Una trampa para la Diva

Capítulo 1. Todo puede salir bien o evidentemente mal

Marianne

*

El puño se acerca en cámara lenta hacia mi rostro. Sus nudillos, cubiertos de cicatrices de viejas peleas, se aprecía cada vez más y más cerca. Son segundos, estoy segura, pero percibo que tarda una eternidad en llegar a su destino. En realidad, es un accidente, el hombre no ha pretendido decorar mi cara con su puño, pero ha tropezado y el impulso lo hace caer en mi dirección.

«Soy presentadora de televisión. No puedo permitir un moretón en mi cara», pienso en milisegundos. Giro el rostro, levanto el brazo y, por supuesto, pierdo el equilibrio sobre mis altísimos tacones que mi adorable asistente me recomendó no usar hoy.

—Tengo un mal presentimiento —dijo Brenda segundos antes de iniciar la grabación de mi «talk show».

—Tonterías —dije.

Y aquí, en medio de la «tontería», caigo irremediablemente hacia un costado y ahora lo que se acerca a mi rostro no es un puño, sino el escalón del escenario.

«Oh, no».

El golpe es seco y, un segundo después, explota el dolor.

Mi grito rompe la maldición de la cámara lenta. Los sonidos estallan, las luces arden por arriba de mí, decenas de manos intentan ayudarme a levantar y ninguna lo consigue. Me he hecho un ovillo con las manos sobre la cara y el dolor agrio carcomiendo un costado de mi rostro.

—¡Marianne! ¡Marianne! —grita Brenda arrodillada a mi lado y tratando de quitar mis manos de la cara—. ¡¿Estás bien?! ¡Llamen a una ambulancia!

Forcejeo. No quiero que me vean llorar. Ya hay suficientes imágenes y videos mías donde estoy llorando por mi corazón de pollo enamoradizo, el colmo sería que alguien filtre estas imágenes.

—¡Señorita! ¡Lo siento tanto! —grita el panelista que pretendía moler a golpes al amante de su esposa, no a mí—. ¡¿Está bien?!

—¡Aléjate! —ordena Brenda—. ¡Por eso te engañaron!

El panelista y Brenda se enzarzan en una acalorada discusión de los motivos por lo que lo engañaron.

—Marianne, Dios mío, déjame ver eso —pide Saúl, el productor de mi «talk show».

Permito que retire mis manos. Saúl es lo más cercano a un amigo y un gran colega de trabajo. Sus anticuados lentes y cabellera revuelta me hacen sonreír en medio del latigazo de dolor que todavía azota parte de mi rostro.

—¿Está muy mal? ¿Necesito puntos? —pregunto con miedo mientras me siento en el suelo.

Saúl inspecciona más de cerca y niega.

—No tienes herida abierta, sólo se ve rojo, muy rojo…

—¿Tendré un moretón…?

Saúl suspira.

—Probablemente…

Ahora quiero llorar por el moretón, no por el dolor.

El director me entrega un pañuelo de tela que me hacer recordar a uno de mis grandes amores: Fabián Santana; ahora un feliz hombre de familia que triunfa en los Estados Unidos.

El dolor también aprieta mi corazón y ya no es por el golpe con el escalón.

—Gracias —musito—. ¿Se podrá solucionar con maquillaje?

—Sí, creo que sí… —responde Saúl y mira al grupo de personas que me ha rodeado—. ¿Y ustedes qué miran? ¡Vayan por las maquillistas! ¡Estamos grabando!

Las personas brincan, así es Saúl.

Brenda aprovecha que Saúl se hace cargo de los panelistas para ayudarme a levantar y conducirme hasta el camerino. Tenemos que ir despacio porque, además, me he doblado el tobillo y me duele caminar.

—No puedo creerlo —digo cuando Brenda cierra la puerta y nos encontramos a solas en el camerino—. ¿Es en serio que tendré un moretón en la cara?

Brenda primero me conduce hasta la silla, me obliga a sentarme y examina mi cara.

—Marianne… —murmura y su expresión preocupada me hace querer llorar otra vez—. Creo que se está poniendo un poco morado…

—No puede ser…

Me aparto de ella y decido revisarme en el espejo.

Se ve mal.

Realmente mal.

El golpe no ha sido en el ojo, sino arriba y ocupa parte de la ceja.

Está muy mal.

Brenda va a la pequeña nevera del camerino, toma la bolsa de gel que mantenemos ahí para cualquier golpe y me la entrega. La coloco por arriba de la herida y ahora sólo puedo ver con un ojo.

Sólo necesito un ojo para contemplar mi deprimente reflejo.

—Iré por la maquillista —dice Brenda, me entrega mi celular y sale a toda prisa del camerino.

Y ahí, en la soledad de mi camerino, encorvo los hombros. No permito nunca esa postura, siempre camino como si mi barbilla fuera tirada hacia arriba por unos hilos invisibles.



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En el texto hay: famosa, actor, relacion falsa

Editado: 29.06.2023

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