Una navidad para recordar. [libro 1]

Capítulo Tres

Esa noche me quedé en el hospital, sentada en ese frío suelo junto con Lucia. No me importaba la incomodidad, solo pensaba en que mamá estuviera bien, yo necesitaba que ella estuviera bien.

Apenas Margaret se fue dejándome sola en el pasillo, con la advertencia de no entrar donde estaba mamá, llamé a Lucia para que me acompañara, a lo cual ella aceptó sin poner objeción alguna.

¿Ahora entienden porque es una de las personas más importantes en mi vida?

Ni mi familia es así. La paterna se desentendió de nosotras cuando se enteraron que papá nos abandonó. Dejándonos solas en el momento que más necesitábamos un apoyo.

La familia materna rechazaron a mamá desde joven, cuando ellos no quisieron aceptar que una de sus hijas no quiso seguir estudiando. Para ellos eso era lo primordial en sus hijas, y mi madre no aceptaba. La corrieron de casa, como si hubiese cometido el delito más grave. Mamá no quiso saber de ellos nunca más, ni de padres y sus dos hermanas.

Que compartamos lazos de sangre no nos hace familia.

Me decía mamá cada vez que le decía que los buscara, que eran su familia, así que no volví a tocar el tema porque tiene razón

Lucia me acompañó esa noche, esperábamos respuestas, pero solo obtuvimos nada. Solo necesitaba que me dijeran que todo estaba bien.

Pasamos la noche en vela, hasta que se llegaron las cinco de la mañana donde Lucia le tocó irse por el trabajo. No me molesté, en lo absoluto, entendía que necesitaba irse. Yo por mi parte me vi tentada a escribir un correo a la empresa y notificar mi primera y tal vez ultima falta, pero Margaret se negó y me dijo que fuera a trabajar, que ella me estaba avisando cualquier cosa, así que con desanimo accedí, necesitaba trabajar.

Siento la mirada pesada, mis ojos se cierran solos, y no es para menos.

Me fijo en la hora: 10: 56 am.

Suspiro pesadamente al ver que aún falta mucho para salir almorzar. Mi estómago ya me exige más comida, ya que el desayuno de esta mañana no fue suficiente.

Intento acomodar las fotografías en sus respectivas carpetas, junto con sus fechas y nombres, y así poder llevársela a mi jefe.

¿Sabían que si tienen un mal día el siguiente puede ser peor? Bueno, así mismo es hoy para mí. Resulta que el empleo no era para ser editora o fotógrafa, así como pintaban las cosas. El empleo era de secretaria.

Apenas llegue a la empresa, echa un total desastre ya que tenía poco tiempo para ir al departamento y cambiarme, así que me tocó colocarme lo primero que encontré para llegar a tiempo.

La misma joven de ayer me recibió dándome las órdenes que tenía que acatar. Me guio hasta la que es mi nueva oficina para empezar con una montaña de carpetas sobre el escritorio; no opuse objeción ni quejas del porque no especificaron mejor de lo que era el empleo, solo medite y me mentalice que sería lo mejor para mí.

Nombres, fechas y color de carpetas. Me recuerdo mientras intento organizar.

Sin querer una de las carpetas caen al suelo, dejando ver en ella una sesión de fotos de pareja, específicamente una foto en espera de un bebé.

Con sumo cuidado las recojo, pasando cada una con un deje de envidia mezclada con tristeza, ya que también quisiera llegar a la etapa de mi vida de saber y sentir lo que ser amada por alguien más.

Personas como tú no deberían existir.

Esas palabras de Leo quedaron para siempre grabadas en mi memoria, y en ocasiones pienso que cierta razón tendrá.

No saben cuánto afectan ese tipo de cosas, por muy insignificantes que sean, en nosotros quedan para torturarnos continuamente.

Niego con la cabeza y guardo las fotografías rápidamente. Al verificar que he terminado, suelto un suspiro de alivio.

Escucho que alguien toca la puerta; de mis labios sale un corto: "Adelante". Una cabellera rubia se asoma al abrir un poco la puerta

—Buen día —saluda cordialmente, abriendo completamente la puerta y entrar.

Le regalo una sonrisa de boca cerrada.

—Buen día —respondo tímidamente, tomando las carpetas entre mis manos.

Al fijarme en ella, me doy cuenta como inspecciona la oficina con su mirada. Ese acto me pone un poco nerviosa.

—El jefe nunca le había dado una oficina a sus nuevos empleados —susurra, pero logro escucharla perfectamente.

—¿Cómo? —pregunto haciéndome la confundida, esperando una respuesta.

Ella se fija su mirada nuevamente en mí.

—Oh, en ocasiones pienso en voz alta —responde restándole importancia.

Sólo asiento con la cabeza ignorando ese hecho.

—¿Necesitas algo? —pregunto intentando no sonar grosera.

—No, tranquila. Sólo quería darte la bienvenida y decirte que estoy muy feliz de que hayas conseguido esto —me regala una sonrisa de boca cerrada.

—Gracias —respondo amablemente.

—Esto sonará un poco raro y tal vez fuera de lugar, pero quería saber si gustas almorzar conmigo y unas amigas en el restaurante que está frente a la empresa —dice de manera apresurada, y es raro oírla de ese modo.

A primera vista me sorprendió un poco oírla invitarme, no estoy acostumbrada, y por otro lado ella es una chica que demuestra seguridad ante sus actos y palabras, y haberla oído hablarme así, fue raro en el buen sentido de la palabra.

Me lo pienso un momento, no debería y no quiero, aunque mi estómago exige ya comida.

—Muchas gracias por la invitación...—hago una pausa para recordar su nombre, pero me golpeó mentalmente al recordar que no nos presentamos formalmente.

—Patricia —responde como si hubiese leído mis pensamientos —.Me llamo Patricia Fitcher —abro los ojos como platos al escuchar su apellido —.Todos se quedan así cuando digo mi apellido, y por eso intento omitirlo —una sonrisa triste cruza sus labios.

—Claro que iré almorzar contigo —acepto sin más, sin pensarlo un poco.




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