Una jefa dominante.

Capítulo 4.

Acomodo los papeles que tengo en la mano y los pongo sobre el escritorio.

Ya casi son las 8 de la noche y me siento agotada. Bostezo en más de una ocasión mientras termino de organizar los documentos que Anastasio había dejado en mi escritorio hace unas horas antes de irse. Me recuesto en mi silla una vez que termino con todos mis quehaceres y me quedo observando en un punto cualquiera para pasar el rato. No deseo ir a casa aún, esa casa vacía solo me trae malos recuerdos

El rostro de Joel pasea por mi mente cuando cierro mis ojos. Relamo mis labios cuando recuerdo su cercanía. Siento que se está volviendo realmente una obsesión para mí, me obsesiona pensar en sus manos, en sus labios, y en su inocencia vestida de madurez cuando me acerco a él. Me gustaría tanto probar si es realmente el chico dulce preocupado únicamente por sus estudios que aparenta ser. Desearía tenerlo entre mis manos, por así decirlo, y así poder satisfacer mis gustos a mi antojo, sin que él pudiera rechistar. Tenerlo no solo en mis manos, sino a mis pies, como un súbdito dispuesto a hacer todo por su reina.

Creo que llegó el momento de actuar.

Busco entre los expedientes su número y busco el celular para llamarlo. Puede que aún se encuentre en la universidad, pero no me importa.

—¿Hola?—pregunta, cuando contesta la llamada. Sonrío al escuchar su voz.

—Buenas noches, Joel—saludo coqueta.

—Buenas noches señorita Sara—cambia el tono de su voz, en un tono más serio y cordial.

—¿Tienes tiempo para salir esta noche?—pregunto, mientras me acomodo en mi silla.

—Supongo que sí—titubea—.Ahora voy saliendo de la universidad.

—Saldremos a cenar, si no te molesta.

Se queda en silencio un momento antes de responder.

—Pero… no tengo dinero.

—Es una invitación, y no acepto un no por respuesta.—sonrío—.¿Dónde paso por ti?

—En la universidad Nacional.

—Bien, allí te veo.

Cuelgo la llamada y me levanto de la silla para agarrar mi bolso y salir de la oficina. No es necesario ir a mi casa primero, ya que estoy lo suficientemente presentable como para ir directo junto a él, así que solo salo del edificio y voy al estacionamiento para subir a mi auto y conducir hasta la universidad. No queda tan lejos de la empresa, pero de todas formas conduzco con rapidez para llegar antes de lo previsto. Estoy emocionada, y sé que no debería siquiera sentir ansiedad, porque: uno, lo veo todos los días, y dos, debería considerarlo como un chicuelo al que no debería mirar siquiera, por no ser un chico que podría cumplir mis expectativas. Puede que ni siquiera sepa cómo tratar a una mujer, pero no perderé la oportunidad de cumplir mis caprichos una vez más. Porque él es solo eso, un capricho más en la lista.

Cuando llego frente al campus lo veo parado con su mochila en manos, esperando.

Estaciono frente a él y bajo la ventanilla para que me vea y suba al auto. Se me hace un tanto gracioso verlo parado en la esquina con la mochila entre sus manos, y en esa posición, como si fuera un trabajador sexual esperando clientela.

Aunque no se aleja mucho de parecer eso.

Sube al auto y acomoda su mochila sobre sus piernas.

—Hola—sonrío al saludarlo. —¿Listo?

Asiente, y pongo en marcha el vehículo para conducir hasta el hotel más cercano. No pretendo llevarlo a mi casa o a un motel barato. En realidad, esta noche solo cenaremos, aun no es momento de dejarle muy en claro cuáles son mis verdaderas intenciones. Aunque claro, puede que ya se haya dado cuenta, y es por eso que se encuentra tan nervioso en este momento. Juraría que saldría en cualquier momento por la ventanilla si pudiera. Sé que no le desagrada mi compañía, pero si puedo tener muy en cuenta que el sex appeal que irradio lo tiene descolocado.

Manejo con sumo cuidado y cada tanto lo miro de reojo, para darme cuenta de que efectivamente me mira, como esperaba. Decidí dejar el blazer en mi oficina y el vestido rojo carmesí que llevo puesto no hace más que resaltar mis curvas. Lo que parece traerlo loco. Paso mi mano por mi pierna y la subo lentamente, alzando mi vestido e incitándolo a no despegar su mirada de mis piernas. No lo miro, mantengo mi mirada en la carretera. Dejo de pasar mi mano por mi pierna y la pongo por el volante. Él se pone inquieto en el asiento y yo no puedo evitar sonreír con malicia.

Cuando llegamos al hotel llevo el auto al estacionamiento y bajo cuando apago el motor. No le digo nada, debe ser lo bastante consiente para saber que debe seguirme sin necesidad de hablar. Y eso hace. Lo siento caminar detrás de mí y contorneo mis caderas con descaro mientras camino a la entrada principal, donde le pido a la recepcionista un pase especial para el restaurant del hotel. Siempre que deseaba huir de mi casa venía a este lugar, y de a poco me fui ganando el respeto de los trabajadores, por lo que también acatan mis órdenes como si fuera la dueña.

Me tiende una tarjeta y la agarro para luego dirigirme al restaurant, con Joel siguiendo mis pasos todo el tiempo. Le pido al mesero que me aparte una mesa cerca del ventanal que da vista a la ciudad. Por suerte no hay muchas personas, así que evito decirle al encargado que los saque. Esta vez no me molestan.




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