Hannah fue con la vendedora al probador. Mientras se cambiaba, escuchó una voz conocida que la alertó, la voz de Emma Becker, por lo que terminó de vestirse tan rápido como pudo y salió a defender a su hija, consciente de las obscenidades que le decía a su pequeño pedacito de mundo; sin embargo, al salir vio a la pequeña correr a los brazos de… ¡su jefe! ¡Dios mío! ¿Cómo terminó esto así?
Emma se quedó muda justo cuando Andrew levantó a Alisson en sus brazos. La nena se aferró a él, sollozando, y masculló:
—Papi, esa señora es mala, me trató feo…
Sus sollozos retumbaron por la silenciosa tienda, pues cada persona aquí conocía a Andrew Cook y eran conscientes de su estricta y fría personalidad.
Que alguien se atreviera a menospreciar a su hija era… inconcebible.
Pero, para empezar, ¿Andrew Cook tenía una hija?
Esta pregunta quedó en el fondo de la mente de todo el personal de la tienda, y de algunos clientes, cuando las excusas aparecieron.
Emma se cruzó de brazos, con la vista puesta en el recién llegado y negó con la cabeza.
—¡No puedo hacer nada si esa niña es una falta de respeto mal educada, señor Cook! ¿Qué niña bien educada se atreve a contestarle a un adulto? Su madre definitivamente hizo un mal trabajo con ella, ¡jum! —Tiró la nariz a un lado, fingiendo indignación.
Andrew quiso replicar; sin embargo, unos pasos lo alertaron, y vio a una despampanante dama salir del área de vestidores que lo dejó embelesado. Hannah, su asistente, caminaba con gracia y furia al mismo tiempo, si es que eso era posible, y la mueca hosca en su rostro le daba un aire de imponencia que lo dejó prendado.
—¡Mami, esta mujer fea me llamó bastarda, pero papi me defendió! —espetó la niña en inglés y se aferró de nuevo a su «padre».
La castaña, ya crispada, se volvió hacia Emma con el ceño fruncido.
—¿Es que acaso las ricas como tú no pisaron una escuela en su vida, o usaste el dinero de tus padres para pagar un diploma? —inquirió con una rara gravidez, añadiendo más peso al ambiente, más tensión—. ¿Cómo se te ocurre acosar a mi hija, una niña pequeña, eh? ¿Eres estúpida, o quieres que te demande por acoso a menores?
Tal cual su hija, Hannah se llevó las manos a la cintura, sin rastro de simpatía, ni en su voz, ni en su expresión.
Emma apretó las mandíbulas. ¿Cómo se atrevía esa perra a ridiculizarla en público? ¡Y más frente a Andrew! ¡Se las pagaría, lo juraba! Sin embargo, no podía decirle nada, no en estas circunstancias, no con Andrew presente, o cualquier oportunidad que tuviera se vería reducida a cenizas.
Además… ¿esa chiquilla estúpida acababa de llamar «papi» a Andrew? Tiró la vista hacia ella, que se abrazaba al castaño con fuerza mientras lloriqueaba como la inútil que era. Emma chascó con la lengua, pues este era un gran obstáculo para sus planes, y decidió desviar el tema.
¿Disculparse? ¡Ni muerta!
—Señor Cook, ¿cómo que esa niña es su hija?
—No sabía que tuviera una hija, señor Cook —se hizo eco su amiga, Jasmin, a un lado, reconociendo el desastre potencial que se armaría si no conseguían desviar la atención.
—Claro, —continuó Emma—, hasta donde sé, su…
Pero se detuvo en seco cuando el penetrante y gélido mirar del varón la cortó en pedacitos, aterida en su sitio, en el aire.
—Mi vida privada no es asunto tuyo —sentenció el con aspereza y el ceño fruncido, lo que le daba un aspecto aterrador—, y harías bien desapareciendo de mi vista ahora mismo.
La pelirroja abrió los ojos de par en par y se le saltó el corazón en el pecho. Apretó los labios, miró a Jasmin, luego a Hannah, y chascó con la lengua. ¡Cómo era posible que tuviera que pasar por semejante humillación! ¡Todo era culpa de esa maldita secretaria de mierda! ¡Se las pagaría!
Mientras la furia cundía en su interior, Jasmin la agarró del brazo, sugiriendo que lo mejor era irse, y la sacó de ahí.
Cuando salieron, los semblantes de Hannah y Andrew se relajaron, en tanto Ali seguía abrazada como un monito al muchacho.
—Muchas gracias por su ayuda, señor Cook. Jamás pensé que algo así sucedería en un lugar como este y… también gracias por lo de la tienda.
Una tímida sonrisa pintó los labios de la muchacha, y el otro fue incapaz de ignorarla, aunque salió de sus pensamientos por la voz de la pequeña.
—Mami, te ves hermosa en ese vestido. —Volteó hacia Andrew y añadió inocente—: Papi, ¿verdad que se ve preciosa?
Él fijó sus ojos en la mayor y sonrió con extraña dulzura.
—Lo hace.
En automático, las mejillas de Hannah se sonrojaron y, al darse cuenta de eso, Andrew tiró la vista a otro lado y se aclaró la garganta con incomodidad.
—Bueno… ¿piensas llevar el vestido? Es una buena compra —murmuró él, aún sin bajar a la nena, que canturreaba contenta.
Hannah, sintiendo que las mejillas le ardían y el corazón se le saltaba, sabiéndose mirada por todos en la tienda, apenas bajó la cabeza y asintió con timidez.
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Editado: 08.05.2024