Landon y Dean regresaron con Hannah en la tarde. La niña estaba cansada, pero feliz ya que había convencido a su papá de dejarla tomarse una segunda bola de helado, aunque pequeña.
Eva, la madre de Dean, estaba en la cocina con April ayudándola con una orden de último minuto, así que cuando entraron en la cocina, ambos hombres se encontraron con un desastre de harina, mantequilla, huevos y muchos otros ingredientes. Hannah entró feliz detrás de ellos y se sentó en una silla al lado de la encimera.
—Mami, Papi me dejó tomarme dos bolas de helado —dijo la niña con alegría.
—¡Dean! —reclamó April en su dirección—. Sabes que no puede comer tantos dulces.
Dean entrecerró los ojos en dirección a Hannah, que lo miraba con una sonrisa. Habían hablado en el coche que no le dijera nada a April, iba a ser su pequeño secreto. Supuestamente. Pero Hannah no se podía callar nada.
—Entendido, no hay helado para la próxima —declaró Dean y la sonrisa del rostro de la niña se borró de golpe, pero su padre le guiñó un ojo en secretismo y su sonrisa volvió a su lugar como si nunca hubiera desaparecido.
—¿Y qué están haciendo aquí? —preguntó Landon mientras agarraba una magdalena de la bandeja. April le dio un golpe en la mano antes de que pudiera metérsela en la boca.
—Eso es de un cliente, no para ustedes —dijo mirando mal a Landon—. Nos entró una orden urgente de doscientas magdalenas para una gala de recaudación de fondos en la mañana.
Landon y Dean se miraron y ambos asintieron, llegaron a la misma conclusión.
—Muy bien, vamos a ayudarte —dijo Dean—. Mamá, por favor, encárgate de Hannah, ya llevas mucho tiempo trabajando, descansa tú, que nosotros nos encargamos.
—Mientras me toquen al menos una magdalena por bandeja, por supuesto —dijo Landon y Dean le dió una colleja en la parte de atrás de la cabeza.
Eva se llevó a la niña con la promesa de jugar con ella y los hombres se pusieron manos a la obra. Dean caminó hacia April y la agarró por los hombros, guiándola a través de la cocina, y la sentó en la silla en la que justo había estado sentada Hannah hacía unos momentos.
—Tú nos vas a decir todo lo que tenemos que hacer. También tienes que descansar —Dean le dedicó una sonrisa y sin poder evitarlo, le dio un beso en la frente, lo que dejó a April algo descolocada. Dean se dio media vuelta y se quedó mirándola junto a Landon, esperando por sus órdenes.
April salió de su estupor y comenzó a dictarles órdenes desde su lugar. Los hombres batieron, mezclaron y hornearon lo mejor que pudieron, y los resultados no fueron decepcionantes. A las ocho de la noche ya habían terminado con la enorme cantidad de magdalenas y se sintieron satisfechos con su trabajo.
Los tres cayeron en el sofá al mismo tiempo que Eva salía del cuarto de Hannah donde la niña ya estaba dormida.
—Yo que pensaba estar de vacaciones y en cuanto llegué me pusieron a trabajar. Estás de suerte que me caes bien, April —dijo Landon en broma.
—No te quejes, te comiste todas las magdalenas arruinadas y no pienses que no noté las tres que te comiste a escondidas —respondió April riéndose.
—Landon tiene razón —dijo Eva pensativa—. Él está de vacaciones, así que deberían salir los tres. Hace mucho que no se divierten.
—No lo sé —empezó a decir April pero Eva la cortó.
—Sí sabes. Desde que te enteraste del embarazo de Hannah no has tenido ni un día para ti. Yo voy a estar aquí con ella, la voy a cuidar hasta que lleguen, como si se quedan hasta las seis de la mañana por ahí. Son jóvenes todavía, disfruten ahora mientras pueden.
Landon y Dean se levantaron de repente y agarraron a April por ambos brazos y la comenzaron a llevar hasta su cuarto en medio de las protestas de ella. Al llegar, la soltaron en el medio de su habitación.
—Salimos en dos horas —dijo Landon y le cerró la puerta en la cara.
April se quedó estupefacta, no sabía cómo todo se desarrolló tan rápido. En un momento estaba en la cocina horneando y en otro estaba siendo prácticamente obligada a salir y divertirse. Pero Eva tenía razón. Al menos un par de horas, saldría y se divertiría como cuando tenía veinte años y la vida era más sencilla.
Entró al baño de su habitación y después de media hora eliminando toda la suciedad del día después de haber trabajado tanto, salió envuelta en un albornoz. Caminó hasta su clóset y comenzó a seleccionar lo que se pondría esa noche. Se decidió por un vestido negro que le llegaba por las rodillas y tenía un escote recto con tiras extra finas en los hombros. Lo había usado antes, pero esta vez le quedaba algo ajustado ya que su cuerpo había cambiado al dar a luz. Pero no dejó que eso la detuviera. Lo que sí la detenía era el hecho de que no podía subirse la cremallera porque los brazos no le alcanzaban.
Estaba intentando con todas sus fuerzas, ya iba por la mitad de la espalda, cuando Dean entró a su cuarto sin avisar.
—April, ¿no has visto... —Dean paró de hablar cuando vio a April de pie en frente al espejo y luciendo mejor que nunca. Comenzó a caminar hacia ella lentamente sin dejar de mirar su cuerpo, no podía detenerse.
—¿Si he visto qué? —preguntó April, lo que sacó a Dean de su errático estado.
—No tengo idea —contestó con sinceridad—. Estás preciosa.
—Gracias —respondió April sonrojándose—. ¿Podrías ayudarme a subir la cremallera del vestido?
Sin esperar respuesta, se dio media vuelta y esperó a que Dean la ayudara. Al verlo en el espejo, vio en los ojos de Dean la misma mirada de aquella noche, hace seis años. Él se colocó detrás de ella y con mucho cuidado, le subió la cremallera.
—Listo —respondió él y sus miradas se encontraron en el reflejo del espejo. La respiración de April se entrecortaba con cada latido de su corazón debido a la intensidad con la que Dean la estaba mirando. Sabía que en cuanto se diera vuelta, iba a pasar lo que ambos querían pero al mismo tiempo temían.