—¿Entonces, no eres un cuarentón con panza, baboso, vagante de bar en bar buscando jovencitas a quien presentar su quejica madre? — inquirí con voz ahogada, haciéndome la graciosa— ¡Estaba tan ilusionada! —Fingí una gran decepción, una gran aactuaciónbremaxos y ojos en blanco.
Quería evitar mi inminente risa. El tal Daniel estaba haciendo que mi estómago doliera llenando mis ojos de lágrimas por las carcajadas. Y sólo habían pasado unos míseros cinco minutos desde que nos habíamos sentado.
—Qué bonita descripción —comentó—. Pero siento destruir las ilusiones de tu fantasía sexual con un cuarentón. —El idiota sonaba realmente enserio—. Qué triste que solo sea un veinteañero, sexy, con una motocicleta y mucho dinero. Siento decepcionarte, cariño.
—Vaya que sí. —Y con eso solté una carcajada junto con él. Aunque aquello sólo aumentaron mis ganas de sentir como era, y comprobar la sensualidad de la que se jactaba. Quería probar mi habilidad con el tacto y precisar su rostro y sus líneas, pasar levemente mis dedos por esa sonrisa de un millón de dólares que apostaba me estaba lanzando. Así podría construir una imagen en mi mente de los qué lo identificaba a él como el personaje "Daniel Cox.
—También tengo una fantasía sexual —interrumpió mis pensamientos en tono pícaro.
—¿Cuál sería esa? —pregunté soltando despacio el poco de arena gruesa que había recogido en mi mano.
—Corromper a la niña de mami y papi — reveló. Yo me quedé pasmada por un minuto, para luego reír de mi misma—. Lástima que no llenes ese espacio. —confesó.
A pesar de que no lo podía ver, captaba una sonrisa en su voz .
—Estas diciéndome una cualquiera, Daniel Cox —acusé en broma. Pero sabía bien que el espacio de la consentida yo lo cubría a la perfección. Sólo quería omitir esa parte. No era unnaspecto de mi vida de la cual estaba orgullosa. Tenía 21 años. Vivía con mis padres en un país donde la cultura y la economía te permitían independizarte a temprana edad. Por lo menos obtener un pequeño apartamento mohoso. Y yo apenas podía elegir qué llevar puesto cuando salía a la calle.
A veces pensaba cuál era el problema. Si mi ceguera, mi madre... o yo.
Pero el prosiguió:—Estoy queriendo decir que eres un espíritu libre, eso pareces —sonando ofendido—. No me malinterpretes.
—Cuán lejos de la verdad estás. —Reí un poco mientras sacudía mi cabeza.
La libertad estaba muy lejos de ser alcanzada por mí, no tanto por las restricciones que imponía vivir con mis padres aún, sino la misma que me prohibía observalo a él y el resto del mundo. Me daba cuenta que después de seis años con la ceguera no sabía como actuar y descubrir el secreto para seguir una vida normal.
—Espera, espera. ¿Eres la niña de mami y papi por siempre y para siempre? Tipo: "Oye, cariño, te paso recogiendo a las 10 de la pijamada". —Él preguntó y yo asentí tímida. Escuché como se lanzó a la arena y rió sin parar, yo lo golpeé en el hombro y el siguió riendo más fuerte.
Tenía mis mejillas rojas para variar.
—Lo siento, lo siento. Eso fue bueno —exclamó mientras trataba de recuperar el aire—. ¡Mira tu rostro!
Yo cubrí mis mejillas. Feliz más que avergonzada.
—Bueno, basta ya. Esto no funcionará con el bullying —informé.
—Esto no funcionará sin el bullying.
Revolee mis ojos y sonreí hacia él apenada.
—Tranquila, Eloise Bennett. Ya veo venir una bonita amistad —expuso en un suspiro mientras libremente rodeaba mis hombros con su brazo y acariciaba a Scott con la otra. Él era ese personaje jovial y salvaje a quién las relaciones interpersonales le resultaban una cosa parecida a comer un sándwich, tan solo porque la confianza en sí mismo era una realidad. O podría ser una facha.
Continué con la conversación de todas maneras:—Pero personifico una de tus fantasías. ¿No sería eso peligroso? —bromeé con eso para distraerme de su brazo dándome calor.
—Trabajaremos en ello. Cuando finalice este plan pasarás de ser la mimada, a la rebelde Eloise Bennett. ¿Estás conmigo en esto? —preguntó. Yo asentí sonriendo, sin ninguna duda, porque era gracioso, y seguro estaba bromeando. Así que solo le seguí la corriente. No tenía nada que perder.
Y entonces todo estaba como debía ser. Reíamos y bromeábamos. Me contó que tenía veinticinco años y le dije que tenía veintiuno. Me contó que su motocicleta se llamaba Doty, le pregunté porqué. Él dijo porque solo se veía como una Doty.
—¿Por qué Scott se llama así? —preguntó de vuelta.
—Porque simplemente es un clásico llamar a un retriver Scott —lo imité y él simplemente río más fuerte.
Seguimos hablando. Odiaba las aceitunas. Yo las amoba. Yo odiaba el pescado, a él le encantaba. Me encantaba esquiar, a él surfear. Amaba los libros, a él...
—Me encantan los libros, los thrillers son mis favoritos. —Creo que me enamoré.
Odiaba los gatos, yo creo que son graciosos. Odiaba las alturas, pero él cree que todo es mejor desde arriba.
Me encantaba su risa, él dijo que también la mía.
Pero el finalmente preguntó sobre mí condición, y yo simplemente agité mi cabeza en negación.
No quería contarle sobre eso, me hacía revivirlo todo otra vez y no lo quería para mí en este momento donde solo podía ser yo misma. Cosa que no había pasado desde él.
Así que sólo desvié la conversación.
—Imagino que tú tienes ese famoso apartamento de soltero —aseguré.
—Por supuesto. ¿Por qué? ¿Quieres ir? —preguntó. Su tono bajó a uno seductor.
Solté una corta risa.
—Deja de coquetear conmigo. —Le golpeé suave.
—Oye, soy un hombre —se excusó mientras se sobaba el hombro. Como si eso lo fuera a ayudar en pleno siglo veintiuno.
—¿Eloise? —En medio de una sonrisa escuché mi nombre en boca de alguien la cual se oyó como mi madre estando muy cerca. Yo me levanté de prisa preocupada de lo que pudiera decir. Y sí, estaba justo frente a nosotros porque Scott ladró hacia ella.