Tras varias horas en el avión para alcanzar las Bahamas, aún quedaba distancia por recorrer.
Sara acabó quedándose dormida en el asiento. Ricardo, al observarla dormida, la cargó en sus brazos y la trasladó a una de las estancias que había en el jet.
La puso en la cama, la cubrió con la manta y salió del cuarto.
Al volver a su lugar, Ricardo no podía dejar de reflexionar sobre lo hermosa que resultaba su secretaria, Sara, y en las emociones que le generaba.
No deseaba fallarle a la memoria de su amada esposa, Diana, quien había fallecido. No era el momento de volver a enamorarse, pero sus emociones y su corazón decían lo contrario: que Sara era la correcta. Intentaría encontrar la manera de llevar a cabo la venganza por su hermano, Diego.
Su fallecimiento no iba a quedar sin castigo.
Al cabo de unas horas, el avión aterrizó en el Aeropuerto Internacional de Grand Bahama.
Ricardo, se dirigió hacia donde estaba Sara para despertarla.
—Sara, despierta, hemos llegado—dijo Ricardo con ternura.
Sara despertó.
—Lo siento, jefe, me dormí—comentó cansada, mientras soltaba un bostezo.
—No te angusties, en el resort que hice reservar, podrás relajarte antes de iniciar las reuniones—respondió Ricardo, esforzándose por contenerse y no besarla.
Ricardo, abandonó la habitación, igual que Sara.
Se abrieron las puertas del avión; el guardaespaldas salió cargando las maletas.
Ricardo y Sara, igualmente bajaron. El escolta, colocó las maletas en el automóvil azul del resort. Ricardo, abrió la puerta del automóvil a Sara para que entrara; después, él entró. Partieron hacia el Grand Hyatt Baha Mar, ubicado en Cable Beach.
Luego, llegaron al resort, uno de los más opulentos, era de color rosa con blanco y tenía pequeñas cerámicas y piedras a su alrededor. Al estacionarse el auto, en la entrada, Ricardo salió primero y le abrió la puerta a Sara para que pudiera descender, entraron. Mientras el portero sacaba las maletas del maletero. Para meterla adentro.
Una de las recepcionistas se sorprendió al observar la imponente presencia de Ricardo, con su cuerpo bien definido.
Se acercó.
—Buenos días, señores, les doy la bienvenida al resort “Grand Hyatt Baha Mar Cable Beach"—comentó con una sonrisa brillante.
—Hola, señorita. Tenemos una reserva en este resort a nombre de Ricardo González y Sara Fernández —indicó Ricardo, con cortesía.
—Voy a verificar, un momento por favor —respondió la recepcionista Flor.
La recepcionista comprobó en la pantalla de la computadora si sus nombres estaban registrados y, tras revisarlo, comentó:
—Sí, en esta lista están sus nombres, pero tenemos un pequeño problema: solo hay una habitación libre. ¿La desean o prefieren esperar por otra habitación? —le comunicó la recepcionista Flor, inquieta.
Ricardo intentó domar su ira para no acabar estallando.
—Señorita, no le informaron con anticipación que llegábamos; deberían ser dos cuartos, uno para mí y otro para la señorita —comentó Ricardo, irritado.
La recepcionista no encontró palabras en ese momento, así que salió a comunicarle a su jefe lo que estaba ocurriendo.
Al llegar la recepcionista Flor a la oficina de su jefe, le comentó:
—Uno de nuestros clientes clave se enojó porque había solo una habitación libre; requiero su ayuda—, con la voz temblorosa.
—¿De quién hablamos?—preguntó Arturo, asombrado.
—El señor Ricardo González, el propietario de la empresa González—contestó nerviosa Flor.
—Eres una tonta. Cumple con la solicitud del señor Ricardo, encuentra otra habitación libre. No deseamos tener conflictos con él, especialmente si eso afecta a nuestro resort. "Es uno de los clientes más relevantes—gritó irritado Arturo."
La recepcionista, dejó la oficina de su jefe para solucionar el inconveniente que presentaba y evitar ser despedida. Examinó nuevamente la pantalla de la computadora y un cliente se había marchado, dejando la sala libre.
—Perdón, señor Ricardo, ya teníamos otra sala disponible, le pido disculpas por la confusión—comentó la recepcionista Flor.
—Gracias, está bien—respondió Ricardo, más tranquilo.
La recepcionista, le dio las llaves de las habitaciones a Ricardo y Sara; el botones llegó para llevar las maletas a las habitaciones.
Ricardo , subió las escaleras junto a Sara; al alcanzar la primera habitación, Sara, abrió la puerta y el botones colocó la maleta dentro.
Después se dirigió a la segunda habitación, Ricardo, abrió la puerta y el botones colocó la maleta en el interior; Ricardo le entregó la propina y se marchó. Las dos habitaciones quedaron próximas.
Luego, Sara se duchó con agua caliente, se cambió de ropa y se puso un hermoso vestido azul, se peinó, aplicó un poco de maquillaje en ojos y labios, se calzó sus zapatillas negras y tomó su teléfono para llamar a su mamá Isabel y decirle que ya había llegado.
