Una Niñera Para Lucille

Capítulo 4

Bastián Capeto

El viento soplaba con fuerza mientras el coche recorría los caminos del reino. Con cada segundo que nos alejábamos, mi intranquilidad por haber dejado a Lucille tan enojada incrementaba. Felipe, el duque, estaba sentado a mi lado, observando el paisaje con calma, aunque yo sabía que sus pensamientos eran cualquier cosa menos tranquilos. Siempre había tenido esa capacidad de mantenerse sereno por fuera, mientras calculaba y analizaba con precisión todo lo que sucedía a su alrededor. Yo, en cambio, no podía apartar la mente de las últimas palabras que me había dicho antes de salir del castillo.

—Bastián, el reino necesita una soberana. —Su voz resonaba en mi cabeza como un eco implacable. Era la tercera vez en el mes que me lo mencionaba, y aunque lo sabía bien, la idea me resultaba insoportable.

Mis manos se aferraban al volante con más fuerza de la necesaria mientras intentaba concentrarme en la carretera, pero Felipe no dejaba de lado el tema, como si pudiera leer mis pensamientos.

En pocas ocasiones solía conducir. Tengo tantos sirvientes que rara vez puedo hacer lo que me gusta, y estar al volante de un auto es una de mis pasiones. Felipe comparte ese gusto; es de los hombres que ocultan sus emociones, frío y distante.

—No puedes seguir así, Bastián —dijo, rompiendo el silencio que había reinado durante buena parte del trayecto—. Tienes que considerar lo que es mejor para el reino. Y para Lucille. Ella necesita una figura materna, y tú... tú necesitas a alguien a tu lado.

Hablar de una esposa era una de las peores torturas que podía experimentar. Juré a mi esposa muerta que nunca pondría mis ojos en otra mujer, y hasta el momento lo había cumplido. No tengo interés en otra cosa que no sea sacar el reino adelante.

Mis dedos tamborilearon sobre el volante, como si ese movimiento pudiera disipar la tensión que se estaba acumulando en mi pecho. Una esposa. Las palabras me hacían sentir una mezcla de rechazo y culpa, como si simplemente considerar la posibilidad de casarme de nuevo fuera una traición a la memoria de mi reina.

—No necesito a nadie, Felipe —respondí, con un tono más cortante de lo que pretendía—. El reino ha estado bien sin una reina durante todos estos años.

Felipe soltó un suspiro, uno que parecía cargar con la paciencia de años.

—Te estás engañando a ti mismo, Bastián. El reino ha aguantado, pero no ha prosperado como debería. Los nobles murmuran, las alianzas se debilitan… Necesitas una compañera, alguien que te apoye y aporte equilibrio. Además, Lucille está creciendo. No puede seguir sin una figura femenina fuerte a su lado.

Apreté los dientes. Lucille. Sabía que Felipe tenía razón en ese punto. Mi hija estaba fuera de control, desafiando a todo el mundo, y por más que intentara guiarla, había algo que no lograba llenar en su vida. Pero casarme de nuevo… ¿Cómo podía siquiera pensar en algo así? Era como si, con solo considerarlo, estuviera fallándole a mi reina, como si estuviera enterrando todo lo que ella había significado para mí.

—No puedo hacerlo —dije, esta vez en un tono más bajo, casi inaudible. Mis ojos seguían fijos en la carretera, pero mi mente estaba en otro lugar, en otro tiempo—. No puedo olvidarla. Casarme con otra… sería como traicionarla.

Felipe guardó silencio por un momento, y pensé que tal vez había abandonado el tema. Pero Felipe nunca abandonaba un argumento a medias.

—No se trata de olvidar, Bastián —dijo finalmente—. Nadie te está pidiendo que la olvides. Lucille siempre será parte de ti, de tu vida, de tu historia. Pero el reino necesita que sigas adelante, y tú también. Vivir en el pasado solo te está consumiendo.

Su voz era calma, casi afectuosa, pero eso no hacía que sus palabras dolieran menos. Miré de reojo su perfil, buscando alguna señal de que tal vez él no entendía lo que me estaba pidiendo. Pero, por supuesto, él sí lo entendía. Era Felipe, después de todo. Siempre analizando, siempre calculando, siempre poniendo el deber por encima de todo lo demás. Y olvidando que también debía buscar una esposa, el ducado se lo exigía, y siempre encontraba la manera de evadir el tema.

—No es tan sencillo —murmuré, sabiendo que ni siquiera estaba hablando con Felipe en ese momento, sino conmigo mismo. Con mis propios miedos y culpas.

Felipe inclinó la cabeza levemente, como si aceptara mi resistencia, aunque sabía que no dejaría el tema ahí.

—Nadie dijo que lo fuera —replicó con una ligera sonrisa—. Pero el deber rara vez es sencillo. Lo sabes mejor que nadie.

Sentí cómo la frustración comenzaba a agitarse en mi pecho, buscando una salida. Si Felipe quería presionarme, yo también sabía dónde apretar.

—Deberías casarte tú entonces —solté, con un tono que bordeaba la provocación—. Llevas tiempo evitando ese tema, y bien sabes que debes hacerlo. Te están exigiendo herederos.

Mis palabras cayeron entre nosotros como un desafío, y por un instante pensé que lo había silenciado. Pero no. Como siempre, Felipe tenía la última palabra.

—Estamos hablando de ti y de Lucille, tu hija —respondió con esa imperturbable calma suya.

Sentí una oleada de impotencia. Sabía que tenía razón, pero no quería admitirlo. No podía admitirlo.

—¿Ves que no es tan fácil? —murmuré, intentando desviar la conversación de nuevo.




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