Una Rosa Para Ti

*HASTA PRONTO*

1

 

Finales de Invierno, 1980

UK.

 

Veía la nieve caer a través de la ventana de la habitación donde dormía siempre que vacacionaba en casa de  mis abuelos. Han sido tantas veces, que he llegado a considerarla mía, de hecho, la mueblería y decoración, fueron elegidas a mi gusto. Colorida y simple. Así era yo, viva, feliz y relajada. Aunque, ahora, un pesado velo gris se cernía sobre mis débiles hombros, tensándolos. Sentada, aguardaba, a que la pesadilla acabara pronto.

Un silencio aterrador se escuchaba en la estancia, tan solo interrumpido por unos pasos decadentes, arrastrándose sin fuerza, acompañados del golpe seco de un bastón contra la madera caoba y el rechinar de algunos tablones en mal estado. No era necesario ser adivina, para saber que se dirigían a mi puerta.

Hoy era ese día que mi madre fijo, como el final de mi mesurada libertad, después de enterarse por un medio desconocido, de mis acciones irresponsables, como ella misma lo llamo. Tire por la borda mi vida perfecta, intentando demostrarle mi amor sin límites. Había supuesto las posibles consecuencias, más no espere esa reacción. Habría podido mentir y negarlo todo, pero el dolor de sus palabras retumbando en mi mente oprimieron el botón de estallar. Cuando fui consciente de lo que expresaba, era demasiado tarde para retractarme.

Mi madre impuso y creí que era bueno alejarme por un tiempo de él, dejar a mi corazón tranquilizarse, hasta oírla afirmar “vivirá con nosotros desde ahora, se educara allí y únicamente vendrá de visita” mientras tomaba una taza de té con los abuelos. Mi mundo se desmorono, el aire no era suficiente y la idea de nunca volverlo a ver, dolió. ¿Qué hice?

A pesar de pedir a Dios oportunidad para remediar lo ocurrido, despreciando mi corazón lastimado, no fue posible. Mi deshonra, merecía este castigo y que ninguna de mis suplicas se escucharan, o tal vez, se debía a la ira que recorría mis venas. Alguna de las dos, eran suficiente razón para no ser tenida en cuenta.

Estaba cansada, mi mente parecía no procesar las ideas con claridad, a veces, me pillaba emocionada por nuestro encuentro olvidando que no sucedería. Pero, ¿cómo decirle a tu corazón, que jamás volverás a verlo si saltaba lleno de felicidad con solo pensarlo? ¿Cómo explicarle qué el primer hombre en su vida, a quien amo y se entregó por completo, lo desprecio por que no estaba preparado para comprometerse?

Quería detener el tiempo y nunca ir con ella, y simultáneamente, alejarme de él. Al final, fueron ellos, mis abuelos, quienes apelaron al lado bueno de mi madre o hicieron uso de su poder sobre ella, permitiéndome acompañarlos por unos días más. Aspirando en secreto que mi vida volviera a la normalidad y él, desmintiera sus palabras, dándome valor para desobedecer sus órdenes.

Los suaves golpes en la puerta, no se hicieron esperar, obligándome a salir de mi penuria y mostrar una falsa sonrisa en mis labios. Limpie rápidamente mis mejillas y pestañee evaporando la humedad en mis ojos.

- Adelante – permití y la mire.

- ¿Estas lista, Rose? – asiento. No, para nada, pero no estaba en posición de pedir más indulgencia.

- Si, abuela, lista. ¿el automóvil ha llegado?

- Aún no – le vi hacer un gesto de disgusto mientras se acercaba – Rose… – acaricia mi mejilla, con ternura.

Las lágrimas amenazaron con derramarse. No solo les había fallado a mis padres, a ellos también y eso era lo que más lastimaba. Con su consentimiento, di inicio a mi primera relación sentimental y en mi inmadurez, le entregue lo más preciado para una mujer a quien no lo supo valorar. Si tan solo no hubiera dicho eso ni actuado como un cobarde.

- …Hay algo que quiero decirte y el tiempo se agota – pronuncio lentamente, contradiciendo sus propias palabras.

Me ofrece su brazo, dirigiéndola al mueble a los pies de la cama. Descansa, con parsimonia, el bastón a un lado y toma mis manos, frotándolas, como si pensara en la mejor forma de iniciar, hubiera olvidado lo que quería decir o le costara hablar.

- Deja de estar triste – sonrió melancólica. ¿Tanto se me nota?

- No creí que fuera tan evidente.

- Lo simulas muy bien, mi niña – frunzo la frente, confusa y ella, masajea ahí eliminando las arrugas – yo pase por algo similar – asiento, entendiendo la posible comprensión de su parte – solo te pido no consentir que esta situación te supere. No permitas que la traición y el rencor decidan por ti y gobiernen tu vida – suspiro con un nudo en mi garganta, imposible de tragar.

Sonaba tan fácil de lograr, pero por dentro, lo único que deseaba era hacerle daño, verlo sufrir, que supiera como me sentía, aunque me causara mayor aflicción. Para luego, estrecharlo en mis brazos y murmurarle una y otra vez que lo amaba.

- Yo… – alguien más toca, interrumpiéndome.

- ¿Quién es? – pregunta, alejando de su rostro y voz cualquier rastro de amabilidad.

- Soy Amelia, señora. El enviado de su hija ha llegado, la espera en la sala – mi corazón se contrae al escucharla.

- En unos segundos bajamos – anuncia volviendo sus ojos a mí – es el momento. Ve, inicia una nueva vida y se feliz – la abrazo con fervor. ¿puedo quedarme? Consulto en silencio.




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