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Karlo comentó no sólo a mí, sino a todos en la casa, que Dios le había dado demasiado: sus padres, su esposa, su hija, sus suegros, sus amigos; aseguró que había sido feliz y lo único que le dolía era que no vería crecer a su hija. En algunas ocasiones me decía que los seres humanos tenemos la capacidad para hacer del cielo un infierno o del infierno un cielo y que nosotros habíamos vivido en un cielo.
Gerardo y el chico llegaron a visitarnos por dos días y se fueron.
El 5 de Julio vi a Karlo hablando repetidas veces por teléfono pero supuse que eran llamadas de familiares y amigos.
Después de medianoche, sonó el timbre de la entrada y me sobresalté. Lety se levantó y me pidió que fuera a ver quién tocaba. Al abrir me encontré a 3 chicos con guitarra cantándome las mañanitas. Los invité a pasar y vi a Karlo bajar trabajosamente las escaleras con ayuda de su mamá; él me abrazó y deseó un muy feliz cumpleaños. Nos sentamos en la sala y los muchachos nos complacieron con cada canción que pedimos. Hubo incluso botanas y refresco. ¡Qué gran detalle de su parte!
Por si fuera poco, a mediodía de ese 6 de Julio, llegaron amigos y conocidos para festejar mi cumpleaños con una carne asada.
Karlo, desde la cama y con ayuda de su mamá, había contactado a todas las personas y organizado el evento para que yo tuviera un gran día. También había invitado al Doctor Mascorro, uno de los médicos internistas que había llevado su caso desde el inicio.
Más tarde, pidió una cerveza y yo le dije que no. El Doctor me indicó que no había problema en que bebiera una. Luego tomó una segunda con la aprobación del médico y el descontento mío.
Realmente fue un día feliz.
Él, acomodado en un sillón, comió, bebió y platicó con todos; no parecía tener algún malestar, sentirse cansado o mareado. Sin embargo ese ánimo era contradicho por el color oscuro de su piel, su notoria delgadez y las profundas ojeras debajo de sus ojos sin luz.
El doctor le tomó varias fotos.
Cuando se fue la última persona, Karlo pidió acostarse en el sillón grande de la sala y confesó que ya no tenía energía para subir, entonces se quedó dormido ahí.
Los siguientes días permaneció en el mueble y su mamá pasaba las noches junto a él. Yo subía a la recámara a dormir con mi hija.
Dejó de comer y era más difícil lograr que tomara los medicamentos, sus hormonas vitales.
Una noche me despertaron los sollozos de Lety. Creí que algo había sucedido y bajé rápidamente; ella lloraba de frustración porque no había conseguido hacerlo beber las medicinas.
Regañé a Karlo y le dije que si no las tomaba lo llevaría al hospital para que se las administraran vía intravenosa. Mis amenazas no lo convencieron y siguió durmiendo.
El tiempo transcurría y parecía sumergido en un sueño profundo.
El 11 de Julio fui a la central de autobuses a recoger al Sr. Chón, Ascensión Herrera, el líder del grupo católico. Él estaba de visita en Mérida y había tomado un día libre para reunirse con Karlo.
Chón acercó una silla junto al improvisado lecho y hablaron, rieron y rezaron por varias horas. Luego lo llevé a conocer las playas y le enseñé la ciudad. Volvimos a la casa para que se despidiera de Karlo y por último lo acompañé a tomar su autobús de regreso.
Lety nos dio la noticia de que en unos días llegarían a la isla la abuelita Irma y los tíos: Irma, Alonso, Elba y Guayo desde Monterrey para visitar a Karlo.
El viernes 12 de Julio, en vista de que Karlo se había negado a tomar los medicamentos por más de 4 días, decidí hospitalizarlo. Estaba consciente de que él quería descansar en casa pero fue más mi temor de lo que pudiera pasar. Él permaneció en silencio. Mi hermano mayor y mi tío José ya estaban listos para cargarlo pero yo insistí en que se lavara los dientes antes de irnos. Le acerqué un tazón con agua, un cepillo y le pedí que abriera la boca. Él me miró muy apenas y continuó con la boca cerrada. En ese momento me puse histérica frente a todos argumentando que en varios días no había aceptado que lo aseara y por lo menos debía entrar al hospital con los dientes limpios. No sé por qué actué de esa manera, de verdad no lo sé. Todos callaban pero con seguridad pensaban que ya me había vuelto loca.
Entrada la noche, uno de los médicos internistas, el Dr. Rosales, me informó que Karlo ya estaba muy mal y que nunca creyó que lo vería en ese estado, que era imposible que se recuperara. Yo le aseguré que Dios aún podía hacer el milagro y prefirió quedarse callado. Una enfermera nos interrumpió, informó que cuando tomó la muestra para laboratorio, la sangre salía coagulada. El doctor movió la cabeza hacia los lados. Yo no sabía qué significaba eso y preferí no averiguar.
Pasé la noche en una silla junto a Karlo en el área de urgencias, él seguía durmiendo.
El sábado 13 de Julio, él ya no lograba levantar el torso. Me informaron que ya no controlaba esfínteres y le pondrían pañal. Ya no abría los ojos, mucho menos podía hablar.