Agnes Durand
Los números no mentían. Mi floristería se caía a pedazos, como las hojas marchitas que encontraba entre los pétalos al final del día. Cada semana era una batalla por cubrir los gastos, y aunque no me faltaba trabajo, los pagos nunca llegaban a tiempo. Tenía la boda de los Suárez este fin de semana, pero con lo que me debían los clientes anteriores, apenas podía pagar los arreglos que necesitaba para decorar la ceremonia.
Miré mi teléfono con un suspiro, mientras Anette llegaba con nuestras tazas de café. Ella siempre había sido la primera en notar cuando algo no andaba bien conmigo.
—¿Otra vez los números? —dijo, dejando la taza frente a mí. Su tono era suave, pero no disimulaba la preocupación en sus ojos.
—Otra vez los números —admití, pasándome una mano por el cabello. —La floristería no levanta, Anette. Estoy hasta el cuello de deudas. Esta boda debería ser una bendición, pero... —me detuve, luchando por no sonar derrotada—, no tengo con qué pagar los materiales. No sé qué voy a hacer.
Annete se inclinó hacia adelante, su mirada fija en la mía.
—¿Les has dicho a los Suárez?
Negué con la cabeza. No me he sentido con el valor suficiente para decirles que no tengo presupuesto para cubrir la boda de su única hija, además necesito tanto las ganancias que van a quedarme, son generosas y con ese dinero puedo pagar gran parte del tratamiento de mi tía.
—No puedo hacerles eso. Es su gran día, y ya sabes cómo es Marta, la novia. Si le digo que no puedo cumplir, me hará pedazos. Y luego, ¿quién me va a recomendar? — la hija del señor Suarez es muy quisquillosa, si cancelo es capaz de difamar mi floristería y las cosas empeorarían para mí.
Anette se rió, pero fue un sonido seco, sin verdadero humor.
—Marta es una bruja, pero te entiendo. Aunque, Agnes, tienes que cuidarte. No puedes seguir asfixiándote solo para quedar bien con todo el mundo.
Miré mi café como si las respuestas estuvieran al fondo de la taza.
—Lo sé, pero no es solo eso. Es como si esta boda fuera mi última oportunidad para demostrar que puedo mantener la floristería a flote. Si todo sale bien, tal vez consiga más clientes. Pero si fallo…
—No vas a fallar —interrumpió Annette con una firmeza que no esperaba. —Eres la mejor en esto, y si alguien puede sacar un evento espectacular con poco presupuesto, eres tú. ¿Qué necesitas?
Me quedé callada un momento, sabiendo que Anette me iba a ofrecer ayuda, aunque yo no quería cargarle mis problemas. Pero, como siempre, ella era más rápida.
La conozco desde que funde la floristería, aun recuerdo el primer día que puse un pie en el local deteriorado que me alquilaron. Annete entro por esa puerta y me solicito el empleo, me saco una sonrisa, jamás coloque el anuncio solicitando un trabajador, olvide quitarlo.
—Mira, tengo algunos ahorros. Puedo prestarte para los arreglos. —Sus palabras cayeron como un alivio en mi pecho, pero al mismo tiempo, no quería aceptarlo. Sabia que no eran algunos ahorros, ella pertenece a una familia muy adinerada, se poco de ellos, por que no le gusta hablar de su grado de consanguinidad.
—No puedo pedirte eso, Annette. Ya has hecho suficiente por mí. No quiero que te metas en esto también.
—No es un problema, y lo sabes. Somos mejores amigas, y, además, prefiero que me lo debas a mí que a algún proveedor que te cobre el doble. —Me guiñó un ojo, sonriendo. —Además, piensa en lo increíble que va a quedar esa boda cuando todo esté lleno de tus flores.
—Siempre sabes cómo convencerme —dije, dejando escapar una pequeña risa.
La verdad era que no podía darme el lujo de dejar ir este evento. Mi mente todo el tiempo se la pasa pensando en el estado de salud de mi tía, me he propuesto a buscar un segundo empleo para tratar de salvar mi negocio.
—Ese es mi trabajo —respondió, mientras tomaba un sorbo de su café.
Nos quedamos un rato en silencio, compartiendo la tranquilidad del momento, pero mi mente seguía dándole vueltas a todo lo que tenía por delante. A pesar de las deudas, de las noches en vela y del estrés, sabía que no estaba sola. Anette estaba ahí, como siempre lo había estado. Y por un segundo, me permití creer que tal vez, solo tal vez, las cosas saldrían bien esta vez.
El sonido del teléfono vibrando sobre la mesa me sacó de la conversación con Anette. Sentí un nudo en el estómago al ver el nombre en la pantalla: "Hospital Central".
Mi corazón comenzó a latir más rápido, y el café de repente se sintió frío en mis manos. Respondí al instante, esperando lo peor.
—¿Hola? —dije, tratando de sonar tranquila. Sin embargo, no lo conseguí los nervios se me notaban hasta por encima del cabello, siempre que llaman del hospital escenas de mi tía en su peor momento vienen a mi mente.
La voz al otro lado de la línea era formal, pero no había forma de suavizar la noticia.
—¿Señorita Agnes Durand? Llamamos del Hospital Central. Su tía Adelyn ha sido ingresada de urgencia. Sufrió un desmayo en su casa esta mañana, y los médicos creen que el cáncer está avanzando más rápido de lo que esperábamos. Su estado es delicado, y creemos que sería importante que viniera cuanto antes.
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Editado: 17.11.2024