Agnes Durand
El sábado llegó antes de lo que esperaba. Dos días habían pasado en un suspiro, llenos de preparativos para la boda y de visitas al hospital. Había hecho todo lo posible para mantenerme ocupada, para no pensar en lo que había firmado ni en lo que significaba para el futuro de mi tía. Pero ahora, de pie frente al espejo en el pequeño taller de la floristería, ajustándome el delantal blanco, todo me golpeaba de nuevo.
Anette estaba a mi lado, como siempre, ordenando los últimos detalles de los ramos y asegurándose de que cada flor estuviera en perfecto estado. El aroma de las rosas, lilas y peonías llenaba el aire, una fragancia dulce que normalmente me tranquilizaba. Pero hoy, aunque el entorno era familiar, mi mente estaba en otra parte.
—Agnes, no te olvides de este —dijo Anette, extendiéndome un ramo de rosas blancas, el centro de atención en la decoración de la boda.
Lo tomé con manos temblorosas, intentando concentrarme. La boda. Habíamos estado preparándola desde hacía una semana, y aunque no era uno de los grandes eventos de la temporada, para mí representaba un cliente importante, uno que podría ayudarme a salvar la floristería. Si todo salía bien, tal vez Un corazón sonriente me diera más contratos.
—¿Estás lista? —preguntó Anette, interrumpiendo mis pensamientos mientras revisaba su reloj—. No tenemos mucho tiempo, y no podemos permitirnos llegar tarde.
Asentí, aunque por dentro sentía una mezcla de ansiedad y agotamiento.
—Sí, lista —respondí, aunque no lo estaba. No en el sentido más profundo, al menos.
Salimos juntas de la floristería, cargadas con los ramos, centros de mesa y las flores para el altar. El sol de la mañana brillaba con fuerza, como si no hubiera espacio en el mundo para las preocupaciones. A veces, la vida tenía un extraño sentido del humor. El día estaba hermoso, perfecto para una boda, y sin embargo, mi corazón se sentía más pesado que nunca.
El coche estaba cargado y en marcha en pocos minutos, y mientras Anette conducía, yo miraba por la ventana, perdida en mis pensamientos. Cada vez que cerraba los ojos, veía la imagen de mi tía en la cama del hospital, su rostro sereno pero cansado, como si estuviera resignada a su destino. Y luego estaba ese extraño encuentro con el hombre del hospital… su rostro, su aroma, la manera en que su cuerpo había reaccionado al mío de una manera tan inexplicable.
—Agnes, ¿estás bien? —La voz de Anette me sacó de mis pensamientos otra vez.
—Sí, solo estoy pensando en todo lo que tenemos que hacer —mentí, intentando sonreír.
Ella me lanzó una mirada rápida, claramente sabiendo que no le estaba diciendo toda la verdad, pero decidió no presionar.
—Bueno, por suerte, es una boda pequeña, así que no será tan estresante como otras. Ya verás, lo vamos a lograr —dijo con una sonrisa tranquilizadora.
En poco tiempo, llegamos al lugar de la boda. El espacio era un pequeño jardín al aire libre, con árboles altos que proporcionaban sombra y una brisa suave que balanceaba las ramas. Era el lugar perfecto para una boda íntima.
Anette y yo comenzamos a descargar el coche, organizando los ramos y colocando las flores donde correspondían. El altar, decorado con rosas y peonías, comenzaba a tomar forma. Mientras trabajaba, sentí una pequeña oleada de orgullo. Esto era algo que sabía hacer bien, algo que aún me daba satisfacción a pesar de todo lo demás. Las flores, al menos, eran mi constante en un mundo que a menudo se sentía fuera de control.
—Estas rosas están preciosas, ¿verdad? —dijo Anette, admirando nuestro trabajo—. Estoy segura de que los novios van a quedar encantados.
—Sí, estoy contenta con cómo está quedando —admití, mientras terminaba de ajustar uno de los centros de mesa.
El lugar empezó a llenarse poco a poco de personas, y el bullicio típico de una boda comenzó a rodearnos. Mientras los invitados se acomodaban y las risas y conversaciones llenaban el aire, sentí que, por un momento, el peso en mi pecho se aligeraba. Aquí, en medio de todo esto, casi podía fingir que todo estaba bien.
Pero entonces, mi teléfono vibró en el bolsillo de mi delantal. Lo saqué y vi que era una notificación del hospital. Mi corazón se detuvo por un segundo.
—¿Todo bien? —preguntó Anette al verme revisar la pantalla.
—Es del hospital —murmuré, sintiendo que la ansiedad volvía a invadirme.
Ella asintió, dándome espacio para leer el mensaje. Afortunadamente, no había novedades importantes. Solo un recordatorio de que tenía que hablar con el médico más tarde sobre los próximos pasos del tratamiento de Adelyn. Cerré los ojos un momento, agradecida de que no fuera una emergencia, pero sabiendo que no podía escapar de esa nube negra que seguía acechando.
—¿Qué tal si tomamos un respiro antes de que comience todo el alboroto? —sugirió Anette, quizás dándose cuenta de que necesitaba un momento de tranquilidad—. Además, quería mostrarte algo.
La seguí, curiosa, mientras ella sacaba un periódico de su bolso. Lo reconocí de inmediato, era el mismo que había traído dos días antes, pero había algo diferente en la página que me mostraba.
—¿Recuerdas el anuncio de la niñera que te enseñé? —preguntó Anette, señalando una nueva columna.
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Editado: 17.11.2024