El espejo me devolvió una imagen que no reconocía de mí misma. El vestido rojo de noche que Vanessa se había empeñado en que comprara sin duda estaba muy lejos de ser algo que yo elegiría por mí misma. Su llamativo color y el pronunciado escote que dejaba al desnudo mi espalda no iban acorde a lo que estaba acostumbrada a usar, aunque no podía negar que me agradaba como me hacía lucir. Excepto por la piel de mi espalda, era discreto en todo lo demás y la caída de su falda era perfecta. El maquillaje adecuado al vestuario, unos zapatos de tacón comprados para la ocasión y un peinado de salón terminaron de prepararme para mi noche planeada.
—Creo que seré la envidia de muchos esta noche.
Dijo amablemente Erik al vernos llegar a Vanessa y a mí, decidimos que nos veríamos en el sitio, así sería más fácil para todos. La cena de gala se celebraría en un renombrado hotel que, pese a lo cerca de la hora programada para el evento, se veía con poco movimiento.
—Ellos siempre llegan tarde —Nos aclaró Erik.
—Entonces quizá podríamos divertirnos mientras en el bar.
Sugirió Vanessa con el desenfado que siempre hablaba. Acepté que en esa ocasión tenía razón, entrar en un salón casi vacío no me apetecía en lo absoluto, sobre todo sabiendo que Mauricio no estaba ahí.
Estuvimos bastante tiempo en el bar, un par de horas como mínimo, el lugar era muy acogedor y tenía una muy linda vista de la ciudad. Al final bajamos al salón para encontrarnos con que ya estaba repleto. Por suerte, Erik tenía una mesa reservada en las que los tres nos sentamos. Ver tanta gente desconocida junta comenzó a alterar mis nervios, nunca he sido sociable y no reconocer a Mauricio en ninguno de los rostros que me rodeaba no ayudaba a que me sintiera más cómoda. Mi plan de sorprenderlo comenzaba a frustrarse y terminó de desmoronarse cuando escapé al baño en busca de un lugar tranquilo y al salir, lo vi acompañado de una linda chica que no reconocí. La estocada fue doble al ver la familiaridad con la que se trataban y que dejaba claro que Mauricio la conocía muy bien. Me quedé mirándolos algunos minutos desde una posición que no delataba mi presencia. Si hubiera sabido lo que me dolería ver como ella le abrazaba la cintura mientras él le rodeaba amorosamente la espalda con su brazo, me habría retirado inmediatamente. Tontamente no lo hice, me quedé ahí, deseando desaparecer. Al final solo conseguí escabullirme de vuelta a la mesa dónde Erik y Vanessa conversaban alegremente. Mi amiga siempre ha sido muy perceptiva y enseguida notó que algo sucedía.
—¿Qué tienes? —Me preguntó apenas vio la mueca de decepción que tenía tatuada en el rostro y aprovechado que Erik se puso de pie para saludar a unos recién llegados.
—Vi a Mauricio y viene acompañado.
—¿De una mujer?
Asentí.
—Seguro has visto mal.
—Por supuesto que no. Los he visto mientras saludaban a Mariana, definitivamente están juntos.
—Cabezota, ese hombre no tiene ojos más que para ti ¿Por qué no te acercaste a hablarle?
—¿Para qué incomodarlo? Te aseguro que lo último que quiere es verme aquí.
—No estoy segura de eso, pero entonces qué hacemos ¿Nos vamos?
—Ni hablar, no quiero arruinarles la noche a ti y a Erik, con lo bien que se la pasan juntos. No te preocupes que yo me voy sola en cuanto Mauricio esté lo suficientemente lejos para no verme.
—Como quieras. Solo piénsalo bien ¿Sí? Te ha costado demasiado llegar hasta aquí y sabes que no me refiero a la compra del vestido y los zapatos.
Hice lo que Vanessa me pedía, lo pensé mejor y largamente, tal y como había pensado por meses si aceptar o no lo que sentía por Mauricio. Finalmente decidí que me quedaría un poco más, no sabía que esperaba al hacerlo, pero me armé de valor y lo hice. Por las siguientes dos horas me dediqué a dar pequeños sorbos al trago que reposaba en la mesa frente a mí mientras veía a Erik y Vanessa bailar al ritmo de la música. Era una buena fiesta, pensé en lo lindo que sería disfrutarla con mi amigo para luego reprocharme a mí misma por no haberle dicho antes lo que sentía por él. Hacía tiempo que Mauricio no mencionaba sus sentimientos respecto a mí, incluso los besos que alguna vez me permití saborear junto a él luego de su apasionada confesión se volvieron más esporádicos hasta que un día, desaparecieron de nuestros encuentros. O más bien fue Mauricio quien dejó de buscar mi boca cuando la casualidad y la propia intimidad de nuestra amistad nos llevaba a quedarnos solos. En las últimas semanas había extrañado sus palabras cariñosas, los halagos y la forma en que tomaba mi mano cuando hablábamos. Algo en su mirada se había apagado.
¿En realidad se había rendido después de prometer que no lo haría? Esperaba que no pero tampoco quería atormentarme, había jurado no volver a dejarme devastar por un hombre así que, recordando a mi hijo, saqué mi móvil del bolso de noche, no lo había revisado en mucho tiempo y quería saber que todo estuviera bien. Llamé a casa de su amigo para asegurarme y después me percaté de una llamada pérdida de Mauricio y su mensaje.
—Eres un sinvergüenza —Murmuré intentando adivinar si el mensaje lo envió antes o después de encontrarse con su acompañante. Le respondí, estaba tan aburrida que no tenía nada que perder.
“¿Aún te hago falta?”
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Editado: 11.12.2022