Una navidad para recordar. [libro 1]

Capìtulo Ocho

— Apresúrate antes de que entre Margaret — me apresura Lucia lanzándome el pantalón en la cara.

— Vale, vale —lo quito de mi cara y lo coloco rápidamente.

Esto que estoy haciendo es una locura, pero una necesaria.

Anoche las palabras de Sebastián no abandonaron mi mente, y eso provocó algo de insomnio en mí. Así que en la madrugada cuando Margaret fue a revisarme, aproveché y le dije si me regalaba una llamada para Lucia, ella aceptó sin saber para lo que era. Le dije que era algo un tanto privado, por lo que me dejó sola con el celular; marqué al número de Lucia y esta media dormida me respondió, y le dije que me ayudara a escapar hoy del hospital. Y aquí andamos, dos locas fugitivas de las garras de Margaret.

—¿Lista? —pregunta echando un vistazo fuera de la habitación.

—Lista —anuncio recogiendo el pequeño bolso del suelo.

Lucia asiente echando nuevamente un vistazo y dándome la señal con la mano para salir. Al hacerlo el bullicio de gente se hace presente, haciéndome incomodar un poco.

—¿Estás segura que Margaret no estaba por aquí? —pregunto tomando su mano como guía para salir de este lugar.

Le veo asentir mientras esquivamos a los doctores que vienen y van junto con algunos pacientes.

Cuando siento la brisa golpear mis mejillas, suelto una pequeña risa de victoria.

—Tenía que haberte dejado, no podías salir aún y menos a trabajar —suelta un suspiro.

Empezamos a caminar hacia la avenida, donde podamos tomar un taxi cada una e irnos a nuestros sitios correspondientes.

Una mentira piadosa le dije a Lucia, de que iba a trabajar ya que necesitaba el dinero para costear gastos, cuando en realidad necesito aclarar la situación que ocurrió anoche con Sebastián. Lucia intentó sacarme información en la mañana, pero solo le dije que él quería saber cómo me encontraba y si quería hacer una denuncia; hasta ahí le conté, no quise llegar a más y que solo sea yo haciéndome ilusiones tontas.

—Sabes que te amo —le digo acercándome a ella y darle un abrazo.

Y así entre unos minutos entre abrazos y risas, alegando que esto lo recordaremos más adelante con risas y como una locura total, nos despedimos y cada una toma un taxi diferente, yendo a nuestros trabajos.

Mientras voy en el taxi, me pongo a pensar en que haré cuando le vea, ¿Le preguntaré a que vinieron esas palabras de anoche? ¿O solo lo dijo por empatía o lastima hacía mí? Tal vez no pregunte nada y solo le ignore.

(...)

Al bajar del taxi casi me caigo de frente, pero pude equilibrar mis piernas que parecen gelatinas. Ingreso al enorme edificio sin importar que piensen que estoy loca, aunque creo que ya lo estoy.

Con cada paso apresurado que doy mis manos tiemblan y mi corazón desenfrenado por la adrenalina del momento.

¿Qué estás haciendo? Me pregunto a mí misma.

En esos minutos meditando de camino aquí, no sabía que hacer o cómo actuar, por lo que decidí dejarme llevar por mis impulsos y aquí estoy, entrando al edificio cual loca, buscando el elevador para llegar hasta su oficina.

—¡Emily! —la voz de Patricia me detiene y hace que vuelva a la realidad. Me detengo abruptamente y giro mi cuerpo para verle caminar hacia mí con paso apresurado.

—¿Qué haces aquí? Deberías estar en el hospital descansando.

—Estoy bien —respondo regalándole una sonrisa de boca cerrada, la cual ella me corresponde.

—Cualquier cosa ya sabes dónde me encuentro —avisa.

Nos despedimos intercambiando palabras y le veo alejarse hacía su oficina.

Suspiro profundamente antes de encaminarme hacia el elevador y llegar a su oficina. Siento mis manos sudar, y eso solo pasa cuando mis nervios están disparados, y todo por culpa de Sebastián.

Su nombre, y lo que me dijo anoche no me dejó sin dormir, sólo hizo que mis emociones se revolucionaran, y que mis pensamientos fueran confusos.

Al escuchar como el elevador se detiene, cierro los ojos y miro hacía el techo, pensando en la locura que voy hacer. Salgo de este y empiezo a caminar por el pasillo ya conocido para mí.

Me detengo frente a la puerta, esperando un momento para tocar la puerta y oír su voz diciendo: "Adelante"

Emily, ¿ESTÁS LOCA? Me vuelve a regañar mi subconsciente, la cual se ha vuelto mi peor enemiga.

Uno, dos, tres

Tocó la puerta y ya no hay vuelta atrás.

—Adelante.

"Su voz, esa voz"

Tomo el pomo y lo giro abriendo la puerta con cuidado. Bajo mi cabeza e ingreso al lugar cerrando la puerta tras de mí, sin verlo.

—Buenos días, señorita Emily —saluda —.No tenía por qué haber venido a trabajar, todavía está delicada y...

—Estoy bien —le interrumpo levantando la cara y fijarme que no está solo.

Una pelirroja está sentada en la silla frente a él. Ella me mira con esos ojos marrones, inspeccionando cada detalle en mí, y yo hago lo mismo. Es una chica muy hermosa por si se preguntan. Pelo rojizo cayendo por sus hombros en ondas ordenadas, tez blanca, una piel bien cuidada, alta, esbelta, el tipo de mujer perfecta.

Sólo mírala y mírate

—Yo...o —intento seguir pero parece que me quedé sin voz, o mejor dicho, sin saber qué hacer y decir.

—Yo me retiro —anuncia la pelirroja levantándose de su asiento hasta caminar donde está Sebastián y plantarle un casto un beso en la mejilla —.Nos vemos mañana —le susurra de manera seductora.

Pasa por mi lado, hacía la puerta, haciendo cómo que yo no existo y sin más sale de la oficina.

Les mentiría diciéndoles que sigue en pie mi plan, que era enfrentar a Sebastián y los sentimientos que ha hecho que crezcan. Pero eso paso a segundo plano y ahora están las inseguridades y un corazón destrozado que creía que podía pasar algo más hoy.

—¿Señorita Emily? —Sebastián me saca nuevamente de mis pensamientos.




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