La inesperada llamada de Sebastián me tomó por sorpresa, mi móvil había sonado varias veces antes, pero encontrándome en medio de una reunión y al no reconocer el número, decidí apagarlo. De vuelta a mi oficina, el teléfono reclamó mi atención una vez más. En lugar de la voz amable de la recepcionista fue Joel, el guardia, el que me comunicó la llamada.
—Hay alguien que quiere hablar con usted, arquitecto, creo que es urgente.
—¿Pero por qué has respondido tú, Joel?
—Parece que nadie más en la constructora quiso atender la llamada.
Intrigado acepté que Joel me comunicara. El niño al otro lado de la línea rompió en llanto apenas escuchó mi saludo. Estaba desesperado, entre sollozos me relató lo sucedido. Al parecer, intentó en vano llamarme a mi móvil. De alguna forma se las arregló para recordar el número del lugar donde trabajó su madre sin conseguir que nadie lo tomara en serio al creer que su llamada era una broma. Le pedí disculpas e intenté calmarlo, al final lo conseguí.
—Sólo quería verte y ahora no sé dónde estoy.
—¿Dónde está tu mamá?
—Ella no lo sabe, tomé el autobús como me enseñó, pero me perdí...
—Solo dime qué hay a tu alrededor y qué autobús tomaste, iré por ti ahora mismo.
A Sebastián se le terminaban las monedas para el teléfono público así que rápidamente me dio la información que le pedía. No estaba muy lejos y no fue difícil reconocer la zona que describía, salí de inmediato a buscarlo. Lo encontré agazapado, sentado en la entrada de un negocio cerrado. Apenas me vio bajar del auto corrió a mis brazos, yo también había deseado verlo. Lo estreché en un abrazo y respiré aliviado al encontrarlo bien después de saber lo sucedido.
—Debemos avisar a tu mamá, debe estar preocupada.
A Sebastián no le agradó en principio mi propuesta, desvió la mirada sin decir nada y tras un par de segundos, asintió tímidamente. Llamé a Alejandra, el alivio en su voz y la devoción de su agradecimiento me hicieron desear tenerla enfrente y poder abrazarla. La amargura hizo presa de mí al recordar que eso ya no me correspondía, estuve más seguro de que había perdido a mi chica por lo que Sebastián me confesó de camino a su casa.
—Yo no quiero que ella tenga otro amigo Mauricio, tú también eras su amigo antes ¿Por qué ya no lo eres?
—Aún soy su amigo, Sebastián, y también el tuyo, pero tu mamá es libre de tener los amigos que quiera.
—No, no si van a dormir en casa como lo hacías tú.
Sus palabras se me clavaron dentro, seguí escuchándolo en tanto intentaba conservar algo de serenidad. Él necesitaba desahogarse y solo era un niño, ignoraba la forma en que sus suposiciones me lastimaban. Me dolía imaginar a Alejandra con otro y también lamentaba no poder darle a él lo que pedía. Sebastián siguió hablando, a ratos enfadado con su madre, a ratos arrepentido de no lograr entenderla. Me conmovieron sus lágrimas, quería poder decirle que todo estaría bien, que Alejandra y él siempre contarían conmigo, pero preferí callar. Una promesa rota era lo último que deseaba que él recordara de mí. Lo quería demasiado como para hacerle lo mismo que tantas veces sufrí a causa de la poca disposición de mi padre a pasar tiempo conmigo cuando era un niño.
Llegamos a su casa, él aún tenía miedo de la reacción de su madre así que prometí acompañarlo hasta que estuviera frente a ella. Alejandra ya nos esperaba en la puerta, abrazó a su hijo como si no fuera a soltarlo nunca y después de un breve intercambio de frases de alegría y alivio, le pidió que entrara. Sebastián me despidió con la mirada que se le dedica a un cómplice, estaba agradecido y en cierta forma, yo también. La confianza y el cariño que me demostró me hicieron feliz al menos por los instantes que tardé en mirar nuevamente a su madre. Quise irme antes, no deseaba estar solo con ella, pero no pude hacerlo, me quedé petrificado sin saber qué esperaba con eso. No necesitaba el agradecimiento de Alejandra y sabía de antemano que en ese hogar ya no había cabida para mí.
—Te lo agradezco tanto, Mauricio.
—No lo hagas, de verdad quiero a tu hijo así que nada que haga por él necesita ser agradecido por ti.
Respondí duramente, aún me encontraba enfadado con ella por haberse ido como lo hizo, por ni siquiera darme una explicación y porque sin importar nada, seguía queriendo estar a su lado pese a saber que había alguien más en su vida. Creí que el tono de mis palabras la molestaría, pero su expresión siguió siendo la misma. Su rostro enrojecido por el llanto, los ojos húmedos y la tranquilidad de haber recuperado lo más importante para ella le daba una paz a su semblante que nunca había visto. Sonrió levemente con una condescendencia hacia mí que no me supo bien, fue como si sintiera pena por mí.
—¿Quieres pasar?
Negué con la cabeza. Ella quería decir algo, la conocía lo suficiente para darme cuenta, aunque tal vez la silenciaba el mismo nudo que yo sentía en la garganta.
—¿Puedo pedirte algo?
—Claro.
—No seas tan dura con Sebastián ¿Quieres? Es solo un niño y no le es tan fácil acostumbrarse a tu nuevo amigo.
Observé atentamente su reacción, lo mío debió sonar a reclamo y lo era. Alejandra no se mostró enfadada ni sorprendida, tampoco respondió inmediatamente, únicamente siguió mirándome de esa forma que me alteraba los sentidos.
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Editado: 11.12.2022