hacer vida social y por otro lado, Hiram se alejó sin que se lo pidiera, amablemente.
Yo encuentro aquello sumamente extraño debido a que el irlandés con aire de vikingo no es una persona que abandone fácilmente un propósito y por esta vez, ha decidido que meterse conmigo no vale la pena y que es mejor acompañar a otras personas de la fiesta. En otra ocasión hubiera lucido aliviada porque tengo que admitir que el hombre me intimida y hasta miedo me genera enfrentarme si llega a pasarse de la raya, pero descubro que siento un agridulce sentimiento que no quiero investigar. Casi me siento dolida e ignorada. ¿Me gusta que me humillen? No quisiera conocer esa respuesta.
Fleur clava sus ojos de color café en mí y sonríe mientras enlaza nuestros brazos.
—Nada me hace más feliz que encontrarte aquí, estoy ansiosa por conocer esa historia de cómo llegaste aquí.
Yo suspiro sin respuesta. Si supiera lo fácil que fue, estoy segura de que se va a decepcionar por lo falto de acción y drama. Ella esperaría que yo hubiera escapado como una cenicienta pero la realidad es que, todo en mi vida es tan lento, aburrido e insulso que a veces me aburro hasta de contemplar mis propios recuerdos al compararlos con las experiencias de otras personas.
—Ya tendremos tiempo para ello.
Fleur asiente aunque detecto impaciencia en su fuerte agarre. La morena suelta un pequeño gemido que me hace girar mi cuello para ver que ha llamado su atención. Bufo cuando veo de quien se trata, una persona con la que no me llevo muy bien precisamente. Fleur salta alegremente lejos de mi brazo y se arregla el vestido a manotazos. Ni yo cuando salgo con la reina me arreglaría tanto.
—Mira, es Alexandre Remington, espera un momento que iré a saludarlo—como si hubiera hecho falta que lo dijera.
Y así es como vuelvo a quedarme sola en una recepción que se encuentra llena de personas pero en la que no conozco absolutamente a nadie. Me tenso incomoda por no saber donde mantener mis ojos sin quedarme mirando un solo punto fijo, busco a la tía Sofía pero a la vista está que ha desaparecido junto a la doctora Holmes. Un mesero se acerca y yo acepto la copa de agua que me atiende. No soy fan del alcohol, de hecho, puedo contar con los dedos las veces que mi lengua ha tocado una gota de alcohol en esta vida y no llega a cinco.
Voy caminando, pasando cada una de las personas que me rozan y escuchando sus breves conversaciones para distraerme de mi soledad y mi incomodidad. Nunca he sido buena tratando a la gente y suelo evitar a toda costa eventos parecidos para no tener que pasar por lo que estoy pasando ahora. Respiro aliviada cuando vislumbro unas mesas al rincón con comida y algunas personas que charlan con más tranquilidad. Ocupo la silla más alejada de la mesa y me siento. Aquí puedo respirar más tranquila, mis pensamientos y yo, nada más. Ella y yo hemos sido amiga durante muchísimo tiempo y no me gustaría abandonarla nunca. No me malinterpreten, nunca he estado sola en el sentido de estarlo toda mi vida pero hay algo que me insta a preferir un mundo más pacífico, un mundo donde hago volar mi imaginación y nadie me pregunta que pienso y que hago tanto tiempo en las nubes, nada me incomoda más que me pregunten por algo que no tendría luego algún sentido coherente.
Me acomodo sobre la silla y apoyo mi cabeza en una de mis manos. Una mujer de unos sesenta años, sentada a mi lado me sonríe alzando su copa y se va, meneando su trasero mientras entona alguna canción alegre. Vaya, a eso si se le llama disfrutar de una velada. No como yo.
—No sé porque no me sorprende verla aquí, tan aburrida, sin compañía y bebiendo agua— susurra una voz. Doy un respingo cuando reconozco la tan conocida voz molesta. Pero exquisita y bastante atrayente.
Me giro para escudriñar su rostro, puedo entender el temblor al que mi cuerpo reacciona al verlo nuevamente. Me hace sentir tan pequeña y débil al estar muy cerca. Mi vello de la nuca se eriza y se mantiene ahí. Yo desfruto de la vista, detallando cada ángulo de su rostro y sus ojos azules, claros como dos botones celestes.
Hiram luce una postura relajada, apoyado de la pared con sus manos en los bolsillos mientras se toma el tiempo de observarme. Su pantalón ajustado no hace nada por dejarme concentrarme en sus palabras.
—Y a mí no me sorprende verte venir aquí para arruinarme la noche con palabrería que ya me tiene aburrida, a propósito, ¿no se te ocurre nada nuevo?
Él se encoge de hombros, desinteresadamente.
—Es más divertido hablarle a una pared andante.
—Si te estás burlando descaradamente de mí, recuerda que yo también tengo una paciencia que tiene límites y por si no lo sabías, cuando yo suelo enojarme, la gente suele huir de mi furia.
Hiram despega su hombro de la pared y se endereza para estudiarme fijamente. Su mirada perlada me pone nerviosa, ahora que lo veo claramente, hubiera preferido que me insultara a que me mire de la forma en que lo hace. Juro que mis mejillas se colorean y siento leve tirones en mi estomago que me hacen cosquillas. Puedo ver un reconocimiento diferente en sus ojos. También puedo ver como sus casis transparente ojos me estudian y cómo las emociones pasan delante de esta como si fuera una ventana. Él es el tipo de persona que nunca puede ocultar lo que siente, sus facciones y mirada delatan rápidamente lo que está pensando.