Traté de seguir como si nunca te hubiera conocido
Estoy despierta, pero mi mundo medio dormido
Supliqué para que mi corazón no se rompiera
Pero sin ti siempre estaré incompleta.

Aquella mañana de viernes se presentaba cálida y nada le gustaba a Daphne Crisall más que respirar la brisa de ese momento del día. Echó llave a su automóvil y esperó a sentir el clic de la alarma para dirigirse así hasta la entrada principal de Chavanier Cosmetics, empresa de la cual era vicepresidente hacía dos semanas.
José, un hombre de unos cincuenta y tantos años, corpulento, de mirada afable y presencia imponente, le abrió las puertas del edificio y le sonrió con cariño. Entró con toda la seguridad que le daba entrar en su propia casa, pues la mole de concreto que tenía ante sus ojos se había convertido en su hogar desde hacía siete años. "Has recorrido un largo camino, muchacha", se dijo a sí misma y se infló de orgullo al pensar en todo lo que había logrado en su profesión gracias al empeño y la concentración que la caracterizaban.
- El día no parece propicio para estar encerrada en una oficina, señorita Crisall. Debería haberse tomado su franco y disfrutar del brillante sol de esta primavera.
- El aire libre no es lo mío, José. Además, apenas llevo dos semanas en mi nuevo puesto y sabes que estaría muy mal visto que empezara a tomarme días libres.
- Es verdad, señorita Daphne. Me había olvidado de darle mis felicitaciones y desearle lo mejor en esta nueva etapa. Sé que una muchacha tan bella e inteligente como usted hará grandes cosas en esta empresa.
- Gracias, José, eres muy amable. Que tengas buen día.
El amplio hall de entrada aún se encontraba vacío, pues los empleados recién comenzaban a ingresar a sus puestos. Daphne observó que cada quien se encontrara en su lugar: Dina, la recepcionista; Alec, el muchacho de seguridad y otras dos personas que parecían pertenecer al servicio de limpieza. De su padre había aprendido que ser un buen jefe significa estar en todos los detalles, incluso los más pequeños. Sonrió con nostalgia al recordarlo.
Al llegar al elevador se encontró con el ascensorista, Héctor, que la saludó con amabilidad y sin titubear marcó en el tablero el piso 19, donde se encontraban las oficinas del vicepresidente y los socios mayoritarios. André, por ser el CEO y además descendiente de los fundadores, ocupaba todo el piso 20.
La melodía que sonaba mientras subía era Las cuatro estaciones-Primavera I de Vivaldi, y todavía la acompañaba cuando salió al vestíbulo. Ciertamente pasar todos los días en el tope de aquel edificio, con una vista impresionante del Central Park y de la ciudad en general, la hacía sentirse en la cima del mundo. Chavanier se hallaba en el puesto número uno de las compañías cosméticas a nivel internacional, aunque hacía cuatro años que Lasalle Inc., una multinacional del mismo rubro con su casa matriz en París, venía compitiendo con ellos cabeza a cabeza.
Mientras recorría los cinco metros que la separaban de la puerta de su oficina, sonrió en su fuero interno al recordar cuando, un año antes, había comenzado a ser reclutada para lograr el puesto de Vicepresidente de la compañía, la más joven con solo 29 años y sin conexión alguna con la familia Chavanier. Los méritos que había conseguido para el cargo los siete años anteriores habían decretado su destino en aquella empresa y era lo justo: desde su ingreso en ella, la empresa era su vida. Literalmente. El único roce social que tenía se resumía en reuniones empresariales y alguna que otra salida de chicas con su amiga y secretaria personal, Dánae Johnson. Ahora que ostentaba su nuevo cargo, no se quejaba de ello en absoluto.
- Buenos días, Daph- la recibió su secretaria con una sonrisa cuando llegó a la puerta de su oficina.- Hoy ha llegado un sobre para ti y aquí tienes los informes de mercadeo de la nueva línea de máscaras para pestañas. Son positivas, aunque como siempre los franceses nos pisan los talones.
- No por mucho tiempo, amiga. André y yo hemos estado trabajando en algo que revolucionará la cosmética femenina. Ya verás.- remarcó con un gesto de autosuficiencia en su rostro.
Dánae le guiñó un ojo, al tiempo que levantaba ambos pulgares en señal de asentimiento. Era bueno contar con alguien tan eficiente a su lado, que además, era su cómplice en todo.
- Antes de que me olvide...- dijo Dánae justo cuando ya Daphne cerraba la puerta de su "santuario" (como ya había bautizado a su oficina)- ¿Tienes planes para esta noche de viernes?
- No, para nada, ya lo sabes...
- Sí, claro, tonta de mí al preguntar. Lo que quiero decir es que nos vamos a reunir con Eli y Diego para tomar unas copas aquí a la vuelta, en Cronos. ¿Te apuntas?
- Claro, ¿salimos después del trabajo?
- Sí. Cuando estemos listos, te avisaré.
Asintió con la cabeza y cerró la puerta tras ella. Observó a su alrededor viendo que todo estaba brillante de pulcritud: los ventanales que le regalaban la vista privilegiada de la Quinta Avenida, los cómodos sillones de cuero color piel que decoraban esa oficina, su escritorio de madera con una mesa de vidrio resistente y una computadora de última generación a un costado. Todo este lujo todavía la abrumaba, pero sabía que no le costaría demasiado acostumbrarse.
Pensó en la salida de aquella noche: Elizabeth, una de las contadoras, le caía muy simpática y Diego era un verdadero personaje. Era un secreto a voces que André y él formaban una pareja desde hacía algo más de cinco años, pero ambos lo mantenían fuera de la oficina y al parecer lo llevaban de una manera bastante libre y relajada. Si Daphne hubiera sido más sociable, los habría tratado mucho antes, sin la intromisión de Dánae en el asunto. Ella la había obligado, hacía unos meses, a salir con su grupo pues le parecía que su ostracismo era algo patológico. Algo que agradecía era haber encontrado una amiga como Dánae, que la impulsaba a volver a confiar de a poco en el género humano.