Mientras que Ricardo se dio una ducha caliente. Se vistió con su traje formal, colocó el reloj en la muñeca y escondió el arma que había traído tras su chaqueta. Cogió su teléfono y se comunicó con uno de los inversionistas .
—He llegado a las Bahamas, estoy en el complejo turístico. “Grand Hyatt Baha Mar Cable Beach.” ¿En qué lugar debemos encontrarnos?—le informó,
—En nuestro lugar oculto donde nos encontramos—dijo Adrián, finalizó la llamada.
—Perfecto, está bien, necesito su ayuda para algo importante—le dijo Ricardo, mientras organizaba el maletín con el dinero.
Ricardo, llevó el maletín con dinero, salió de la habitación; antes de irse, pasó por la habitación de Sara.
Sara iba a telefónicamente contactar a su madre Isabel, cuando oyó la puerta, dejó el aparato sobre la cama y salió a abrir.
—Jefe, ¿qué pasa?—preguntó Sara al verlo.
—Voy a atender unos temas relevantes, descansa un momento, para esta noche tenemos nuestra cita con unos clientes—le comentó Ricardo tratando de contener su deseo de besarla.
—Está bien, jefe—respondió Sara, sintiéndose inquieta.
Ricardo descendió por las escaleras, el escolta lo aguardaba afuera, Ricardo ingresó al auto, luego el escolta subió y partieron.
Sara cerró la puerta del cuarto, tomó el teléfono y llamó a su madre Isabel.
—Buenas tardes, mamá, bendición. Ya estoy en las Bahamas, me alojo en un lujoso complejo —le dijo Sara.
—Hola, mi chiquita. ¿Cómo te encuentras?—contestó Isabel con melancolía.
—Estoy bien, mamá. —¿Cómo está mi hermano Sebastián? —preguntó Sara, intranquila.
—Ay, mi niña. No quería causarte preocupación, porque tú estás laborando. —respondió Isabel con la voz temblorosa.
—Mamá. ¡Qué pasa!—gritó, Sara aún más ansiosa.
—Mi pequeña. Tu hermano Sebastian. Experimentó una de sus crisis epilépticas. Agradezco a Dios que tu madrina Coro estuvo aquí en casa y me asistió con su tratamiento—dijo Isabel, con las manos temblorosas.
—Ay, Dios. Pobre de mi hermano, no puede ayudarlo. Mamá, quiero que sepas que estoy trabajando duro para poder asistir a mi hermano—le dijo Sara con tono de tristeza.
—Sabes cuánto te amo, mi niña. Agradezco todos los sacrificios que has hecho por nosotros, cuídate bastante—respondió Isabel, llena de orgullo por su hija.
—Todo lo que realizo es por ustedes, mamá. Cuídate—se despidió.
***
Ricardo, arribó al club donde se congregaban en secreto todos los inversionistas de alto perfil.
Se detuvo en la entrada, salió del coche, y el escolta ingresó con Ricardo para asistirlo.
El sitio presentaba tonos de negro y marrón, adornado con imponentes decoraciones, pinturas y objetos de gran valor.
Ricardo, no identificaba el sitio ya que hacía tiempo que no visitaba el club. Uno de los inversionistas, llamado Eduardo, de alrededor de 45 años, de complexión fuerte, llevaba una máscara en su cara debido a un accidente que había tenido.
Todos los nuevos inversionistas , que se unían al club lo examinaban como parte del protocolo para prevenir cualquier inconveniente.
Después de que examinaron a Ricardo, él continuó hacia la sala de juntas, mientras chequeaba al escolta. Al ingresar, Ricardo, fue saludado por los inversionistas, que dispararon con su pistola como saludo.
Ricardo, sacó su pistola de detrás de la chaqueta y disparó en respuesta.
—Gracias, es un placer verlos—mencionó Ricardo mientras se sentaba.
Los inversionistas , tomaron sus asientos.
—Bienvenido Ricardo. —¿Trajiste el dinero?—inquirió Adrián.
—Sí, aquí tienes el dinero total en el maletín—indicó Ricardo y le pasó el dinero.
Adrián examinó el efectivo y lo numeró para confirmar que estuviera intacto.
—¿Qué favor requieres, Ricardo, para qué hemos venido aquí?—preguntó.
—Deseo implementar un plan de venganza para hacer justicia por la muerte de mi hermano Diego. Requiero su ayuda—le comentó Ricardo, colmado de ira.
—¿Ricardo, estás seguro? Porque una vez que comencemos con la venganza no habrá forma de retroceder—preguntó Adrián con gravedad.
—Deseo poner fin a la existencia de esos malditos pobres— respondió Ricardo, lleno de ira.
—Ten en cuenta que si comenzamos la venganza, ellos intentarán lastimarte, así que alístate—advertió Adrián.
Ricardo guardó silencio por un instante, intentando comprender la situación.
No deseaba que perjudicaran a su familia, ni tampoco a su amada secretaria Sara, la joven de la que se había enamorado su corazón.
Inhaló profundamente y se expresó:
—Soy consciente de que estoy entrando en un área arriesgada, pero deseo terminarlos—afirmó Ricardo, mientras la ira lo devoraba.
—Está bien, jefe Ricardo. Iniciemos el plan; a partir de este momento puedes contar con nosotros— comentó Adrián, representando a todos los inversionistas.