Una historia cualquiera

Manuel o la boda

Por una parte nos enseñan las leyes de la Iglesia y por otro, las de los hombres,

las mujeres confían en la naturaleza de los hombres y nosotros en que todo es cierto.

No hay salida. Dudar no es de hombres.

 

—¿Acepta a Mónica como su esposa?— Inquirió el padre mientras la audiencia esperaba expectante. Creo que el suspenso lo esperan de la novia en las novelas, pero de ninguno en una boda en la que se supone se aman mutuamente, mucho menos de un hombre seguro como yo. Un hombre en todo el sentido de la palabra.

     Pensé antes del ofrecimiento en que no sabía cómo sería mi vida de ahora en adelante, pero no me permití reflexionar a profundidad: el control  del tiempo, la exclusividad del cuerpo, la disponibilidad del dinero, lo que se espera de mí… y no sé cuánta cosa que no había contemplado. Lo hago ahora, para mi desgracia, con ese poder misterioso del cerebro para distorsionar el tiempo, crea los segundos más eternos de mi vida.

     Mientras miro sus hermosos ojos negros confirmo cuánto la amo, la deseo y quiero estar con ella; pero ¿hasta que la muerte nos separe? De pronto el tiempo se proyecta frente a mí, como si de un camino sin fin se tratara. ¿Cuánto ocurrirá en ese trayecto? Cuando lo que nos obligue a estar juntos, no sea el amor en sí, ni siquiera la biología, sino una cadena invisible, una prisión sin posibilidad de salida, un contrato que no tiene en cuenta la tendencia natural  humana al cambio.

     Un hombre no tiene derecho a dudar, a temer, a no querer algo que se supone natural en él. Recuerdo esa primera vez, que sé que nos condena al infierno y que hoy negociamos ante Dios: a mí me enseñaron que las personas sólo se les está permitido acercarse carnalmente luego del santísimo matrimonio, pero también escuché a hombres, como mi padre (hombre unido por este divino lazo desde hace 25 años), por ejemplo, decir: “Pues te la hubieras chingado”, a otro hombre unido bajo el mismo sacramento. Pareciera que el hombre es una bestia que busca sexo, que lo desea, que viviría fornicando si le fuera posible; para mí no lo es, el acto de entrega del cuerpo es un juego de dos, íntimo, místico, especial. Pero tengo prohibido expresarlo, cuando lo intenté, mis amigos me tacharon de maricón, con el tiempo la pronunciación desistió. En esa noche, apenas dije “no” y ella se formuló una madeja de teorías sin boca ni cola, cuyos tópicos saltaban entre: su fealdad imaginaria, infidelidad de mi parte, falta de amor, homosexualidad… entre otras que no entendí. Si sólo le hubiera dicho que quería esperar, que quizá era un buen momento para ella, pero no para mí, sus teorías se habrían confirmado, al menos en su cabeza. Sin posibilidad de decidir por nuestra parte, los hombres estamos a su merced; no porque sea un castigo o un sacrificio lo que hacemos en ese momento; pero se siente algo extraño saber que ser hombre es como no tener derecho a elegir sobre nuestra sexualidad, no es natural pensar al respecto; especialmente porque no nos cuestionamos sobre ello, está tan naturalizado que ya no duele, como sí les duele a las mujeres, pero no es por causa de que deba doler, sino que a ellas las condicionaron para creer que duele y a nosotros, no poder decir que quizá duele un poco. Pero si así lo quisiera Dios así sería. Cada quién cumple lo que Él ordenó. Así que esto no debe ser verdad.

     Mónica es una mujer muy religiosa, que se molesta si miento, si no ayuno, si no me confieso cada determinado tiempo; pero que no fornique, eso no. Al fin que al confesarnos, todo es perdonado o al menos ese poder se adjudican los sacerdotes, sin que Dios nos dé la certeza de que eso sea verdad. Partimos de cero y a seguir pecando.

     Me enseñaron a creer, pero no a buscar a Dios. Si es que existe, no sé la forma de hallarle. Una mujer así puede ser una enviada del Diablo, una prueba de fidelidad a ti, Señor. ¿Cuánto valor puede tener si se deja tocar por un hombre en un acto pecaminoso? ¿Si se comporta como los animales? Sé que la amo, pero el amor no basta para salvar el alma.

     Para estar con Dios, no puedo ser como muchos católicos, que dicen serlo sin saber qué significa, pero la usan como una palabra que los define. Son como el vegetariano que de vez en cuando come carne, pero piensa que ser vegetariano le da cierto estatus y sigue definiéndose así, aunque estrictamente no lo sea.

     Yo creo en el cielo, en Dios, en el pecado y en que debemos ganar la gracia del Señor; los humanos son pervertidos, pecadores por naturaleza y por la forma en que hablamos de las mujeres, ellas tienen más que perder en este juego y son, además, el vehículo del demonio. Los demás dicen que no está mal lo que hicimos, pero no creo que Dios perdone el consenso humano. Como puedo darle la cara tan cínicamente en su Iglesia, acompañado de esta sucia mujer y de nuestros malos testigos. ¿Será que esta perversión deba seguir porque Dios no ha decidido ponerle un fin, lo que significa que no es malo? o ¿será que confía en nuestra bondad y saber seguir su camino?




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